Categoría | Cultura, Destacados

Cachilo Púrpura y Hernán Cruz: amigos del arte

El fotógrafo y el titiritero más conocidos de Chacras son amigos desde hace casi 35 años.

Este jueves de otoño Carlos “Cachilo” Púrpura y Hernán Cruz comparten la mañana alrededor de una mesa por la que circula el mate y las anécdotas. Hernán elige una banqueta, mientras que Carlos toma asiento en una silla antigua en la sala principal del Centro Cultural Rafael Cubillos. De principio a fin, el hijo de Carlos Washington Púrpura, a quien llamaban Cachilo y de donde surge su sobrenombre, lleva la custodia de su cámara colgada al cuello y cuando Cruz toma la palabra gatilla con precisión en absoluto silencio. Estos amigos de Luján, sensibles al arte y las pequeñas emociones de la vida, se conocen desde que tienen 15 años. Pisan ahora los 49.

El destino de Cachilo con la fotografìa estuvo sellado por su padre y antes por su abuelo, ambos profesionales de las instantáneas. Cuando su papá falleció, el hombrecito de Luján tenía 24 años y una cámara Asahi Pentax con la que salió a recorrer su pueblo y los barrios aledaños. Los amigos y la dinámica chacrense lo invitaron a recorrer en imágenes situaciones cotidianas de las que fue testigo y documentador. Lo sigue siendo. “La muerte mi viejo fue en algún sentido una iluminación”, dice Cachilo. Fue entonces cuando decidió abandonar la carrera de abogacía en tercer año y salió a dar vueltas para congelar momentos. “A muchos no los conocía”, dice Cachilo sobre sus fotografiados. Drummond, Perdriel, Chacras, la iglesia, las salidas a pescar, la inspiración de Cachilo también nace del apoyo de su familia: su esposa Carina y sus hijos Juan y Facundo, y el culto de la amistad.

Hernán Cruz nació en Avellaneda, Buenos Aires, y llegó a Chacras de Coria siendo un niño por motivos laborales de su padre, que administraba un campo en la zona. La calle Darragueira lo remite a su infancia, así como los recuerdos que guarda de los estudios primarios en la Escuela Rawson. Siendo un adolescente y junto a un compañero de la secundaria, salieron a dar muestras en la calle de su pantomima con máscaras a base de harina y agua. Fue en la década de los ´90 cuando indagó en los títeres, que lo llevaron a girar en carpa por los barrios, viajar por la Argentina y vivir tres años en Río de Janeiro, entre otros destinos recorridos. “Los títeres por lo general son de la cintura para arriba, yo los he desarrollado de la cintura para abajo”, dice en referencia al espectáculo tanguero que protagonizan Tita y Tito, las piernas amantes del 2×4.

Deje su comentario