Antonio Simón un pionero del pedemonte y su lucha por y contra el agua, allá por las primeras décadas del 1900.
En los números 140 y 144 de Correveidile relatamos las distintas etapas vividas por Antonio Simón mientras construía su casa de veraneo que comenzó en 1914 cuando la Panamericana ni siquiera estaba proyectada, en pleno pedemonte, aunque cerca de la estación Paso de los Andes. La construyó para que su hija María Elisabet, afectada de cierta debilidad pulmonar, recibiera los beneficios del aire puro. La casa se mantiene aún en pie y su nieto Enrique Roig sigue reconstruyendo, después de cien años su historia.
“Mientras construía la casa y también luego de terminarla, don Antonio Simón afrontó el gran desafío del agua. En ese lugar el desafío era doble: el agua como primera necesidad de la vida era muy escasa, pero también era destructora, arrolladora, en las impredecibles crecientes de verano del río seco Tejo, que bordeaba su propiedad por el Oeste y que a veces la cercaba con un brazo que se abría por el frente”.
“Para defender su terreno de esos aluviones, además de las corridas de rocas por el frente de la casa que ya referimos, construyó y mantuvo grandes gaviones en el rio seco. Los gaviones son murallones enclavados en el lecho del río seco, desde la barranca, armados con rocas encerradas en gruesas mallas metálicas. Estos gaviones desviaban el agua torrencial hacia el centro del lecho y debían repararse o reforzarse todos los años”
“Mucho después, en 1969, cuando se concluyó la ruta a Chile en su tramo hasta Uspallata siguiendo el trazado del viejo ferrocarril trasandino, es decir, siguiendo el curso del río Mendoza, su terreno quedó protegido con un murallón de hormigón armado que se construyó para defender la cabecera del puente de la ruta sobre el río seco Tejo”
“El otro desafío era el agua de necesidad vital cotidiana y de la que el lugar carecía en absoluto. Solo se contaba con el último extremo de la red de regadío, que se encontraba a más de doscientos metros y un surtidor público de agua potable en la estación Paso de los Andes, del ferrocarril, a unos cuatrocientos metros. En ambos casos había que atravesar el río seco Tejo”
“Siempre ingenioso”, destaca su nieto, “Antonio Simón construyó una estiladera de doble uso. El agua de riego, cargada entonces siempre de arcilla y arenisca, pasaba por un gran filtro tallado en una sola pieza de piedra pómez, que era de uso común en la época. El filtro goteaba en una tinaja de barro cocido y vidriado, encerrada en el mismo mueble, con una salida hacia el exterior mediante un caño provisto de canilla. Más abajo tenía el artefacto un gabinete forrado de estaño y con un desagüe, donde se colocaba hielo y constituía “la heladera”. Por lo menos hasta los años cuarenta el carro del “hielero” se aproximaba diariamente en verano hasta el chalet de piedra, donde moraba su último cliente, al borde del desierto”
“Otra ingeniosidad que instaló don Antonio Simón para el uso del agua, fue una ducha que armó en un pequeño recinto integrante de la construcción de hormigón armado. Ideó y construyó un tanque de chapa galvanizada que se bajaba para cargarlo de agua e izaba mediante un aparejo. Luego, tirando de una cuerda, se accionaba una válvula que dejaba caer el agua a través de una flor en el pequeño recinto.
“Pero a don Antonio Simon no conformaba la gran dificultad del agua. Pensó que tendrían que existir napas de agua subterránea paralelas al río seco. Por tal motivo contrató a un esforzado minero chileno para que excavara buscando agua, a pico y pala. Se aproximó a la profundidad de ochenta metros, pero fue inútil. Después de tan pesadísima y riesgosa perforación, desistió de ese intento. Decidió entonces acopiar toda el agua de lluvia que cayera sobre el techo de chapa de la casa en un aljibe. Construyó entonces el receptáculo apropiado junto a la casa. Le dio unos dos metros de diámetro y unos dos metros y medio de profundidad, con unos sesenta centímetros elevado sobre el terreno. La pared circular fue de rocas asentadas en concreto y el fondo de concreto llaneado, cónico y con un receptáculo central para facilitar la limpieza. Una losa de hormigón armado cubrió el aljibe, con una tapa de hierro abisagrada. Coronó su obra con una enorme llanta de carro de hierro de una sola pieza que abrazó el brocal del pozo, que hasta hoy está intacto”.
“Mientras tanto y llegando siempre en ferrocarril, pasaron algunos años de vacaciones en aquel agreste, limpio y elemental lugar de horizontes abiertos y noches cerradas, en que las estrellas casi encandilaban en las noches sin luna. Entonces allí la joven María Elisabet recuperó plenamente su salud y allí nació para ella un vínculo que perduraría de por vida, con una pequeña niña de Chacras de Coria, Eufemia Correa, que prohijó mi abuela”.
El Chalet de Piedra de Chacras de Coria