Con la simple combinación de hierbas y yuyos medicinales, los monjes de la Abadía del Niño Dios, de Victoria, Entre Ríos han logrado asombrosos resultados para la remisión de muchas enfermedades. Aunque usted no lo crea…
Texto y Fotos: Carlos Carrión
El enorme campanario estilo florentino destaca desde el camino, apenas el peregrino llega al lugar. A pasos del kilómetro 12, de la ruta provincial 11, en Victoria, Entre Ríos, a metros del tío del Paraná y en una suave colina, aparece esa inconfundible silueta de la Abadía del Niño Dios. En sus puertas de madera un pequeño cartel reza que no se trata de un hotel ni de una residencia para turistas. Es que allí, en el convento de los monjes benedictinos, fundado el 30 de agosto de 1899, se cumple al pie de la letra, la máxima ora et labora (reza y trabaja). Rodeado por inmensos árboles y un halo de silencio y tranquilidad, los relojes parecen haber detenido su marcha.
En la imponencia e inmensidad de sus galerías centenarias y el cantar de los pájaros, sus moradores -vestidos con largas sotanas, cíngulos blancos y sandalias-, custodian secretos que han perdurado por generaciones. De esa manera, los efluvios de licores medicinales compiten con las fragancias a menta, salvia, romero y otras especies de las quintas donde florecen plantas con asombrosos poderes curativos. El resultado de esos afanes son los licores Monacal: a los que se agregan la elaboración de miel, jalea real, propóleos y fitoterápicos.
El hermano Fermín es el anfitrión. Con certeras pisadas, acompaña al visitante por senderos tapizados de baldosones prolijamente ensamblados. En un ambiente ascético, despojado de lujo y blasones, donde todo es orden y limpieza, resume las actividades cotidianas. Los momentos para la oración y la meditación de los monjes están íntimamente ligados con la atención de los peregrinos y huéspedes. La recorrida lleva invariablemente a la capilla que destaca por su iluminación natural. El sol entra generoso por grandes ventanales tapizados con vitrales. La imagen de San Benito de Nursia, fundador de la orden de los benedictinos, preside el ambiente con su báculo. A pocos pasos, una cripta subterránea muestra el altar en mármol de Carrara y la talla en madera del Niño Dios que data de hace 150 años.
El convento, de construcción sencilla, frente de piedra y dos pisos, remata en su parte más alta en una enorme cruz que lleva inscripto el año de su construcción (1905).
La tarea no queda circunscripta al ámbito de los claustros. En la ciudad, una escuela primaria y secundaria depende de la comunidad y en la propia abadía funciona un profesorado con carreras de nivel terciario, con títulos nacionales. Además, han promovido un barrio y un club social y deportivo.
El hermano Jorge Martínez Goicochea, alias “Mano Fuerte”, oriundo de Gualeguaychú, es el encargado de develar los misterios de aquel lugar como salidos de una novela de Umberto Eco. Sabe hacer de todo. Tocado por un sombrero de paja y zapatillas de básket de color rojo, cuenta su historia, simple como el sayo que viste. Trabajó 40 años como carpintero y hace 30 está dedicado a la fabricación de licores, que son su fuerte.
Primero, el vino de Hidromiel brotó de sus laboriosas manos, cuando hacía 10.000 litros por año; luego, elaboró miel, jalea real y cosechó el polen en miles de colmenas y ahora, sus afanes están puestos en el mundialmente conocido licor Monacal.
Con paciencia, siembra y cosecha hierbas en la huerta del convento; luego las selecciona y corta cuando están en flor. Las seca en un piso de madera y las guarda en grandes tarros de cartón debidamente rotulados. Poleo, cedrón, burrito, nacagüita, cambará, lucera, marsala, carnicera, verónica, carqueja, fresno, ceibo, etcétera, son algunas de las que el maestro usa para hacer la mágica pócima. Otras, que no existen en el lugar, las exporta desde Córdoba. Y así, agrega tomillo, peperina, salvia blanca, doradilla, hierba de laperdi. O simplemente las compra, como el anís, eneldo, comino, clavo de olor y tálamo aromático, aquí o en Centroamérica.
