De cómo algunos de los viejos vecinos enamorados de Chacras y con un carismático perfil ético conectado con el pasado, persisten en soñar conversiones tratando de mejorar el comportamiento de la gente para sanear lo malo del lugar.
Por Onelia Cobos
Juana Ortiz de Marincovich es tan parte de Chacras como la Parroquia misma, como la plaza del pueblo o como la “Panchito Correas” donde trabajó como celadora muchos años hasta jubilarse recientemente.
La vemos aún caminar por las calles del pueblo y su presencia enciende nuestro recuerdo en la Escuela, donde su carácter afable y tierno hizo de los recreos, el descanso esperado con el café más soñado, preparado y servido con espíritu de servicio.
Juana quería ser instrumentista, pero tuvo que abandonar la escuela en 4to grado para trabajar y ayudar en la casa.
Juana quiere llevar su corazón a palabras ahora, luego de acontecida la Semana Santa.
Su preocupación se centra en el comportamiento de la gente toda, fieles y devotos en los días en que se recuerda la Pasión de Jesús y sus sufrimientos camino al Calvario.
El Calvario, en Carrodilla, vecina de nuestra Chacras de Coria, se vuelve un escenario multitudinario muchas veces carente de silencio y recato, donde no faltan las bebidas y los pseudos picnics sin cuidar la limpieza del lugar.
Juana ha viajado hace muy poco, a la Virgen del Cerro en Salta y ha regresado admirada de aquel sitio religioso impecable, donde se mueven cientos de personas en un orden monástico, donde se medita con respeto, donde las comidas no están permitidas, donde se bebe sólo agua, recordando los 40 días que Jesús pasó en el desierto rezando y sin comer para prepararse antes de salir a predicar y donde todo el cerro emula la conversión. Convertirse es cambiar y luchar por quitar lo malo, lo que ofende a Dios. Es tratar de ser cada día mejor en todo lo que hacemos.
Juana reflexiona y sueña que algún día este encuentro colectivo en nuestro Calvario pueda parecerse al encuentro de fieles en Salta.
Si comparamos ambos fenómenos religiosos ponderando el fenómeno salteño de impecabilidad, meditación y silencio y convocamos a todos a convertirse, desde todo lugar posible, tal vez el milagro de ser cada día mejor en nuestro hacer se produzca en nuestra Carrodilla.
Juana sigue soñando, a sabiendas de que aquel que no sueña no puede crear ni cambiar nada.
Y recuerda en voz alta que este pueblo, que se está yendo de a poco, estuvo habitado por una mayoría de buenos vecinos, solidarios y con una actitud de servicio inimaginable.
Tierra de voluntariados, donde el intendente ejercía esa función sin cobrar sueldo, volviendo todos los días a su trabajo habitual después de cumplir con sus obligaciones cívicas.
Tierra donde un ebanista soñador fundó escuelas.
Tierra donde un médico rural, en el pasado, atendió a los más pobres sin cobrar.
Tierra donde las viejas maestras jubiladas de la escuela, frente a la plaza, fundaron la Biblioteca Popular…
Y Juana recuerda finalmente al Dr. Jorge Fara, perteneciente a los viejos habitantes que aún están. Muy joven entonces, recién recibido, le tocó atender en el Hospital Público al esposo de Juana, que a ocho años de su matrimonio, sufrió un ACV que lo dejó hemiplégico de por vida.
Juana, con tres niños muy pequeños, sola en el Hospital (su madre cuidando de sus pequeños) recibió mucho más que la atención médica de aquel joven doctor que no dudó en acompañar, más allá de sus obligaciones profesionales, a esta joven madre absolutamente sola para todo en la internación.
Servicio y entrega fueron la escuela del lugar.
De aquel tiempo quedan muy pocos vecinos. Sin embargo quienes visitan la plaza sienten una especie de hechizo, una seducción casi irresistible que viene de ella. Es el mágico llamado a SOÑAR Y A SERVIR.