Por el Lic. Patricio Pina
Catorce horas de formas variadas e historias diversas sin conexión entre sí. Sexo grupal, casi exclusivamente femenino, en bosques, mansiones y hasta una iglesia. El plano fijo de un paisaje durante cuarenta y cinco minutos, donde vemos los efectos de un fenómeno astronómico y escuchamos una canción. Fragmentos de cielos nocturnos y estrellados, extraídos de películas de todos los tiempos.
Las oraciones precedentes describen de modo sucinto y, sí, un tanto arbitrario, cuatro películas (respectivamente: La flor, de Mariano Llinás, Las hijas del fuego, de Albertina Carri, L. Cohen, de James Benning y ☆ de Johann Lurf), todas ellas vistas en la vigésima edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (el ya muy reconocido BAFICI).
Los cuatro films proponen temas, tonos y estéticas muy lejanos a los que suelen poblar las salas de cine de los grandes centros comerciales. Cada uno, a su particular manera, plantea un desafío y una aventura para el espectador: la de internarse por terrenos audiovisuales desconocidos sin más guía que la de directores dispuestos a conmovernos con ideas más o menos radicales, apelando a nuestra voluntad de sorprendernos, de salirnos de cierta inercia cómoda con la que vemos las películas. Si esa pretensión consigue generar un diálogo tácito con nosotros, encontrando vasos comunicantes fructíferos, saldremos revitalizados del cine, felices de haber visto algo que no sabíamos que podía gustarnos tanto.
La propuesta para los sábados a la tarde en la Biblioteca Popular de Chacras pretende seguir esa línea. Con un puñado de películas de probado y premiado tránsito en festivales internacionales, quizá se pueda comprobar que el cine es un lenguaje profundo y riquísimo, capaz de dar cuenta de los fenómenos de nuestra vida con modos y estéticas más diversas y virtuosas que las que nos toca en suerte ver en las salas comerciales.
Allí podremos probar las posibilidades de expandir el mundo interior de una obra de arte de la pintura (El molino y la cruz, de Lech Majewsky) y descubrir formas laterales de representar la opresión patriarcal (Canino, de Yorgos Lathimos) o el dolor de la peor pérdida (El hijo, de los hermanos Dardenne), pasando por la eléctrica y explosiva confluencia de un grupo de personas en Varsovia (11 minutos, de Jerzy Skolimowsky) o la contemplación del cruce entre tradiciones rústicas y modos modernos en el norte de Brasil (Boi Neón, de Gabriel Mascaro).
Observar una película es emprender un viaje. No sólo se despliegan vidas ajenas y geografías más o menos distantes. Al mismo tiempo nos adentramos también en lugares que sólo por apariencia se nos antojan más familiares: nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras emociones. El cine puede estimularnos hacia vivencias inesperadas, hacia parcelas donde probablemente, durante más o menos una hora y media, podamos ser un poco más felices.
* El autor es rector de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video. Junto a Claudia Nazar dan el Taller de Cine “Festival de festivales”, en la Biblioteca Popular de Chacras de Coria, todos los sábados a las 18 hs.