El Día del Maestro es una festividad en la que se celebra a todas las personas que trabajan enseñando. En el caso de América, la Conferencia Interamericana de Educación (Panamá, 1943) recomendó celebrar el Día Panamericano del Maestro el 11 de setiembre en homenaje al fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento.
Pudiéramos, acaso, dedicar algunas palabras a reseñar todas las iniciativas que impulsó el padre del aula argentina. Sin embargo, las efemérides patrias son también una oportunidad para reflexionar sobre el legado que dejaron a la posteridad las figuras señeras de nuestra patria.
El director orquestal y coral Leopoldo Corretjer en su himno se refirió a Sarmiento como aquel que con la luz de su ingenio había iluminado la razón en la noche de ignorancia.
No es casual esta descripción. Como todos los hombres de la generación de 1837 dedicó su vida a construir las bases de una nación. En este sentido, dio a la educación de la ciudadanía el lugar fundamental que ésta debe tener en el desarrollo de un proyecto de país.
El meollo del proyecto educativo de este hijo de la revolución de mayo fue su pensamiento tendiente a promover la organización institucional como puente hacia el progreso. Sarmiento sostuvo que “el poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral, e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que la posean. La dignidad del Estado, la gloria de una nación no pueden ya cifrarse, pues, sino en la dignidad de condición de sus súbditos”.
En la actualidad es de público conocimiento que la educación ha bajado de calidad. Este hecho es una de las tantas manifestaciones del deterioro del tejido social que atravesamos los argentinos. Ya a fines de los años ‘90 Jaim Etcheverry en su libro “La Tragedia educativa” decía que la pérdida de capacidad reflexiva, la disolución de la autoridad, la modificación de la función de la escuela son algunas de las causas de este fenómeno.
La palabra educación proviene de la voz latina ducere que significa conducir en el conocimiento, encauzando al alumno hacia el pleno desarrollo de sus potencialidades; a través de él a la familia y por carácter transitivo al bien común de la sociedad.
Tal vez, si la ciudadanía apuesta a preparar a las nuevas generaciones para el uso de la inteligencia y devuelve al educador la dignidad que merece, la escuela pueda volver a ser el templo de toda mejora social posible.