Herramientas para cuidar nuestro planeta: Huella ecológica, de carbono e hídrica

Por Bárbara Civit*

Un modo de saber cuál es el impacto del paso de la humanidad por la Tierra es medir su huella. Recientemente resuena en diversos ámbitos la Huella de Carbono, íntimamente ligada a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y al cambio climático. Sin embargo, la idea de conocer la huella de las acciones humanas se remonta a finales del siglo pasado, cuando tuvo origen el concepto de Huella Ecológica.


Wackernagel y Rees, en 1996 la definieron en su libro llamado Nuestra Huella Ecológica: reduciendo el impacto humano sobre la Tierra como “una medida de la carga impuesta por una población dada a la naturaleza”. La Huella Ecológica relaciona los consumos y las emisiones con la superficie del planeta que se necesita para proveer los recursos consumibles y absorber las emisiones y residuos generados -capacidad biológica o biocapacidad-. Se expresa en hectáreas globales por habitante (gha/hab), siendo 1 hectárea global una medida de la capacidad biológica promedio de todos los ecosistemas del planeta en un año dado. Es una herramienta que ayuda a los países a comprender su balance ecológico y les da los datos necesarios para gestionar sus recursos y asegurar su futuro.

De acuerdo con el Atlas de Huella Ecológica de 2010, muchos países tienen déficit ecológico, es decir, sus huellas son más grandes que su capacidad biológica. Esto significa que están, o bien consumiendo recursos de otras regiones, o bien consumiendo sus propias reservas, y ninguna de las dos opciones es sostenible en el tiempo. También hay países que tienen superávit, siendo justamente éstos los que abastecen a los países deficitarios.

Otras huellas: Huella de Carbono y Huella Hídrica

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) desde hace tiempo alerta e informa sobre las variaciones que se están produciendo en el clima mundial y su relación con las emisiones antrópicas de GEI. En su informe de síntesis 2007, el IPCC sugiere que la “variación de las concentraciones de gases de efecto invernadero y aerosoles en la atmósfera, y las variaciones de la cubierta terrestre y de la radiación solar, alteran el equilibrio energético del sistema climático”.

Por otra parte, menciona que la cantidad de emisiones de GEI de origen antrópico ha aumentado en un 70% entre 1970 y 2004. El dióxido de carbono (CO2) es el GEI antrópico más importante, para el cual se incrementó sus emisiones en un 80% durante ese mismo período. También afirma con muy alto grado de confianza que “el efecto neto de las actividades humanas desde 1750 ha sido un aumento de la temperatura”. Ante esta realidad surge la idea de medir la huella de gases de efecto invernadero, la que se conoce como Huella de Carbono, y se define como la cantidad neta de gases de efecto invernadero emitidos por un producto, un individuo, una organización o una nación en un período de un año. Se expresa en toneladas de CO2 equivalente.

El concepto de la huella de carbono ha captado el interés en el campo de los negocios, de los consumidores y también de los tomadores de decisión. Es más, muchos inversionistas consideran la huella de carbono de sus clientes como un indicador de riesgo de inversión. Es por ello que, conocer la huella de carbono de un producto u organización y poder certificarla de acuerdo a los estándares internacionales, se ha convertido en una estrategia no sólo de protección del ambiente sino de competitividad de mercado.

¿Y el agua?

Ahora nos preguntamos, ¿qué pasa con el agua, ese recurso que en numerosos sitios del planeta es escaso y en otros está afectado por diversos grados de contaminación?

El uso eficiente del agua y el control de su contaminación forman parte del propósito de alcanzar la sostenibilidad, ya sea de una empresa, ciudad o nación. Hoekstra y Chapagain en 2007 definieron y desarrollaron una herramienta que calcula el consumo directo e indirecto de agua por parte de un consumidor o un productor a la que llamaron Huella Hídrica -también conocida como huella hidrológica-. Es decir, cuantifica el volumen total de agua consumida y/o contaminada por unidad de tiempo que se usa para producir un bien o un servicio, que consume un individuo, una comunidad o una fábrica.

Este modo de cálculo nos indica, por ejemplo, que tomar un pocillo de café equivale a consumir 140 litros de agua o que comer 1 kg de asado representa tomar 16000 litros de agua, porque se tiene en cuenta toda el agua utilizada en los procesos involucrados en la cadena de suministro del producto. Entre los países que se encuentran comprometidos en reducir sus huellas se puede mencionar Holanda, Francia, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, entre otros.

Por otra parte, es notable el número de compañías multinacionales que cuentan con políticas estrictas de control de emisiones, reducción de la huella de carbono y huella hídrica con sede en los países centrales. Sin embargo, cada vez más empresas buscan reducir sus impactos porque las posiciona favorablemente frente a otras en la competencia por un lugar en el mercado.

La huella del vino

La vitivinicultura es una de las principales actividades de las economías regionales del oeste argentino.

La industria del vino en la provincia de Mendoza representa el 50 por ciento del PBI agrícola y cuenta con un nivel de desarrollo que ha logrado conquistar tanto el mercado interno como el externo. En la actualidad, prácticamente todos los vinos mendocinos se elaboran con tecnología de punta e instalaciones adecuadas a ella.

Esta inversión en tecnología, que antes podía representar una oportunidad de crecimiento, es hoy indispensable para mantener la competitividad. Por ello es importante que las bodegas cuenten con indicadores como la huella de carbono y la huella hídrica para certificar sus procesos productivos y productos, no sólo para incrementar sus ventas sino para mantener las existentes, ya que el mercado se ha vuelto más estricto a la hora de seleccionar los productos, favoreciendo aquellos más benignos con el ambiente.

Muchos inversionistas consideran la huella de carbono de sus clientes como un indicador de riesgo de inversión. Por ello se ha convertido en una estrategia no sólo de protección del ambiente sino de competitividad de mercado.

*Ing. Química, Dra. en Ingeniería – UTN Facultad Regional Mendoza – INCIHUSA – CONICET – e-mail: bcivit@frm.utn.com.ar


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