En su lugar de trabajo, enfundado en un delantal blanco, toca los yuyos, percibe su fragancia, los estudia detenidamente, prueba mezclas. No sólo continuó haciendo el néctar que distingue al convento benedictino con la fórmula original, sino que le agregó otras hierbas. Así, incorporó lúpulo, bayas de enhebro -uno de los ingredientes de la ginebra- y cáscara de roble. Empezó a vender una botella por día; después, tres y en invierno llegó a las cinco mil. Pero su trabajo no queda ahí, en la soledad de su pequeño mundo.
Hace docencia con los clientes a los que explica las propiedades de las hierbas que siembra como la corona de novia o aspirea hunmaria, tan común y que se cubre de flores blancas en primavera.
-¿Qué tiene de particular esa planta, hermano?
-Bueno, aunque usted no lo crea, el té de la coronita tiene una efectiva adicción sobre el cáncer y hasta levanta las defensas del cuerpo contra el sida.
-¿No me va a decir que con un simple té eso es posible?
- Así es. Muchos enfermos de cáncer me han mandado sus análisis, luego de tomarlo durante un tiempo, que mostraban cómo el mal había disminuido o desaparecido. Y no sólo para el cáncer.
-¿Para qué más?
-El reuma, artritis, aterosclerosis, el colesterol, las piedras de la vesícula y los riñones. El fresno es recomendado para la próstata; las hojas de ceibo eficaces para las várices porque restauran las válvulas de las venas. Los yuyos son todos curativos.
El relato vuelve a los licores. Degusta cada uno con un delicado paladeo. La rutina es simple. Con las hojas secas pesadas al gramo y puestas en un tacho grande, el hermano Mano Grande espera la orden de la administración del convento para comenzar el proceso de maceración. El pedido puede andar en las 1000 ó 1500 botellas. Algunos de los yuyos son muy perfumados y entonces hay que poner sólo un poco para que el sabor quede equilibrado y no sobresalga sobre otros, acota. Los deja 30 días bañarse en 300 litros de alcohol de cereales, maíz, arroz o etílico que consigue en Tucumán, Lomas de Zamora o Córdoba (Los analizamos a fondo y si no son puros, lo devolvemos), mezclados con 300 litros de agua, siete bolsas de azúcar, pan dulce y una damajuana de esencia. Luego, con el filtrado, agrega el colorante con o sin azafrán y finalmente embotella y etiqueta. Todo es artesanal y hemos llegado a envasar 28000 botellas por año.
La fórmula del Monacal recaló en Victoria allá por 1935, con el chartreuse importado de Francia. Pero un buen día, no la enviaron más y el hermano Eberle creó la que usan hoy. Nadie notó el cambio. También es de nuestra invención la miel ecológica porque sobre nuestros cultivos no hacemos ninguna fumigación.
Los productos de la abadía son apreciados en muchos países. Han llegado hasta la China y el Japón. Con el licor sucedió algo curioso. En Europa no lo querían porque decían que iban a preferirlo al de ellos. Pensábamos que exageraban y entonces le pedí al padre abad –que viajó tres años seguidos al Viejo Mundo-, nos trajese los mejores licores para compararlos con el nuestro, confiesa. Así, recibió el benedictino de Silo, del país vasco, España y que elaboran desde 1764; el chartreuse, de los cartujos, Francia, hecho con 120 hierbas; el Aromas, de Monserrat; el Strega, de Italia y otros de Brasil, Paraguay y Buenos Aires. Nos pareció que el nuestro era el mejor, dice casi sin soberbia.
