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El día que Piazzolla tocó junto a Gardel

En La Vitrola de este mes, contamos la increíble historia que unió a este músico revolucionario, que por entonces tenía trece años, con el cantor emblemático de los argentinos: Carlos Gardel.

Un Piazzolla niño canillita, en la filmación de “El día que me quieras”, junto a Gardel en Nueva York.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Los Piazzolla en Nueva York

Desde principios de los años 20 la familia Piazzolla, oriunda de Mar del Plata, se había radicado en  Nueva York. Vicente “Nonino” Piazzolla, su esposa Asunta y su pequeño Astor se establecieron en un modesto departamento de la calle St. Marks Place, en la zona de Greenwich Village, un barrio poblado de inmigrantes y artistas, a pocas cuadras de Broadway.

Ése fue el escenario donde Astor aprendió a cruzar solo las calles e hizo sus primeros amigos. Al cumplir nueve años de edad, y advirtiendo su gusto por la música, “Nonino” le obsequió un bandoneón que había comprado por unos pocos dólares, y que le permitió al joven Astor emprender sus primeros estudios musicales.

Corría el año 1934. Manhattan era en un vaivén de magnates, mendigos y automóviles. Nueva York recibía a Carlos Gardel, ese elegante morocho que con su voz y su sonrisa estaba conquistando el mundo. Había sido contratado para filmar la película “El día que me quieras” y permanecería en la ciudad hasta terminar su trabajo.

“Nonino”, sabiendo que Gardel estaba en Manhattan, mandó a su hijo Astor a llevarle una artesanía en madera hecha por sus propias manos, a modo de obsequio.

Gardel recibió el presente y congenió inmediatamente con el niño argentino quien le contó que tocaba el bandoneón. “¿Cómo se dice Carlitos en inglés?”, preguntó risueño, el Zorzal. A lo que Astor respondió con seguridad: “¡Charlie!”, arrancándole seguramente una sonrisa al ídolo de la canción rioplatense. Carlitos le retribuyó su generosidad regalándole dos fotos, una para “Nonino”, su padre, y otra para él, con una dedicatoria cuya lectura causa un inevitable estupor por sus connotaciones premonitorias: “Al simpático pibe y futuro gran bandoneonista”. El morocho del canto angelical y la sonrisa inigualable, había firmado con tales palabras, una inapelable sentencia. Desde ese momento, se hicieron grandes amigos, y Astor se transformó en el traductor y guía turístico de Gardel.

Astor conducía por la ciudad al cantor criollo y a sus guitarristas. El barrio italiano, las grandes tiendas de Manhattan donde Gardel hacía importantes compras de zapatos y camisas, y los trayectos a Long Island hasta los estudios de filmación Paramount, eran algunos de los lugares donde el niño Astor los llevaba. Era febrero de 1934, “la peor nevada del año, dos metros de alto y 10 bajo cero” recordaba el bandoneonista, cuando oficiaba de traductor de piropos a las mujeres que querían conocer a Gardel.

Decía Piazzolla en una carta que le escribió a Gardel, por supuesto ya fallecido, en 1978. “Te mostré toda mi ciudad (estaba orgulloso de saber tanto; también… hacía once años que vivía allí), sobre todo mi barrio, Greenwich Village, adonde te llevaba a conocer las mejores cantinas italianas, y vos, con problemas de busarda, te cuidabas; sin contar las veces que viniste a casa donde probaste los ravioles de la nonina Asunta, además de un final de buñuelos de membrillo.”

Cuando Gardel lo escuchó por primera vez tocar el instrumento, le dijo: “¡Pibe, vos tocás el bandoneón como un gallego!”. Claramente poco sabía de tango ese muchacho de trece años en pleno Nueva York. Poco sabía de arrabales porteños, cafés, cabarets y de los gigantes de la música que caminaban por entonces la noche de Buenos Aires. No tenía en su mente los acordes  de “El Choclo” o “La morocha”. Él tenía a Bach, tenía “Un americano en París”, y la “Rhapsody in blue”  de un Gershwin majestuoso. Esos nombres y esa música merodeaban en la cabeza del joven Astor Piazzolla.

