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Cine para llorar: No guarden sus pañuelos

Concluimos uno de los tantos listados posibles de escenas que estrujan el corazón.

Por Lic. Patricio Pina*

PUESTO Nº 5: Los dos disparos finales de FLORES DE FUEGO (Takeshi Kitano, 1997).
Un accidente esculpió en su rostro de piedra un rictus definitivo mezcla de introspección incómoda y melancolía a regañadientes. Kitano aprovecha esa máscara indeleble, le agrega su presencia seca y así equilibra con sabiduría oriental su rol de policía duro y marido devoto sin caer en la peor sensiblería cuando su esposa batalla sin chances contra la leucemia. Ultraviolencia y romanticismo se hermanan en la callada determinación de quien, corroído por el dolor extremo de la pérdida inminente, mata y muere de amor sin mesura.

PUESTO Nº 4: Andy regala los juguetes en TOY STORY 3 (Lee Unkrich, 2010).
A la hora de despedir la maravillosa saga, Pixar le otorga el protagonismo al adolescente que sabe que comienza una nueva etapa de su vida. Andy comprende que los juguetes no son tales si no están en manos de un niño, inmersos en su infinito universo de fantasía. Se despide de su infancia entregando la antorcha de sus primeras alegrías a una pequeñita, pero reservándose un último rescoldo de niñez para jugar por última vez con Buzz, Woody y el resto de la banda. Como dice al subirse al auto: Gracias, muchachos.

PUESTO Nº 3: “Yo estaré justo aquí”, en E.T. EL EXTRATERRESTRE (Steven Spielberg, 1982).
Lánguidos y respetuosos en “Encuentros cercanos…”, killers chupasangre e  inmunodeprimidos en “La guerra de los mundos”…  Pero en la Galaxia Spielberg no habrá ninguno como E.T., el marciano botánico. Allí el director desarrolló mejor que nunca la mirada infantil como parámetro del mundo. Mientras los adultos visten como astronautas y tratan de entender las cosas a través de la ciencia, los chicos hacen todo más simple y transparente. Esa cara de bueno, ojos celestes como para quedarse a vivir en ellos, la música de John Williams, la bicicleteada a la luz de la luna nos dejan punto caramelo para cuando el dedo largo se ilumina y E.T. nos dice que se quedará allí, donde podemos pensar cuando queremos a quienes más hemos querido.

PUESTO N° 2: Meryl Streep no se baja de la camioneta, en LOS PUENTES DE MADISON (Clint Eastwood, 1995). Tras años de campestre y sedimentado matrimonio, Francesca ha descubierto que puede volver a enamorarse. Robert ha sabido pulsar aquellas cuerdas que ella creía definitivamente destempladas. El retorno de su marido, gris de convivencia sin sorpresas, la obliga a volver resignada a la programación habitual. Pero un inesperado cruce fortuito vuelve a soltar a las mariposas en su estómago. Allí empiezan las imágenes como puñales: Clint Eastwood empapándose bajo la lluvia, las camionetas que se alinean, el crucifijo que cuelga en el espejo, el semáforo que torna a verde, la mano que busca abrir la puerta… Cada vez que la veo pienso que Meryl Streep se va a bajar. Hasta creo que alcanza a abrir brevemente la puerta. En la escena se llueve todo. En nuestros ojos y en nuestro corazón, también.

PUESTO N° 1: Todos los besos todos, en CINEMA PARADISO (Giuseppe Tornatore, 1988). Ya con el corazón aflanado y el lagrimal dispuesto tras el derrumbe del cine, nos sentamos a ver el contenido de la vieja lata de celuloide. Bastan dos, tres segundos para que entendamos todo. Arrullados por el lento crescendo de la melodía de Morricone, se suceden y clavan en nuestro pecho todos aquellos besos: los negados, los deseados, los soñados, los ayer perdidos y hoy encontrados. También hay unos pechos, alguna piel que se muestra sin reticencias, pero son aquellas bocas quienes nos besan y casi abrazan, nos conmueven, nos emocionan y nos hacen llorar a moco tendido, esa rara forma con que suele disfrazarse la felicidad.

*El autor es rector de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video. Junto a Claudia Nazar dan el Taller de Cine “Festival de festivales”, enl a Biblioteca Popular de Chacras de Coria, todos los sábados a las 18 hs.

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