Sin embargo, para salir de dudas lo hizo probar por Julio Aragón, químico de la droguería La Estrella. Le mandó las bebidas extranjeras y las que elabora en el convento en sus dos variantes, dulce y seco. Aragón los hizo degustar por los tres mejores catadores del país y algunos amigos. Los probamos a todos –contestó el experto-, y los de acá no tienen nada que ver con los europeos, son superiores. Muchas personas se han curado de gastritis y úlceras de estómago tomando una copita después de almorzar y cenar. Son muy saludables.
En su huerta, con pachorra provinciana, va describiendo los atributos y virtudes. Esta, es la savia morada para el estómago, los nervios y el intestino: esta otra, la Artemisa, diosa de los fenicios…, dice. El muestreo siguió sin solución de continuidad. El ajenjo del campo cura los parásitos y atenúa los efectos de la menopausia; el inca yuyo es buenísimo: los caciques incas lo tomaban para las alergias, urticarias, comidas pesadas, digestiones lentas y mataban a los súbditos que encontraban usándolo; el ambay es ideal para el asma -especialmente en los chicos- y la tos; el tomillo es recomendable para la tos convulsa y las borracheras; la congorosa o muérdago -aunque es una verdadera droga superior a estupefacientes como la cocaína o la morfina- es buenísima para el corazón, los dolores del cuerpo y el estómago.
No olvida a la salvia blanca, de exquisito perfume y que consigue en Córdoba, para el estómago y las células cerebrales; del seibo, para las várices -Recita la receta: hay que hervir cuatro hojas dos minutos y tomar el té todos los días, durante un mes y medio y verán los resultados-; la lavanda o espliego para el estrés y como potente energizante; el tilo, el ajenjo, la salvia oficinalis -Los romanos, que ya la usaban decían “¿por qué muere el hombre teniendo en sus jardines a la oficinalis? Si la bebiera no moriría nunca, explica-; el poleo quita el pellejito a las hojas y se coloca sobre heridas e infecciones que cura rápidamente. Y por último, entre muchas otras que no nombra, asegura que el cambará es ideal para bajar la fiebre puestas sus hojas en la frente.
Perdices y monjes
La orden benedictina está desplegada por todo el mundo. Cerca de 400 monasterios certifican su presencia de más de 1500 años. Entre ellas, la famosa de Montecassino, en Italia, destruida por las bombas de los B-17 aliados y reconstruida totalmente en 1956.
La abadía del Niño Dios es la primera casa benedictina de Hispanoamérica. Hoy, en la Argentina, funcionan cinco con monjes y monjas de la orden. A instancias del entonces obispo de Paraná, allá cuando nacía el siglo XX, un sacerdote de la diócesis tenía un amigo abad en Francia. Le contó la idea del prelado de levantar un monasterio en nuestro país y mandó dos monjes, los padres Gerardo y Fermín. Este, después de un mes, volvió a Europa e informó que “allá, en Entre Ríos, la plata se junta con pala y las perdices se agarran con las manos”. El entusiasmo de sus superiores fue tal, que al poco tiempo mandaron catorce monjes para la actual abadía.
Abadía del Niño Dios. Hospedería: Casa de Retiros y Encuentros
Ruta Provincial Nº 11 Km 12 – (3153) Victoria- Entre Ríos
Tel. 03436- 421 082 – Fax: 03436-423887
*Carlos Carrión
Ex corresponsal de la Agencia Francesa SYGMA –hoy CORBIS-SYGMA-, sus testimonios llegaron a las páginas de Time, Newsweek, The New York Time Magazine, The London Observer (Gran Bretaña), Le Express, Le Point, Paris Match, Le Figaro Magazine, Le Nouvelle Observatecer (Francia), Oggi, Le Expresso (Italia), Manchette, Reviú (Alemania), Mother Jones (Inglaterra), Hola (España) y distintas publicaciones de la Red O Globo de Brasil, de otros países como Rusia, Australia y, obviamente, Argentina.
Sus notas, de gran valor histórico, dieron la vuelta al mundo y ahora podrán ser disfrutadas por nuestros lectores.