Por Carlos Campana
Luján, aunque usted no lo crea, posee una de las construcciones más antiguas que actualmente existe en Mendoza. Erigida junto a otras tres más, a mediados del siglo XVIII, hoy es una vetusta edificación de ladrillo -poco común en ese lugar- que se encuentra en pie, pasando la localidad de Punta de Vacas, junto al río Las Cuevas y hacia el sur, en lo que se denomina “Los Puquios”.
Similares a la ya mencionada, están diseminadas por el trayecto de la alta montaña siguiendo la ruta internacional Nº 7, camino hacia Chile, las denominadas “casuchas de la cordillera o del rey”. Conozcamos un poco más sobre su historia.
La ruta real
En la época colonial existían dos alternativas para unir los océanos. En la primera, las personas que venían del viejo continente surcaban el Atlántico hasta Buenos Aires; desde allí, atravesaban por vía terrestre la extensa planicie y la cordillera, y llegaban hasta algún puerto chileno.
La segunda opción era llegar a Buenos Aires y luego navegar hacia el Sur hacia el cabo de Hornos para después incursionar por el agitado estrecho de Magallanes y, si habían sobrevivido al susto, pasar al Pacífico para amarrar en el puerto de Valparaíso.
La primera ruta brindaba mayores ventajas y con el tiempo los viajeros y transportistas la eligieron, lo que favoreció a Cuyo por su desarrollo comercial.
Muchos de los conquistadores aprovecharon estos caminos para llegar a diferentes lugares de Cuyo. Con el establecimiento de los españoles, a mediados del siglo XVII, la ruta entre Mendoza y Santiago de Chile fue una activa línea de comunicación tanto para el transporte de mercadería como para el traslado de personas.
El camino era una huella de no más de 1,60 metros de ancho con subidas y bajadas muy pronunciadas. Los transportistas y viajeros debían vadear arroyos caudalosos y subir alturas mayores a 3.800 metros.
En invierno, el camino se cerraba para evitar grandes temporales de nieve, para volver a habilitarse con la llegada de la primavera.
Una experiencia religiosa
Muchas personas perdieron la vida al viajar por aquella ruta. Los derrumbes o aludes eran unas de las tantas fatalidades que afrontaban los aventureros.
En 1762, una comisión compuesta por funcionarios del gobierno chileno, encabezada por Ambrosio O’Higgins -padre del prócer chileno-, partió en pleno invierno desde Santiago rumbo a Buenos Aires.
Al cruzar el paso del Bermejo (muy cerca de donde actualmente se encuentra el Cristo Redentor) fueron atrapados por un recio temporal de viento y nieve que diezmó al infortunado grupo que se dirigía a Mendoza y le ocasionó a uno de ellos la muerte.
El desventurado viaje de O´Higgins motivó al Presidente de Chile, Antonio de Guill y Gonzaga, la decisión de construir “casas de postas” en la cordillera. Las mismas servirían para resguardar a los viajeros y al correo, de los crudos temporales invernales.
La edificación de estas casuchas mantendría las comunicaciones y el comercio permanente con los rioplatenses. Inmediatamente fueron designados para este proyecto los irlandeses Juan Garland y O’Higgins.
Titánica construcción en la montaña
Durante 1763, el ingeniero Garland realizó un viaje de exploración junto a O’Higgins y dos colaboradores. Estos hombres delinearon y determinaron los lugares más adecuados para ubicar los refugios. La primera etapa del proyecto encomendaba levantar tres casuchas de ladrillo, abovedadas, y con disposición para que no las cubriera la nieve.
Se emplearían más de 10.000 ladrillos y cerca de 500 mulas fueron utilizadas para trasladar los materiales.
Las construcciones proyectadas se terminaron en un año y medio en Punta de Vacas, Los Puquios y Paramillo de Las Cuevas. En Chile se encontraba la de la Cumbre, Juncalillo o llamada Santo Tomás y Ojo del Agua.
Con la habilitación de estos puestos, comenzaron a transitar los correos con regularidad en las gélidas temporadas, sin paralizar el intercambio de comunicación entre Buenos Aires y Santiago.
