Cada vez más, en este mundo ajetreado, encontramos personas solas, con rostros tristes y miradas perdidas. Están sentadas en el banco de una plaza o en algún bar. Tal vez no tienen con quién hablar ni con quién compartir sus pocas esperanzas. Y esta soledad, cada vez más frecuente, nos convierte en seres parcos, enjutos, indiferentes.
Seguramente nadie tiene ‘un millón’ de amigos, pero sí algunos pocos y buenos. A esos pocos es los que hay que cuidar y cultivar. No deberíamos nunca dejar por descontado que un amigo ya es por siempre y que por siempre lo será. La amistad es un regalo extraño.
Un hombre o una mujer nos brinda parte de su alma, nos la regala sin pedir nada a cambio, siembra dentro nuestro algo de su vida que quiere compartir. Es esa simiente la que debemos proteger y mimar. Porque los amigos surgen de la casualidad, no son buscados ni inventados. Un día aparecen y se instalan a compartir nuestras vidas.
Pocos días atrás festejamos “el día del amigo”. Muchos bares y hogares fueron el sitio elegido para congregarse. Comer y beber abundantemente. Estas reuniones son magníficas, divertidas y necesarias. La propuesta es pensar la amistad desde otra perspectiva.
No sólo festejarnos entre nosotros, los que nos sabemos amigos y disfrutamos de esa dicha, sino tratar de amigarnos con otras “cosas”. Ser amigos del medio ambiente, por ejemplo, abrazarlo imaginariamente y agradecer su aire y su agua y sobretodo protegerlo de sus enemigos. ¡Qué mejor amigo que un arroyo de aguas cristalinas que bajan desde la montaña sin contaminar!
¿O la sombra de un bosquecito de álamos en medio de una larga y agotadora travesía? En nuestro caso, particularmente en Chacras de Coria, sería indispensable amigarnos con nuestro pueblo. Desde hace algunos años vemos con indiferencia el deterioro que éste viene padeciendo. Como si lo hubiésemos dejado de querer, como si él nos hubiese hecho algo a nosotros para dejar de quererlo, para no sentirlo más como un amigo. Y así transitamos por sus veredas rotas, por sus calles atestadas de camiones y autos vociferantes de bocinas, con la indiferencia propia del que no rememora a su amigo de toda la vida.
Nuestro pueblo no tiene culpa alguna, somos nosotros los que dejamos de ser amigables con él. Pero siempre hay alternativas de reconciliación. No es un mero pedir perdón por las omisiones o errores ya cometidos sino de abrazarlo y encarar una nueva relación para que Chacras vuelva a ser aquel fantástico pueblo amistoso. Y no olvidar nunca que la amistad es una mágica sinfonía compuesta a dúo.