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Elena Elaskar: La partera del pueblo

Por Onelia Cobos

En octubre cumplirá 91 años. Es partera. Ha vivido en Chacras de Coria casi toda su vida.

Su mente y sus recuerdos la hacen una adulta mayor espléndida, entera; como si el paso del tiempo no la hubiera gastado, como si estuviera muy lejos del olvido.

Saberla partera implica sospechar la dura lucha que debió enfrentar para estudiar siendo mujer y en una época en la que el sólo hecho de tener que hacerlo en otra provincia significaba un NO rotundo familiar.

Recuerda el tiempo del llanto. Muchas lágrimas ante un padre que, como la mayoría en su tiempo, no aceptaba a la mujer en la Universidad.

La ternura aparece en su rostro, sin embargo, al recordar a un tío, hermano de su padre, que influyó decisivamente en la familia para que al fin partiera a Córdoba con una querida amiga a estudiar juntas.

Juntas las dos y hospedadas en la casa de unos tíos de su amiga, enfrentaron el fantasma económico de tener que seguir una carrera corta como partera y no ciencias biológicas, como querían, porque no podían enfrentar los seis años y la costosa bibliografía de Biología.

Y fueron parteras.

Tres años duraba la carrera entonces y la vuelta a la provincia significó una larga peregrinación ad honorem por los hospitales. En ese entonces, el Hospital Emilio Civit era el hospital provincial de cabecera. Allí trabajó algunos años hasta que la solidaridad vecinal del lugar, encarnada en Vicente Cocucci, concejal y hombre de impecables valores morales, facilitó la entrada a planta en uno de los nosocomios. Así es como después los concursos hicieron lo suyo.

Pero Elena se casó y tuvo hijos y tuvo que enfrentarse a otra limitación, la del esposo, que la quería solamente en la casa.

Dejó hospitales y sólo atendió a particulares.

La población de Vistalba, el Cerro del Melón, la calle Guardia Vieja la buscaba y ella muchas veces llegaba en moto hasta sus hogares porque sus pacientes no tenían otro medio de transporte.

Entre los casos, recuerda los diecisiete partos de una señora que tuvo dieociocho hijos, el último derivado al hospital por la gravedad del caso, pero habiendo asistido a los otros nacimientos sin dificultades.

Aprendió a poner inyecciones cuando el legendario Dr. Levy le enseñó a hacerlo, convenciéndola de que su papá enfermo no tendría asistencia por la lejanía en la que vivía.

Su férrea voluntad le permitió llegar a ser la profesional que soñó ser contra viento y marea, pero no se volvió una guerrillera áspera y resentida en la lucha femenina.

Hay en Elena una templanza y un disfrute familiar que nos lleva a reflexionar en la sabiduría de algunos espíritus mágicos que enriquecen nuestro lugar. Teniéndolos tan cerca podemos rechazar la atmósfera de catástrofe que se desliza en el Planeta.

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