En todos los encuentros vinculados con la bioética es casi un tema obvio el de la dignidad del ser humano. También en nuestra vida cotidiana nos referimos a situaciones que atentan contra ella. Pocas veces se ven noticias en las que la dignidad no esté directa o indirectamente en juego. Es más, desde la puesta en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, la dignidad es una premisa central del ordenamiento legal argentino.
La mayoría de los pensadores de distintas vertientes coinciden en que la dignidad es una característica básica de la persona humana. Básica, pero ¿qué es la dignidad en nuestro día a día? Para orientarme busco ejemplos de situaciones indignas y generales: los tratos en los campos de concentración de la Alemania nazi o las experimentaciones con negros con sífilis en Estados Unidos luego de la segunda gran guerra.
Ser digno implica que todos nos deben tratar como iguales y sin ofensas a nuestra condición. Diariamente somos objeto de tratos indignos. Me refiero a lo que deben soportar en instituciones públicas y privadas los pacientes que buscan atención en salud. También basta con recorrer algunos efectores para ver cómo a los mayores en estado de necesidad crítica se los trata con desprecio y se los deja abandonados y desnudos en presencia de quien quiera observar.
En algunos lugares los partos múltiples y simultáneos son lo frecuente, y ello conspira con el llamado parto humanizado. ¡Horrible expresión para dejar en claro que es lo menos humanizado que existe! Los tratamientos innecesarios a pacientes terminales… La lista podría seguir, y seguramente cada uno podría adicionar su propia experiencia.
Para sentirnos tratados con dignidad es necesario un mayor compromiso. En bioética está la idea de no dañar. Este mandato vinculado al personal de la salud debiera ser puesto en práctica con toda su profundidad, porque no sólo se daña no atendiendo la patología. Se daña cuando al otro se lo trata como un mero medio para mis propios fines y no como el fin mismo de mi labor.
Conozco personas que no saben el significado filosófico de la dignidad pero son el fiel reflejo de su aplicación clara y concreta. Ser digno requiere del otro una actitud de respeto por mi condición y mi respeto hacia él. Es ser acreedor de ese respeto y por ello no se pierde la dignidad, aún cuando el otro no la reconozca. Es el otro el que la pierde.
Distinta sería nuestra vida si nos tratásemos con dignidad. La bioética cotidiana permite encontrar soluciones que no pasan por los recursos disponibles ni por la formación sino que requiere de una reflexión transparente y bien intencionada. En un momento en el que estamos preocupados por la apariencia, las posesiones, la dignidad es una revolución conductual que a pocos parece interesarles.
Dr. Alejandro Juan Maresca – Abogado – mail: maresca.aj@gmail.com