Espejos, retratos y otras representaciones. El terror de verse a uno mismo.
Por Nicolás Sosa Baccarelli
Días pasados mi mamá se refirió otra vez a una anécdota familiar que yo –casi- había olvidado. La cuento así: Doña Eufemia era una señora muy allegada a mi familia materna. Cierto día, mi mamá –por ese entonces una estudiante universitaria de 20 años más o menos- le pidió, tal como solía hacer con parientes y amigos, si podía posar un momento para poder retratarla. Era apenas un boceto para un trabajo que debía preparar para la facultad. Doña Eufemia – una mujer de rasgos severos y aindiados, de enorme corazón pero de escasísima instrucción- se negó argumentando que ella no se dejaba dibujar ni fotografiar: “Para qué, si estoy acá”, cuentan que dijo. La verdad es que le incomodaba ver una representación suya.
Esta historia me recordó varias otras; una, en especial. La contó Borges. La cosa fue más o menos así: resulta que el famoso circo de los hermanos Podestá (fines de 1890 y tantos), estaba recorriendo la provincia de Buenos Aires. Entre las piezas que representaba, figuraban varias obras de la literatura gauchesca. Aparentemente una de las más aplaudidas era “Juan Moreira” de Eduardo Gutiérrez. Cuando llegaron a San Nicolás, en vez de representar esa obra, les pareció más adecuado hacer, del mismo autor, “Hormiga Negra” (esto porque Guillermo Hoyos – tal era el nombre del célebre cuchillero apodado “Hormiga Negra” - era oriundo de esta zona).
La noche anterior a la función, se presentó un hombre de aspecto sencillo y rudo, ya entrado en años, y dijo a los responsables del circo que le habían contado que “mañana alguien se va a presentar frente a toda la gente del pueblo y va a decir que es Hormiga Negra” y que “Hormiga Negra hay uno solo y ese soy yo”. Los Podestá intentaron demostrarle que era solamente una obra de teatro y que era un homenaje a su distinguida figura y larga trayectoria. Fue en vano. El hombre cerró la conversación diciendo que no iba a permitir que nadie le faltara el respeto. Así fue como al día siguiente San Nicolás presenció una maravillosa puesta en escena de… “Juan Moreira”.
Bastante común ha sido este temor reverencial que las representaciones propias inspiran en el ser humano. El miedo ante la misteriosa duplicación de la imagen en el espejo, el secreto terror de que, en algún momento, ese “yo” que tenemos enfrente ejecute un movimiento que nosotros no hemos realizado… O, algo peor, tras observarnos, nos humille con una sincera carcajada.
Ilustración de Pablo Pavezka.