Le gustaba caminar desde su casa hasta la Biblioteca, de la que fue miembro fundador en 1996. De regreso a casa, siempre alguno de nosotros la llevaba en auto. Pero al otro día, y diariamente, las veredas volvían a sentir sus pasos cuando salía para las compras deteniéndose para saludar, comentar novedades o transmitir alguna noticia.
Asistió a las reuniones de la Comisión Directiva hasta que cumplió 90 años. Vivaz, inteligente, siempre enterada de lo que sucedía. Su gentileza, buen humor e interés por todo, más una asombrosa memoria, nos admiraba. Su corazón estuvo siempre en la docencia que ejerció con pasión, y sus alumnos se lo recordaban cuando la encontraban caminando por Chacras a la “señorita Irene”.
Su casa fue siempre lugar de encuentro para familiares y amigos. Sus cumpleaños serán inolvidables. Todas las reuniones tenían el encanto y la gracia de su personalidad, el don de su amistad valorado y retribuido por todos.
Su amiga más cercana, Chela Cocucci dice de ella: “Yo no puedo callar el amor entrañable que sentí por su persona. Su bondad, simpatía y buen humor sorteaban todos los problemas. Fue un ser exquisito que se brindó dejando una estela luminosa que nos acompañará siempre”.
Nuestra memoria volverá a ella a través del recuerdo de su mesita de trabajo donde compartían importancia sus libros, el Evangelio, el Rosario y el tejido de los cuadraditos de lana que hacía para llevar a la parroquia.
Sin duda Irene se iluminará por siempre en ese rincón del estar, con vista al jardín, donde se sentaba con serenidad y paz, y la luz se posará en ella, y revivirá sus encuentros de amistad que compartimos y que añoraremos por siempre.
José Manuel Martín con su mamá la querida y bien recordada maestra de la Teresa O’Connor Irene Giovarruscio y Diego-Fredes.