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Editorial: La parábola del sembrador

Relatan los memoriosos del pueblo, que por cierto casi no quedan, que hubo un tiempo en que el terruño era pacífico, amable, pequeño. Los vecinos se conocían, era gente humilde, trabajadora, honesta. Cada uno tenía su oficio y sus faenas. No había discordia, por el contrario, resaltaba el buen trato, la cordialidad y la solidaridad. Nada sobraba en el pueblo, pero tampoco había demasiadas carencias para la época.

Foto de Cachilo Púrpura

Nadie recuerda cuándo empezó un paulatino cambio. Al principio casi desapercibido. En verdad, nadie daba mucha importancia que la viña de Ramón se vendiera, aunque algo producía. En fin, así dicen empezaron a pasar estas cosas. En la viña de Ramón construyeron casas muy grandes como no había en el pueblo. Luego fue la finquita del italiano que hasta tenía una bodeguita. Luego….

Los relatos se desdibujan. De a poco, los vecinos fueron perdiendo ese primer asombro y en silencio aceptaban lo que parecía ineludible.

Los señores que mandaban en el pueblo veían con buenos ojos este progreso irrefrenable y nunca advertían las consecuencias a largo plazo.

Hasta que en día llegó al pueblo un señor que escuchó, así comentan, los reclamos de los originarios. Reunió a los vecinos y les habló de lo que ya todos sabían. El pueblo ha crecido de una forma irracional, sin planificación alguna. Y prometió encarar un profundo reordenamiento territorial. Entonces dijo que faltaban árboles en muchos sitios y que él los sembraría. Efectivamente, sembró unos por aquí y otros por allá. Ese era sólo el inicio del anunciado cambio estructural que devolvería a la comunidad una mejor calidad de vida.

Algunos vecinos se quejaron por el sitio de los arbolitos aduciendo intereses personales o económicos, otros, en cambio, estaban de acuerdo con el criterio elegido por el sembrador. Este señor, al principio puso vigilancia para que todos respetaran el sentido de los arbolitos. Así, la gente se fue acostumbrando al cambio. Paulatinamente, nadie se explica por qué, estos vigilantes fueron desapareciendo. Muy rara vez se los ve protegiendo lo que se sembró. Algunos dicen que el señor que manda creyó que la gente era responsable y solidaria y que se haría cargo de cuidar el bien común. Pero lo que fue pasando es que la gente se olvidó de los vigilantes y volvió a ignorar el sentido de los árboles que aún no terminan de crecer y por otro lado nadie regó a las plantas.

Así estamos en Chacras de Coria. Luego de la convocatoria a ‘participar y opinar’ sobre el magnífico proyecto de profundo reordenamiento territorial, todo sigue prácticamente igual. Se concretó el sentido de marcha en las dos arterias principales de ingreso al pueblo. Sin embargo, la situación no ha cambiado mucho. En calle Mitre, antes de Newbery se pintó una línea amarilla para indicar la prohibición de estacionar. Era lógico y necesario ya que en la esquina giran los colectivos y la maniobra se complica por la estrechez de la arteria. Baste este solo ejemplo: la línea amarilla ya casi no se ve. La gente sigue estacionando, incluso en contramano. Los choferes de colectivos hacen malabares para no rayar a los autos mal estacionados. Desde hace meses no hay un agente de policía vial controlando. Lamentablemente seguimos sin comprender que más allá de la comodidad personal existe el bien general. Y necesitamos el rigor de la ley para asumirlo.

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