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Martín Ortiz, el zapatero de Chacras

Sentado a la mesa con sus herramientas y vigilado por su perro, que responde al llamado de Amor sin destino, Martín Ortiz lustra unas botas negras con tachas y afloja la mirada del cuero para ver quién viene. “Del Correveidile”, aclaramos. Pronto deja el trabajo y sale de su banqueta de madera para sacarle el candado a una reja. Su casa es una de las pocas que quedan de cuando el Ferrocarril General Belgrano pasaba por la estación Paso de los Andes. “Chacras era hermoso en aquella época; uno de los puntos más lindos para vivir, tenía las mejores vistas”, recuerda el hombre nacido en San Luis el 29 de julio de 1937.

Criado en Santa Rosa, una ciudad ubicada al noreste de la provincia limítrofe, Martín llegó a Mendoza atraído por una serie de “changas”, allá por fines de los ´50. Una década más tarde, formaba parte de los trabajadores del Ferrocarril, donde además de cumplir su rol de soldador de aluminio térmico en la Cordillera -antes de su traslado a Luján-, arreglaba los calzados de los hombres de la cuadrilla. Después de años de trabajo, fue transferido a Chacras, donde le dieron una casa, realizó cursos de albañilería y tuvo cinco hijos: Pedro, José, María, Antonia y Gabriela. Más tarde llegarían los nietos y los bisnietos.

A pesar de tanta descendencia, Martín pasa sus días en la soledad del pueblo, rodeado de su perro y la presencia de María Inés Espinosa Ruiz, su compañera de vida, una chilena que se emociona cuando habla del “viejo”. El zapatero de Chacras fue también parrillero de los históricos lugares de comida El Lomo Loco y La Casona, donde vio pasar a Estela Raval, el Trío San Javier o Los Chalchaleros, entre otros músicos de la época. Desde 1991, recuerda, se dedica al arreglo de calzados. “Tengo clientes muy amables. A veces lo malo de mi oficio es tener los pedidos listos y que no los vengan a buscar”, dice, y señala una pila de zapatos, botas, carteras y bolsos que esperan el retiro de sus dueños.

Martín y María Inés se conocieron hace 13 años. Él trabajaba en su casa-taller y ella en el servicio doméstico de una familia vecina. Ella pasaba a dejarle los zapatos para arreglar y un buen día él la invitó a quedarse. A él le diagnosticaron diabetes y llevaba como podía su desviación de columna. Ella no tenía a nadie, apenas arrastraba las tristezas de su pasado en Chile y el encierro propio de un analfabetismo sentido al que aceptó como una realidad irremediable. A ella no le gusta salir, por el contrario, siembra en la tierra zapallos gigantes, tomates que brillan de rojo y pimientos que crecen dulces como el amor que le declara.

“Yo lo cuido más que a un niño porque si a él le pasa algo, no sé qué será de mí en esta vida. Martín es todo para mí, a pesar de que a veces sea un poco desobediente”, dice María Inés entre lágrimas. Él la mira en silencio y asiente: la llama “vieja”, “mi amor”, “negrita”. Hace cinco años creyeron ver la muerte de cerca, cuando dos mujeres armadas los asaltaron. Piensan que les dieron algo de tomar hasta dejarlos dormidos. Cuando ella vio su estado de somnolencia, tomó de inmediato el líquido en la taza. “Si él se muere, yo me voy con él”, pensó ella en medio del susto. “Las joyitas de mi madre, la platita que teníamos, todo, todo se llevaron”, cuenta María.

Unidos por la compañía, el amor y el cuidado, pasan sus días en la rutina chacrense. Él disfruta de su oficio y tiene una mesa abarrotada de herramientas: martillo, pinzas, alicate, tijera, cuchillas y máquina de coser incluidas. “Con tal de trabajar, cualquier cosa”, dice el hombre de pocas palabras, que reúne a clientes de Luján y de Ciudad, de las tiendas, de la Municipalidad, de la policía. A Martín vienen los zapatos con historia, algunos de tanto caminar, otros de antaño, algunos sobrios y serios como sus dueños, otros alegres y coloridos. Calzados de trabajo y para salir, carteras coquetas y bolsos de uso diario. Vendrán a él los pares en desuso y volverán a los pies radiantes, con las huellas del zapatero de Chacras.

Martín Ortiz, el zapatero de Chacras

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