Archivo | abril 19th, 2015

El siglo de Troilo (Primera parte) -->

El siglo de Troilo (Primera parte)

No es una exageración decir que en Pichuco se resume buena parte de toda la historia del tango. En La Vitrola cerramos los festejos por el centenario de Aníbal Troilo con un detallado estudio sobre su carrera, su obra, sus conjuntos y la evolución de su legendaria  orquesta.  Aquí la primera parte de este viaje al corazón del tango, de la mano de Nicolás Sosa Baccarelli.

Se trata del más completo bandoneonista de cuantos hayan transitado la historia del tango. Pero también de “el mejor director que tuvo no (solamente) el tango, sino la Argentina” según la expresión de Horacio Ferrer.  Su estilo está emparentado con los de Pedro Maffia, Pedro Láurenz y Ciriaco Ortiz. “Decareano” por herencia y tradición, su obra es un estuario donde convergen casi todas las corrientes musicales  que lo anteceden, y un campo fértil donde germinó el tango de vanguardia en su más alta expresión.

Su orquesta fue un semillero de talentos, de músicos de avanzada (Astor Piazzolla, por ejemplo, se hizo a su lado), de arregladores descollantes,  de cantores legendarios formados  con y por él. Provisto de un delicado sentido del buen gusto, cultor de un estilo tan canyengue como refinado, supo deleitar a un público masivo sin descuidar jamás la línea evolucionista que lo conservará siempre entre los nombres consagrados de nuestra música.  Es que el desarrollo musical de Aníbal Troilo puede tomarse como un caso emblemático y fiel de toda la evolución del tango. Acaso esa circunstancia justifique doblemente este homenaje.

Eligió a los mejores arregladores de su tiempo, entre los cuales se destacaron Argentino Galván, Astor Piazzolla, Héctor María Artola, Eduardo Rovira, Julián Plaza, Emilio Balcarce y Raúl Garello. Sin embargo y sin perjuicio de la libertad con la que trabajan – según señalaban sus músicos- él era el verdadero artífice de los arreglos (famosa era la goma de borrar con la que Pichuco preservaba el estilo de su orquesta, dando a sus arregladores lecciones de sencillez y de belleza). Maestro de los silencios, de los matices, hizo del tango una liturgia pagana donde la revelación era un gesto: un entrecerrar de ojos que lo dejaba solo en medio del mundo…  “o con todos, que es lo mismo”, confesó una vez.

Junto a Carlos Gardel, el pueblo argentino lo elevó con total justicia a la dimensión de mito. Su carisma, su alma bondadosa y querendona despertó, desde siempre y para siempre, un unánime y desmesurado sentimiento de amor. “Troilo fue una de esas personas que no se puede tratar sin quererlas, y por el cariño a Troilo muchos habrán amado también al tango”, dijo una vez,  José Gobello.

Comienzos

La anécdota es conocida. A los 9 años, en un picnic, tuvo por primera vez un bandoneón en las rodillas. La atracción por ese misterioso instrumento fue definitiva. Le insistió a su mamá para que le comprara uno. Pagó 140 pesos de entonces, a pagar en 14 cuotas, pero luego de la cuarta, nunca nadie pasó a reclamarles el resto. Tomó seis meses de clases con un modesto profesor del barrio: Juan Amendolaro.  A sus 11 años puso por primera vez un pie sobre un escenario: fue en el Petit Colón de Córdoba y Laprida. Tres años después integró una orquesta de señoritas, luego armó un trío con Miguel Nijensohn y Domingo Sapia, y un quinteto de corta vida. En 1930, teniendo 17 años, se incorpora  al renombrado sexteto conducido por el violinista Elvino Vardaro y el pianista Osvaldo Pugliese. Presumimos que aquí conoció al destacado bandoneonista Ciriaco Ortiz, que tanto influiría sobre su forma de ejecutar el instrumento: ese fraseo que eriza la piel con dos notas. El segundo violín del conjunto era Alfredo Gobbi (hijo); es decir, a los 17 años ya había iniciado su carrera profesional de la mejor manera y entre verdaderos popes del tango. Lamentablemente de este sexteto no quedó ningún registro discográfico.

