En 1854 el presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, le ofrece al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos, que hoy forman el Estado de Washington. A cambio promete crear una reservación para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855. En un párrafo de su sabia carta dice: “Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Hay una unión en todo. Lo que ocurra en la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido lo hará a sí mismo”. (Biblioteca Digital Ciudad Seva).
Muchas veces hemos escrito en este espacio sobre distintas efemérides. Siempre dijimos que el sentido de ellas es recordar un día especial: el de la madre, el de la independencia, el del amigo, etc… y también insistimos en el concepto de que todos los días deberían celebrarse siempre y no según el calendario. No recordar a las madres sólo en su día, no sentirnos más patriotas el día de la independencia ni más amigos el día del amigo. El comercio gana mucho dinero auspiciando y promoviendo estos festejos…
El 5 de junio pasado fue el día fue el Día Mundial del Medio Ambiente, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1972 y se celebra en todo el mundo desde 1974. Por ese motivo elegimos como título de esta Editorial ‘El día de todos’. Porque no se conmemora el día de alguien que desempeña un rol determinado: padre, madre, amigo, patriota, etc. Todos somos el medio ambiente: los árboles, los animales, el agua, el viento, las tormentas, el cielo, el silencio fuera de las urbes… Pero también nosotros: los humanos que nos jactamos de ser los únicos seres racionales del planeta. Y esta pretensión de superioridad nos está llevando a un marcado deterioro de nuestra casa: la Tierra. Los países hegemónicos del mundo prometen y no cumplen. A los Estados Unidos y a su presidente no le interesa respetar tratados internacionales para bajar el índice de calentamiento global del planeta. Porque sus industrias les dan riquezas no importa a qué costo. Siguen contaminando y produciendo cada día más enfermedades y acelerando fenómenos naturales catastróficos como grandes inundaciones, desertificación y muchos más…
Nos sentimos muy ajenos a las decisiones que toman los mandatarios o los gobiernos. Siempre los cambios, al principio casi invisibles, comienzan con actitudes o proyectos personales. Si cada uno de nosotros aporta su cuota de respeto a nuestra madre tierra las cosas irán mejorando. Y nos referimos a cuestiones elementales como no arrojar botellas ni algún otro tipo de basura a las acequias, no derrochar litros de agua potable para darnos una simple ducha, no prender fuegos a las hojas amontonadas en la calle. En fin, solo se trata de ser conscientes de que no somos los dueños del planeta sino meros y casuales habitantes. Nadie en su sano juicio destruiría su propia casa. Es más, gastamos dinero para asegurarla contra incendio, robos, catástrofes… Pero nadie paga nada para mantener la casa de todos: nuestra madre tierra.