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El amor en todos los sitios: En recuerdo del Trovador

Recordamos al querido Jorge Marziali con esta nota, publicada en abril de 2014. Hasta siempre, amigo.

En un rinconcito de Chacras vive Jorge Marziali.  Fuimos a visitarlo, tomamos mate, leímos poesía y conversamos sobre su libro, “El amor en otro sitio”.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Después de cien años de lluvia, puede verse el cielo en Chacras. Después de cien años agradecemos el sol con un entrecerrar de ojos y la sobreentendida unanimidad del silencio.

Hemos venido a buscar a Jorge Marziali, a conversar sobre ese reciente “paquetito de sentimientos impresos que rastrea en la oscuridad de lo desconocido” como él mismo lo llama. Vinimos a buscar al autor, y encontramos a un niño de pantalones cortos, tomando mate y recitando a viva voz la poesía que nunca lo abandona: la de las cosas olvidadas y los paisajes secretos, la de los hombres postergados.

Es una mañana de carnaval y en el patio de Jorge Marziali está  Marita Londra cebando mate, tres álamos blancos, y el recuerdo de una rosa que sin ningún adjetivo tiene la secreta belleza de la palabra “campo”. Así nomás, sin ornamentos. “A veces los adjetivos son un pretexto para no decir nada” propone Marziali. No sentencia, jamás apostoliza, apenas invita con educación a su interlocutor, a aceptar que la tierra es chata.

Tras saludarme retoma su lectura y continúa leyendo en voz alta sobre hombres y mujeres sonrientes que tienen el oro y el miedo a la muerte, y que mueren de miedo a morirse de miedo. Nos cuenta que con el tiempo se ha apartado de eso que podríamos llamar con algunas licencias “poesía social” en tren de distanciarse de la incomodidad de tener que, sí o sí, “decir algo”; de “tener que escribir en plural”. Confiesa haber sufrido estéticamente esto, de “haber perdido posibilidades de escribir” a causa de esto. “No se puede estar obsesionado con que se escribe para putear porque en tal caso uno escribe solamente cuando tiene ganas de putear. En este tiempo me he dado el gusto de escribir sobre un árbol o para una flor”. Porque a veces la poesía reclama nacer libre de pretextos, por muy nobles que sean.

El ejercicio del periodismo le ha dado la capacidad de “decir en dos oraciones lo que se puede decir en cincuenta”. “Los ritmos poéticos adquieren contundencia cuando se tiene capacidad de síntesis”, afirma. Y los niños (“el niño que llevo y que he tratado de cuidar”) le han otorgado en cambio, el gusto por lo ilógico, el placer de la sorpresa.

“El amor en otro sitio” es el título del poemario que ha publicado – en una edición preciosa con ilustración de tapa de Luis Freire- bajo el sello bonaerense “Flor de ceibo”. Aquí  “una casa, un zaguán, también son mundo”. Aquí el amor se da porque no se escribe, y la palabra “poesía” no está porque no hace falta. No la pronuncia por un “respeto antiguo” que le hace callarla. A veces dice “ritmo”, “metáfora”, “rima” y aún sumando esto cree no dar con ella. Aquí hay socavones, otoños que ya no se sabe dónde apilar, corazones alborotados, y preguntas vanas  que se responden con un silencio y un crujir de hojas secas en mitad de la noche. Aquí hay pocos adjetivos, porque no caben.

Del libro a la canción

Entre la poseía “de libro” y la letra de canción hay fuertes parentescos e insoslayables diferencias. Nos interesamos sobre este tema teniendo en cuenta que Marziali viene a publicar ahora, a sus sesenta y pico de años, su primer libro de poesía, luego de una larga y rica nómina de letras de canciones. “Hay textos que surgen con una orientación hacia la canción. Hay otros que uno no los imagina de esa manera. Éstos me surgieron como una manifestación del alma, sin sentirlos como canción” dice Marziali y refuerza: “Salir del mundo posible de la canción y entrar al mundo posible del texto poético. Eso se ve más que con el primer verso, con el deseo. En ambas operaciones hay eso que él llama “una pulsión de dejar salir cosas”. “Los finales nacen solos, y se redondean con la técnica” dice el cantautor que escribe de un tirón y casi sin corregir.

Quiero saber a dónde cree ir cuando empieza, si conoce de antemano el rumbo que tomará el verso. Tuerce la cuestión y explica gráficamente que la poesía es como el insulto o como el cortejo a una mujer: primero se siente, se intuye la intención, se inicia apenas, y sobre la marcha se va viendo.

Trabaja en verso libre, en sonetos, y en coplas -que es con lo que se siente más cómodo-. Tiene una enorme aptitud para explicar los asuntos más complejos de la manera más gráfica y sencilla.  Compara la metáfora con la pimienta: “jamás se echa todo el tarro”.

Giras por el interior del país, recitales en Europa, va y viene de Buenos Aires a Mendoza,  recibe el dictado de ambos paisajes, y nos regala sus canciones (y sus poesías) con la frescura de un hombre antiguo que de tanto vivir se hizo niño.

11

Ahora sé que amé siempre

la luz que no entregabas.

Y no era para menos:

estabas encendida bajo edredón oscuro

obligándome, apenas,

a disponer de intuición herrumbrada.

(A mí también me mojan

miserias cotidianas)

12

Te dirán qué es lo bello

oscuros hacedores de borrosas bellezas.

Pero cuando transites con tu risa de libre

los mismos hacedores

no te verán desnuda como siempre caminas.

Por tanto

no harán ofertas de togas con resedas

ni trajecitos sastre.

Dirán “¡qué mal vestida…!”

Y no intentarán nada.

Nota: “El amor en otro sitio” de Jorge Marziali, puede conseguirse en el puesto de revistas de Correvedile.

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