Estamos transitando los últimos días de setiembre. En este mes se festeja el día del Maestro y también el del Profesor. El primero en honor a Domingo Faustino Sarmiento y el otro en reconocimiento a la labor docente de Estrada. Por esto, nos parece oportuno dedicar este espacio para invitarlos a reflexionar qué nos está pasando hoy con la educación en las escuelas y en el seno familiar.
Siempre se ha aceptado y reconocido a la familia como a “la primera educadora” porque, efectivamente, es ella la que trasmite los valores fundamentales con los que se quiere criar al niño. Cuando el niño llega a determinada edad la familia delega en la Escuela ciertos aspectos de la educación que ella no puede brindar. En la actualidad, a los cuatro años el chico comienza a estar formalmente escolarizado. Y en este “delegar” parte de una ineludible responsabilidad de los padres, está implícito un acto de buena fe.
“Confiamos nuestro hijo a la Escuela y, por ende, a su personal, para que complete su educación formal”. Y este acto de buena fe debe ser recíproco: “los docentes de esta Escuela que reciben al niño tal, confiamos que sus padres en el hogar le enseñen los valores básicos y elementales para poder convivir”. Lamentablemente, desde hace ya algún tiempo, estamos comprobando cómo este tácito acuerdo entre familia y Escuela es cada vez más frágil y ambiguo.
Los medios de comunicación se han encargado de difundir, a veces sin cierta prudencia, algunos hechos que, tiempo atrás, en verdad resultaban inverosímiles. Como acusaciones a docentes de abuso sexual a niños de cuatro años, o que un profesor sacaba fotos de sus alumnas en clase para luego usarlas no se sabe con qué perversas intenciones, niños encerrados en el baño, etc., etc.
Del mismo modo nos muestran feroces peleas de niñas a la salida de la escuela filmadas por los propios compañeros que en lugar de evitarlas parecen alentarlas. O el ahora de moda “bullying” que no es nada más ni nada menos que una manifestación de violencia escolar constante contra algún compañero, ya sea en forma verbal o física. Por esto, muchos niños o jóvenes dejan de asistir a la escuela o piden el pase a otra institución, en el mejor de los casos.
Y, como si esto fuera poco, también nos enteramos de padres que golpean a los docentes de sus hijos. Incluso la TV emitió como gran noticia a un grupo de padres que, a las trompadas, pretendían dirimir si una maestra era inocente o culpable de algo. Increíble pero cierto.
Es evidente que la confianza mutua entre padres-docentes-alumnos se está perdiendo. Y es esta confianza (tener “fe” o “fiarse”) recíproca entre los miembros de la comunidad educativa la única manera de reencauzar una armoniosa convivencia para que en definitiva la Escuela cumpla con su misión: ayudar a la educación de la familia y validar los estudios académicos realizados por los estudiantes.
Seguramente, aunque ayude, no bastará una nueva legislación que modificando el Código de Faltas proteja a los docentes de las agresiones físicas por parte de los padres.
Es verdad que los tiempos han cambiado y que la Escuela como institución siempre demora en dar respuestas a estos cambios. De cualquier modo, el camino que nunca se debe dejar de transitar es el del diálogo y el respeto mutuo. En el triángulo formado por padres-docentes-alumnos todos tienen una clara tarea que cumplir. No debería ser tan difícil si cada una de las partes cumple adecuadamente con su rol.