Los melodramas mantienen una sólida presencia en la historia del cine y en esta columna recordamos algunos largometrajes para reencontrarse con el género.
Por Lic. Patricio Pina*
Hace unos meses repasamos una decena azarosa de momentos lacrimógenos de la historia del cine. Escenas donde la mano del director se cierra con puño de hierro sobre nuestros acongojados corazones, mientras los lagrimales se desatan al compás de las desventuras de los personajes. Las pasiones desaforadas corroen el alma del más pintado, derrumbando barreras de todo tipo hasta igualarnos en un espacio transversal que el arte cinematográfico ha desarrollado con singular eficacia: el melodrama.
Como género audiovisual, el melodrama se ha alejado en general de sus variantes románticas (vinculada al movimiento literario de principios del siglo XIX) y sobrenaturales (la literatura fantástica de mediados de aquel siglo), para extender su ámbito de acción al naturalismo de lo doméstico, con eje en los conflictos familiares, los amores imposibles, los odios que atraviesan generaciones y los árboles genealógicos de ramas retorcidas. Sus personajes están atrapados por pasiones que los ciegan ante evidencias que el espectador observa con un interés no exento de morbo: esta gente ha nacido para sufrir y no lo sabe. Solo es cuestión de tiempo, de que el destino los alcance y los veamos sucumbir.
Entretanto, se dedican a padecer: la actividad más habitual en los melodramas. Y lo hacen sin pudor, sin el filtro de la racionalidad o las buenas costumbres. Ese sufrimiento desvergonzado le ha acarreado mala prensa a este género. Miradas más serias y reflexivas aconsejan una decorosa represión de los sentimientos, temerosas de ciertas cursilerías de un discurso amoroso desbocado.
En el cine el listado puede ser infinito como un mar de lágrimas. Allí están inmortalizadas Bette Davis con “La loba”, Dolores del Río en “María Candelaria”, Lana Turner en “Imitación de la vida” o Jane Wyman en “Sublime obsesión”. No olvidemos a Delon en “Rocco y sus hermanos”, a Banderas y Poncela en “La ley del deseo”, o a la gran Manuela de Roberto Cobo en “El lugar sin límites” de Ripstein.
¿Y por casa cómo andamos? Les dejo tres imperdibles: “Dios se lo pague”, con Arturo de Córdova y Zully Moreno, la excepcional “Más allá del olvido”, de Hugo del Carril, y “Safo, historia de una pasión”, de Carlos Christensen.
*El autor es Rector de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video. Junto a Claudia Nazar dan el Taller de Cine “Y algunos comieron perdices”, en la Biblioteca Popular de Chacras de Coria, todos los sábados de septiembre a las 18 hs.