Illia: ¿Honesto? Sí, pero además un gobernante eficaz y transformador

El próximo martes se cumple medio siglo del derrocamiento del presidente Arturo Illia, tras poco menos de 3 años de administración. Fue el 28 de junio de 1966 el día en que la Junta Militar, con Juan Carlos Onganía a la cabeza, ponía fin al gobierno democrático y radical de ese momento.

Fuente: Unión Cívica Radical

El Presidente Arturo Ilia salió de la Casa Rosada en la madrugada del 28 de junio de 1966, subió al taxi que lo esperaba y se dirigió a la casa de su hermano porque él no tenía una propia. En el sillón presidencial se apoltronaba el dictador Juan Carlos Onganía. Una vez más la institucionalidad del país era quebrada.

Los golpistas tenían excelentes motivos para derrocarlo. Él, no respondía a sus intereses. No negociaba con militares antidemocráticos, no se arrodillaba ante el poder económico nacional e internacional, y no se prestaba a hechos de corrupción de ninguna índole. Claramente, para ellos, no podía seguir gobernando.

Los que usurparon el poder, no encontraron acto alguno que justificara el derrocamiento y por ende escribieron una historia oficial que pretendió dejar al presidente Illia como un anciano bueno y honesto que no tenía carácter para hacerse cargo de un país. Una canallada de las más tristes de la historia nacional.

El médico rural que había sido diputado nacional y gobernador electo de la provincia de Córdoba, sabía muy bien como gobernar el país. Y lo hizo. Impresionan los datos económicos de su corto período de gobierno: reducción de un tercio de la deuda externa, crecimiento del 20% del PBI y del 35% del Producto Bruto Industrial, inversión de un 23% del PBI para educación, reducción del 8% al 5% de la desocupación.

El demócrata insobornable que levantó la proscripción que pesaba sobre el peronismo y en contra de las presiones militares y de sus propios intereses políticos permitió que se presentara a las elecciones legislativas de 1965 –y las ganara – no era un hombre sin carácter. Tenía la convicción y el coraje para poner la democracia por encima de todo lo demás.

El mandatario que inició la comercialización de granos a la China comunista, anuló los contratos petroleros con empresas extranjeras y se enfrentó a los poderosos laboratorios con la ley de medicamentos, plantándose ante el mundo como un país verdaderamente soberano e independiente de cualquier potencia, no era un improvisado. Era un estadista que sabía qué potencialidades tenía la Argentina.

Es muy conocida una frase del presidente Illia: “Si la política es alejada de la fuerza de las ideas, se convierte única y exclusivamente en el ejercicio del poder”. El sabía lo que quería. Tenía sus ideas claras y la vocación y el coraje para concretarlas.

Argentina vivió sus peores años durante el período histórico en que los golpes militares se convirtieron en una herramienta de acción política que aunque ilegal, validó gran parte de la sociedad. Los 53 años transcurridos entre 1930 y 1983, no solo fueron años de inestabilidad, sino también de profundo retroceso nacional. Perdimos allí el sentido de la legalidad, la idea de progreso y el valor de la tolerancia y respeto a la diversidad política. Perdimos allí, nuestro carácter democrático.

Pero en esos años hubo un presidente que sin grandilocuencia marcó un camino de paz, progreso y democracia, tres valores que en esos cincuenta años, solo convivieron en su gobierno; tres valores que son esenciales para el desarrollo de una sociedad moderna. Ese hombre fue Illia, tal vez el mejor presidente que haya tenido la Argentina.

Hace cincuenta años, los prepotentes nos privaron a los argentinos de un período de crecimiento que hubiera cambiado la historia. Los argentinos no supimos advertirlo y lo permitimos, que no vuelva a ocurrirnos.

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