“Para entender y amar a Gardel, uno tiene que haber pasado por Buenos Aires, conocer el mercado de Abasto, y yo sólo era un chico de trece años que vivía en New York. Ni siquiera tocaba bien un tango en el bandoneón” contaría luego el exquisito músico marplatense.

Piazzolla, el canillita

En agradecimiento a su joven guía y eficiente traductor, y por la amistad que habían hecho, Gardel le ofreció al “pibe” un modesto papel en la película “El día que me quieras” que estaba filmando en esos momentos. Se trata de una breve escena donde interviene Piazzolla haciendo de “canillita”. Segundos nada más, donde se dejan ver juntos, el máximo símbolo popular de nuestro país, arquetipo de “argentino” y de cantor clásico de tangos, y el músico que revolucionó el mismo género y se hizo mundialmente conocido.

Una noche, al terminar la filmación de “El día que me quieras”, Gardel organizó un asado en honor a los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. El pianista, Alberto Castellanos debía tocar el piano y el “pibe” Astor, el bandoneón, para acompañar al cantor y anfitrión. Algo inesperado sucedió: el piano era muy malo, probablemente haya estado en malas condiciones. Así fue como el acompañamiento de piano y bandoneón no fue posible y quedó Astor solo, con su instrumento. Era la primera vez que Piazzolla tocaba un tango, y lo hacía, acompañando a Carlos Gardel. Así debutaba Piazzolla en el tango, con ese cantor. Carlitos miró al niño bandoneonista y le dijo: “Ahora poné la música de Arrabal amargo y dale con todo”. Había nacido el dúo Gardel-Piazzolla.

Gardel, Le Pera y sus guitarristas partieron rumbo a Hollywood. Desde allá Carlitos envió, según recordaba Piazzolla, dos telegramas para que el bandoneonista de escasos catorce años, se uniera a ellos.  Sus padres no le dieron permiso y el sindicato de músicos tampoco. Al poco tiempo, el cantor  y su equipo continuarían su gira en Colombia y vendría el fatídico vuelo Medellín-Cali, donde  Carlos Gardel perdería la vida. Piazzolla no estuvo allí por un milimétrico cálculo del destino. “Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa” le escribiría Astor más tarde, en broma y con un dejo de nostalgia.

Una orquesta de arpas y bandoneones

En la carta mencionada, Astor le escribe: “Estoy seguro de que siempre estarás mirándonos de allá arriba y pensarás que te hubiera gustado cantar los grandes tangos del 40: además yo hubiera escrito para vos y te hubiera hecho los arreglos y tocaría el bandoneón. Matamos, Charlie. Lo único que no quisiera usar en la orquesta es el arpa. Allá tendrás una colección de todos los colores. Vos que conocés a los ángeles, ¿por qué no les pedís que cambien el sistema y metan algún bandoneón en la orquesta?” Y cerraba Piazzolla evocando otros entrañables nombres: “Mirá que están el gordo Pichuco, Maffia, Laurenz. Me estoy entusiasmando demasiado y prefiero esperar un poco para ser yo quien organice esa orquesta. Algún día nos encontraremos en el último piso. Esperame, pero… no te mueras nunca”.

El 4 de julio de 1992, luego de una larga agonía, el bandoneonista que revolucionó la música nacional, y llegó a todos los rincones del mundo con su arte, emprendió esa larga gira que lo reuniría “en el último piso” con Pichuco, y con su amigo, mentor y compañero de aventuras neoyorquinas… Carlos Gardel.

1 Comentar este artculo

  1. MYRTA ARONA Dijo:

    Maravillosa semblanza conocí desde pequeña esta historia narrada por mi tío político ELVINO VARDARO que fuera primer violín del maestro PIAZZOLA.

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