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En recuerdo de Pocha Camín

El pasado 12 de diciembre nos dejó una gran luchadora: María del Carmen Camín, Pocha. Una imprescindible, como lo es hoy Elba Morales, del Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos.

El MEDH nació  en 1976 en Buenos Aires como respuesta a la dictadura desde varias Iglesias Protestantes y Evangélicas y tres Obispados católicos; se instaló en Mendoza en 1979 al amparo del Consejo Mundial de Iglesias y de varios Gobiernos europeos. Al frente de la Regional estuvieron dos mujeres, Pocha y Alieda Verhoevenaban. Fueron alfiles esenciales en la organización social del trabajo por la vigencia de los derechos humanos en el país.

En palabras de Elba: “Pocha Camín, no era creyente religiosa, era creyente en el derecho a la vida y en todos los derechos inherentes a la misma y a la dignidad de los seres humanos; tan fuerte como sensible, organizó la solidaridad para con las familias de desaparecidos y presos políticos, le puso a la tarea la capacidad intelectual y el cuerpo, huesos, sangre, sonrisa, palabras. Porque ir todos los días a abrir la puerta y estar entera para recibir a quienes padecieron en nuestra comunidad las más crueles de las agresiones, exige de una entereza que ella tuvo sin retaceos. Día tras día, año tras año. Disciplinadamente”.

Pocha recibió un cálido y merecido homenaje el 23 de marzo de este año en la Plaza de Chacras de Coria. El Teatro comunitario “Chacras para Todos” organizó el evento que fue participativo, hubo actividades para los más chicos y una radio abierta. En ese marco se le entregó una distinción especial. Similar reconocimiento recibieron Jorge Barandica, médico psiquiatra, vecino de Chacras de Coria, que colaboró y sigue haciéndolo, muy intensamente,  en la contención de salud mental de familias víctimas de la dictadura militar. También hubo una distinción para Isabel Guinchul de Pérez, incansable luchadora cuyo aporte fue fundamental para la recopilación de testimonios, material y pruebas de los crímenes de lesa humanidad.

En esa ocasión, Jorge Barandica explicó el inmenso valor de quienes tejieron contactos personales en aquella época tan difícil de traducir a las actuales generaciones.  Y es que verdaderamente cuesta imaginar la vida sin certezas, con un terror que inmoviliza y corroe todo lazo social. No sólo no había previsión, no había luz, sólo unos pocos que se animaron a salir a hacer denuncias, siempre en el desamparo y como bordeando la locura. En realidad hicieron lo más sano para el cuerpo social, lo cual justifica el mayor de los reconocimientos.

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