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¿Quién fue Nerina Capredoni de Marianetti?

Vecina de la calle Cubillos de Chacras durante mucho tiempo, fue la esposa de Benito Marianetti y madre de sus hijos, Nerina y José Enrique. Conocida es la labor política que don Benito desarrolló en nuestra provincia, pero poco se recuerda la de su compañera de vida. En el mes de la Mujer, es nuestro firme colaborador, el doctor José Enrique Marianetti, quien recuerda a su madre y, a través de ella, rinde homenaje a las representantes del género femenino.

El querido doctor Marianetti en la puerta del Correveidile.

“Mi madre fue Nerina Margarita María Ángela Capredoni Rossi, nacida en Génova, Italia, el 27 de julio de 1901 y llegó a Argentina en 1906, embarcada en el vapor Aurora. Primero, sus padres residieron en

Rosario, pero pronto viajaron a Mendoza, en la búsqueda de mejores horizontes laborales.

Como gente de clase media, mis abuelos prestaron especial atención y cuidado en la esmerada educación de sus hijos Nerina y Pedro y así, sus avanzadas ideas para la época, mi madre fue una de las tres primeras mujeres que cursó su nivel secundario en una escuela de varones tradicional, el Colegio Nacional Agustín Álvarez, del cual egresó, por promedio, con Medalla de oro, en 1920.

Condiscípula de mi padre, Benito Marianetti; del Dr.Humberto Notti, del ingeniero Francisco J. Gabrielli, de los hermanos Aguinaga y otros notables mendocinos. Viajó a Buenos Aires y cursó la carrera de Filosofía y Letras, mientras papá cursaba Derecho. También allí egresó con Medalla de oro. Su Doctorado versó sobre Materialismo Histórico.

Empapada como estaba del Positivismo de Auguste Comte, había leído a los socialistas utópicos y luego, siguiendo a Hegel, terminó estudiando a Marx. Gran lectora de los clásicos: Homero, Virgilio, Dante, Petrarca, Bocaccio, Voltaire, Montesquieu, Maquiavelo, Rabelais, Balzac, Tolstoy, Schopenauer, Nietsche, Dostoievsky, Gogol, Pushkin, las hermanas Bronté, eran de su habitual lectura. Yo me enteré de la existencia de los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles, mientras ella preparaba sus clases gratuitas a las chicas llamadas Visitadoras Sociales, mientras que de reojo,  ella vigilaba mis tareas escolares. Como siempre fui curioso, preguntaba y ella, como el resto familiar, no me dejaron lugar para tener vacíos o dudas. Por el contrario, los conocimientos fluían a raudales, por todos lados y, para mayor abundamiento, con el apoyo bibliográfico que su mano cariñosa dejaba sobre mi mesa de noche.

Menuda, de ojos profundamente escudriñadores, bellos y movedizos cuya mirada  penetrante llegaba muy hondo, reflejando su atención.

Tenía una elegancia natural relevante. Su exquisita sensibilidad no era señal de debilidad.

Poseía una vitalidad y energía envidiables y su carácter era firme e incorruptible. Su tez trigueña y su cabello fino y castaño claro y gran sencillez. En el escritorio de papá hay una foto suya a él dedicada, que dice: “Soy una débil caña, pero puedes apoyarte en mí”. Parecía haber hecho suyo uno de los tantos refranes latinos.”Suaviter in modo, fortium in res” (Suave en el modo, fuerte en las cosas).

Su sensibilidad también tomó relevancia en la ejecución pianística. Estudió el instrumento desde temprana edad en el Conservatorio Resta hasta ser preparada como concertista. Era tal la pasión, la fuerza, la energía con que ejecutaba, que mi emoción y la de los vecinos arrancaba aplausos y aún ahora, al reescuchar alguna grabación que conservamos por fortuna tecnológica, cuando solía acompañar mi canto, adorno que me regaló la naturaleza y me quitó el tabaco.

Siempre se ha dicho que detrás de un gran hombre, hay una mujer excepcional. Nada más acertado para mi padre y para nosotros, sus hijos.

No fue, como  se   diría, una militante política. Sí formó parte, durante la guerra civil española de un comité que se llamó de Lucha antiguerrera.

Excelente ama de casa, nuestro hogar brillaba por su limpieza y orden.

Disfrutaba de la naturaleza y sus colores y las flores que prefería eran los nardos, las fresias, las rosas, los jazmines y los juncos de la paja.

Aprendimos de ella y con ella el idioma materno y nunca dejamos de practicarlo corrientemente con mi hermana, como rico legado. Dominaba el latín y también el francés y algo de griego.

Durante toda su vida junto a mi padre, soportó la marginación estúpida de la ignorancia y el miedo de los otros, la inquina y la maledicencia, la imposibilidad de trabajar simplemente por la portación de apellido, la soledad en largos períodos de terrorismo de estado y de miedo por la suerte de mi padre.

Pese a todo, amaba la Argentina y se nacionalizó, plenamente consciente de los deberes que asumía como ciudadana, pero también de los derechos adquiridos.

Ante la adversidad siempre se mantuvo serena y su estado de ánimo, siempre optimista y alegre, fueron rasgos predominantes en su personalidad.

Murió en su lecho, mientras almorzaba, sin nosotros percatarnos, serena e imprevistamente con más de 91 años el 1 de noviembre de 1992.

Coloqué grabada en el mármol de su lápida esta frase: “Su vida fue delicadeza y esperanza”.

José Enrique Marianetti Capredoni

1 Comentar este artculo

  1. GASPAR Dijo:

    ni la sombra de Benito…….

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