La convivencia en comunidad conlleva asumir ciertas normas, algunas explícitas y otras que, aunque no figuren escritas en ningún código, son igualmente conocidas por todos. Estas funcionan como consuetudinarios acuerdos tácitos, basados en los usos y costumbres de una sociedad.
El respeto de estas reglas y normas debería garantizar una vida armónica y pacífica en el seno de cualquier sociedad. El sentido de éstas es, precisamente, regular las conductas individuales en aras del bien común.
Por ello, en cualquier comunidad organizada, existen órganos de control que deben velar para que todas las reglas se cumplan debidamente y, a la vez, garantizar que todos los habitantes conozcan cuáles son las normativas explícitas y cuáles los castigos que corresponden a quienes no las respetan. Esto es básico en la dinámica cotidiana de cualquier pueblo.
Uno de los síntomas evidentes del deterioro de las interrelaciones humanas es comprobar, casi cotidianamente, el no respeto por las normas establecidas y concomitantemente, la ausencia de los órganos estatales de control. Hay recíprocas responsabilidades: del que debe cumplir y del que debe hacer cumplir.
En nuestra comunidad, Chacras de Coria, estamos asistiendo con cierta vergonzosa desidia, a reiteradas violaciones de elementales normas de respeto mutuo. Ya, en la Editorial anterior, hicimos referencia a la destrucción de los murales de Calle Viamonte, realizados por magníficos artistas de nuestro pueblo. Esto puede achacarse al vandalismo propio de la ignorancia que, amparado en la oscuridad y el anonimato, se sabe impune para cometer cualquier clase de tropelías.
Por otro lado, diariamente y a la luz del día contemplamos cómo se infringen elementales normas que ayudan al buen vivir. ‘Infringir’ deriva de ‘fracción’: ‘acción de romper’. Esto es: el infractor es el que rompe. ¿Qué cosa? Las normas de convivencia. Cuando la ineficacia de los órganos de control se hace muy evidente, muchos ciudadanos traducen este relajamiento como una tolerancia admitida. Si uno infringe y no pasa nada, si cinco infringen y nadie se altera, las infracciones pasan a convertirse en inocentes acciones cuasi-permitidas.
Para ilustrar lo dicho basta observar las conductas de los automovilistas en el micro-centro de nuestro Pueblo. Es bien sabido que el parque automotor ha crecido en enormes dimensiones y que éste circula por las callecitas angostas de una Chacras de Coria de hace 80 años. A determinadas horas las calles colapsan literalmente. El tránsito se hace casi imposible. Es cierto, pero esto no implica que cada uno haga lo que le plazca. Hay arterias claves: Italia desde Besares hasta la Plaza, Viamonte, desde la Plaza hasta Pueyrredón y Mitre, desde Viamonte hasta Alem, en ellas parece regir la ley de la jungla. Cada cual hace lo que le viene en gana. Estacionan en doble fila, eso sí: con las balizas encendidas para advertir a los demás que están mal parados y que ahí se quedarán un buen rato. Están los que obstruyen los puentes de acceso a casas particulares porque la panadería les queda justo enfrente, los que estacionan A CONTRAMANO porque ‘enseguida se van’, los que se detienen en las esquinas cerrando el paso a la rampa para discapacitados, etc. Uno podría pensar que son pequeñas cosas y que en definitiva no son tan dañinas. Sin embargo, estas actitudes demuestran un rotundo menosprecio por el prójimo, la soberbia de algunos, que sabiendo que no hay controles de ningún tipo, pueden infringir cualquier norma sin ser castigados. Estas desaprensivas e inexplicables actitudes hablan muy mal de los integrantes de una comunidad. Si no empezamos a corregir desde ahora lo que parece fácil y elemental más tarde lamentaremos haber aceptado el descontrol como lo normal. Somos todos responsables: los que deben velar por el cumplimiento de las normas de convivencia y los que debemos cumplirlas para convivir civilizadamente.