Por Nicolás Sosa Baccarelli
“Tienda donde se venden diferentes géneros para el abasto”. Esto señala el diccionario de la Real Academia Española, aclarando que la palabra es usada en América, en una entrada enmendada, producto del avance de la vigésima tercera edición.
Se trataba de un despacho de bebidas y comestibles, generalmente ubicados en zonas de campaña. Las había con rejas y sin ellas. Éstas estaban ubicadas sobre el mostrador y podían ser de madera o de hierro. Servían para preservar al pulpero de robos, hurtos y riñas, muy frecuentes entre los parroquianos.
La pulpería era almacén, tienda, taberna, casa de juego, y hasta modesto escenario para un guitarrista ocasional, o para dos que decidieran batirse en una payada a contrapunto. Algunas estaban provistas de un reñidero de gallos, una cancha de bochas, una cancha de taba o del área necesaria para correr la sortija.
Según algunos autores, “Pulpería” deriva de “Pulquería” (con Q), pues en lengua pampa se llama Pulcú, Pulcuy o Polcú, al aguardiente, principal bebida que se expendía en estos negocios, dando origen al nombre.
Es curioso que esta hipótesis (que convive con -por lo menos- tres más) nos invite a viajar al otro extremo de Latinoamérica y nos acerque a México. “Pulquería” es una expresión sumamente común aún en el México actual. El historiador especialista en “pulque”, nuestro amigo Raúl Guerrero Bustamante (nieto del gran antropólogo mexicano Raúl Guerrero Guerrero), nos cuenta: “Pulquería es el lugar donde se expende el pulque, bebida tradicional hecha de jugo de maguey fermentado. Es el lugar de reunión de los bebedores”. El “pulque” es la bebida típica de la región central de México. En tiempos prehispánicos, se trataba de una bebida sagrada.
La etimología de la palabra “pulque” ha sido objeto de innumerables discusiones, las cuales transitan desde aquellos que ubican su origen en la lengua náhuatl (tesis sostenida por el prestigioso Colegio de México, hasta 1990) hasta quienes proponen que la palabra fue importada de Sudamérica (¡!) (tesis expuesta por la Academia Mexicana de la Lengua). También están los que creen que la palabra fue introducida por los conquistadores, quienes a su vez pueden haberla aprendido tanto de una lengua araucana como de alguna otra lengua indígena del Caribe (a esta hipótesis parece inclinarse Corominas en su tan conocido Diccionario Crítico Etimológico).
Guerrero Bustamante nos informó que en México, durante el siglo XVI, ya existían “pulperías” (con P), las cuales cumplían una función análoga a las nuestras. Desde el mismo siglo existe esta palabra y este tipo de establecimiento en el Perú.
Tenemos noticias de que en Chile se llamaba “Pulpería” al local donde los trabajadores del salitre podían cambiar sus fichas (moneda “salitrera”) por alimentos. En Centroamérica se le atribuye un sentido similar al nuestro, aún en la actualidad.
El tiempo no ha logrado sepultar los nombres de algunas pulperías célebres de otrora situadas en territorio argentino: “La estrella”, “El trompezón”, “La puerta del diablo”, “La gaviota”, “El ombú”, entre otros nombres memorables.
Nos gustaría honrar esta palabra recordando los versos de un destacado poeta que distinguió al tango con su pluma: Héctor Pedro Blomberg. Nos referimos a “La pulpera de Santa Lucía”, un conocidísimo vals cuya música le pertenece a Enrique Maciel.
Según el renombrado investigador del tango Ricardo Ostuni, Blomberg habría declarado que los versos de este vals –aparecidos originariamente en la serie de poemas “Las guitarras rojas” de su libro “El pastor de estrellas”- están inspirados en una historia real. Aquí Ostuni cita la explicación que dio Blomberg: “existía en el barrio, en una de las grandes quintas solariegas, una capilla o mejor dicho, un oratorio consagrado a Santa Lucía. Medio siglo más tarde iba a levantarse el templo actual y la parroquia a erigirse con el nombre que hoy lleva. Pero como Dionisia Valderrama frecuentaba la capilla de la quinta en los días santos, consideré apropiado llamarla en su evocación “La pulpera de Santa Lucía”. Se llamaba la Rubia del Saladero o Dionisia Miranda o Ramona Bustos o Dionisia Valderrama…” Y sigue diciendo Ostuni: “En su novela (Blomberg) la llama Dionisia Miranda y la describe así: “Dionisia era rubia, de ojos celestes. Su padre, el sargento Juan de Dios Miranda, murió en las guerras de Oribe, y ella quedó con la madre al frente de la pulpería de la calle Larga de Barracas, cerca de la quinta de Amalia”.