Preludio

Esta etapa de su carrera, anterior al debut de su orquesta típica, presenta algunas zonas oscuras de escasa documentación. Se sabe que por estos años Pichuco recaló fugazmente en la orquesta de Juan Maglio (“Pacho”), y que a mediados de 1931 integró la orquesta “Los Provincianos” (donde también estaba tocando Ciriaco Ortiz). Se trataba de una formación orquestal organizada por el sello discográfico Víctor, para realizar grabaciones. Luego pasó también por corto tiempo (y a veces en forma simultánea) por varios conjuntos: la historia del tango no es (en realidad, ninguna historia) una línea cronológica recta, pareja e ininterrumpida. La historia de las orquestas típicas es un entramado de discontinuidades, rupturas, y simultaneidades que la hacen compleja y todavía más apasionante.

Pasó, decíamos, por diversos conjuntos. Entre  éstos se destacan los nombres de Julio De Caro, Juan D’Arienzo, Angel D’Agostino, Irusta-Fugazot-Demare, Luis Petrucelli. También pasó por la Orquesta Típica Víctor, y formó parte del Cuarteto del 900, con el acordeonista Feliciano Brunelli, Elvino Vardaro y el flautista Enrique Bour.

El último peldaño en el empinado trayecto hacia el debut de su orquesta propia fue la orquesta gigante de Juan Carlos Cobián, en los carnavales de 1937.

Todo el mundo al Marabú

Quien haya pasado caminando por Maipú 359 la tarde del 1 de julio de 1937, habrá leído en la puerta de la boîte Marabú el siguiente letrero: «Hoy debut: Aníbal Troilo y su orquesta», y debajo: «Todo el mundo al Marabú / la boîte de más alto rango / donde Pichuco y su orquesta / harán bailar buenos tangos».

Veintidós años tenía cuando debutó con su orquesta. La formación era la siguiente: Troilo, Juan Miguel “Toto” Rodríguez y Alfredo Giannitelli (bandoneones); Reynaldo Nichele, José Stilman y Pedro Sapochnik (violines); Orlando Goñi (piano); Juan Fasio (contrabajo). (Durante ese año Nichele es remplazado por Hugo Baralis, después Nichele volverá a sumarse). Cantor: Francisco Fiorentino. Aquí empezaba otra historia.

Si bien suele decirse que la década del ‘40  (la “década de oro” del tango) comienza en 1935 con el debut de la orquesta de Juan D´Arienzo (este hecho marcó un resurgimiento del tango –especialmente el bailable- en un momento en el que parecía estar perdiendo algunos terrenos) lo cierto es que el debut de la orquesta de Pichuco, con la voz de “Fiore”, representan un hito definitivo en la historia del tango, y, musicalmente hablando, el verdadero anticipo de los años dorados.

Troilo y “Fiore”

Fiorentino fue, sin dudas, el arquetipo del cantor de orquesta, donde Troilo ensayará la fórmula con la que tratará a casi todos sus cantores: un delicado equilibrio entre el protagonismo – cuando corresponde- y  la convicción de que la voz, por muy buena que sea, es “un instrumento más de la orquesta”. Aquí no hay contradicción alguna. Con algunos modestos antecedentes, Troilo inventa la figura del “cantor estrella”, ya no el apagado estribillista que aparece, canta dos estrofas y desaparece, sino el “cantor- figura” que interpreta la letra íntegra, con introducción, puente y cierre por la orquesta, y que la gente terminará aclamando. Pero lo más importante seguirá siendo la orquesta. Fiorentino estaría con Troilo 7 años, hasta marzo de 1944.

La primera grabación es para el sello Odeón, el 7 de marzo de 1938, con los tangos “Comme il faut”, de Eduardo Arolas, y “Tinta verde”, de Agustín Bardi (las siguientes placas son de 1941 para el sello Víctor). Ese año se suma el violinista David Díaz (hermano del legendario contrabajista Kicho Díaz) una especie de padre para Pichuco, que estará con él prácticamente durante toda la vida de la orquesta. En 1939, se incorporó al elenco estable de Radio El Mundo, donde permanecerá 10 años. (Detalle curioso: se ha dicho que las primeras grabaciones, hasta 1943, fueron “aceleradas” mecánicamente por la Victor para hacerlas más atractivas para el baile. Es  interesante observar cómo la orquesta con el tiempo se vuelve cada vez menos acompasada).

En la próxima Vitrola publicaremos la segunda parte de este artículo, donde nos referiremos desde la incorporación de Astor Piazzolla, hasta el fallecimiento de Pichuco.

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