En 1774 el mandatario de Chile, Agustín Jáuregui, ordenó edificar dos más: una en el lado chileno llamado Las Calaveras y la otra a la entrada de los caracoles de Las Cuevas.
Las llaves que salvaron vidas
Los correos ordinarios en época estival partían desde Buenos Aires el 16 de cada mes, y llegaban a Santiago de Chile en los primeros días del siguiente. En cambio, cuando el frío y la nieve se hacían notar con mayor intensidad, el correo podía retrasarse algunas jornadas.
En el momento que los correos o “chasquis”, como también se los denominaba, tenían que cruzar la cordillera, recibían del Administrador de Correo en Mendoza o de Los Andes (Chile), 9 llaves de cada una de las puertas de las casuchas.
Desde la Administración de Correo de la Ciudad de Mendoza partían con sus valijas hacia la cordillera realizando su primera parada en Villavicencio. Luego pasaban por la posta de Uspallata y desde allí hasta la casucha de Punta de Vacas, que se ubicaba en el margen norte del río Mendoza.
Al llegar el correo con una de sus llaves, abría la puerta y se alojaba en su interior. Para no pasar hambre y frío, se encontraba en una alacena de madera, charque en rama, yerba mate y en la parte inferior del mueble, gran cantidad de leña. Después, el correo seguía su itinerario.
La tradicional desidia
En menos de tres años, los edificios fueron deteriorándose por las inescrupulosas manos de algunos viajeros y correos que despojaban sus maderas. Las mismas quedaron en ruinas sin poder ser utilizadas, perjudicando así las comunicaciones.
A pesar de las disposiciones impuestas por las autoridades en las denominadas “Ordenanzas de la Cordillera”, en las que se establecían penas con años de cárcel, multas, confiscaciones y hasta azotes a los individuos que destruyeran las casas, aquellos preceptos nunca fueron puestos en práctica. Para que el servicio siguiera funcionando, las autoridades tuvieron que realizar restauraciones a cada una de ellas.
A partir de la primera década del siglo XIX numerosos viajeros europeos visitaron aquellas construcciones y dejaron interesantes relatos sobre ellas; viajeros británicos como John Miers, Robert Proctor, Francis Bond Head, Samuel Haigh, Alexander Caldcleugh, el pintor alemán Mauricio Rugendas y el famoso científico Charles Darwin entre otros, pasaron por ellas dejando riquísimos relatos y dibujos.
Las casuchas fueron también escenario de la guerra entre unitarios y federales, luego de la batalla de Rodeo del Medio, en setiembre de 1841, los vencidos unitarios emprendieron su huída al vecino país de Chile. Mientras cruzaba la cordillera, el disminuido ejército fue sorprendido por una intensa tormenta de nieve. Los hombres, desesperados, se refugiaron en aquella casilla y así salvaron sus vidas. Otros, no tuvieron tanta suerte y sucumbieron de frío en sus alrededores, al no poder albergar a tanta cantidad de tropas.
En 1865, el gobierno de la Provincia de Mendoza realizó la recomposición del camino cordillerano. También aprovechó la oportunidad para reparar las arruinadas cuatro casas.
Las casuchas hoy
Estas antiguas casas cumplieron más de 250 años y a pesar de tanto tiempo, la mayoría de ellas siguen existiendo: Los Puquios, Paramillo de las Cuevas, Las Cuevas, Caracoles y Juncalillo.
En nuestra provincia, la posta de Punta de Vacas fue la única destruida por el aluvión de 1895 y sus ruinas permanecieron hasta mediados del siglo XX cuando en ese sitio, se construyeron los cuarteles de Gendarmería Nacional y otras dependencias.
Mientras tanto, en Chile, a unos 800 metros hacia el Sudoeste, se encuentran los restos de la casucha de La Cumbre, que fue destruida por un alud. Otra de las desaparecidas fue la del Ojo de Agua.
En 1973, las tres construcciones del lado argentino fueron declaradas “Monumento Histórico Nacional”, con la intención de restaurarlas, pero han pasado ya 45 años sin que la obra hasta ahora, haya sido ejecutada.