Acostumbrado a preguntar y a indagar en la historia, la justicia y los demás, esta vez el futuro abogado chacrense, columnista de Correveidile y apasionado de las letras participó como entrevistado y repasó su viaje a México y la edición de su primer libro de versos callejeros.
En apenas un año, Nicolás Sosa Baccarelli viajó a México becado para estudiar Derecho Internacional y Sociología Jurídica en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, terminó de escribir Como gato panzarriba -su primer libro-, lo editó y participó de distintas presentaciones. Este joven de 26 años nacido en Chacras de Coria es, desde hace casi una década, columnista del Correveidile y con el tiempo sumó colaboraciones en otros medios gráficos de la provincia y publicaciones culturales de México.
Estudioso del tango y del derecho, lector incansable, Nicolás ha sobresalido en varias oportunidades como “mejor orador” por la UNCuyo, la Universidad Javeriana de Bogotá o la American University Washington College of Law, en Estados Unidos. Asimismo, en marzo de 2010 el Concejo Deliberante de Luján de Cuyo le otorgó una distinción de honor como “joven destacado”. Premios literarios, disertaciones en conferencias sobre temáticas diversas vinculadas al derecho, el arte y el tango forman parte de la currícula de Baccarelli.
“De chico busqué a los grandes del tango creo que en un intento por alcanzar ese pasado que se me iba de las manos. El problema es haber nacido un siglo después…”, dice mate en mano, sentado a la mesa donde estudia y trabaja. Sus raíces, su familia y su abuelo, Alejandro Sosa, han sido un estímulo necesario para el joven al que algunos amigos llaman “hombre de otro tiempo”, a pesar de que tal carátula no lo represente del todo. “Muchos me lo dicen pero yo reniego de eso porque me pregunto cuánto de esa distancia física y temporal son las que en verdad me acercan a mis intereses”, explica.
El tango, su visión de mundo, la música y textos de prosa poética convergen en su primer libro, repartido entre estudiantes y ciudadanos residentes en México. Alrededor de 300 ejemplares circularon por escuelas secundarias y presentaciones ambientadas hasta con música de cámara en las cantinas, espacios que protagonizarán su próximo material de crónicas.
-¿En qué trabajás actualmente?
-Estoy en algunos proyectos de investigación de la facultad, algunos ya los terminé; hice otros dos en México y bueno, ya pronto terminaré abogacía y veré de qué se trata el litigio. El derecho tiene muchos puntos en común con la literatura, como el problema de la verdad y del lenguaje, algo que a mí me tiene muy pendiente. La palabra, la comunicación, el descubrimiento y la transmisión del hecho verdadero… El jurista tiene un quehacer parecido algunas veces al del periodista, por eso dentro de la literatura estoy últimamente centrado en la crónica.
-¿Cuándo descubriste que te gustaba escribir?
-Mi primer poema lo escribí a los 10 años y estaba dedicado a Chacras. Desde entonces no he parado, aunque por supuesto con algunas discontinuidades por otras obligaciones. Publiqué por primera vez a los 16 o 17 años en el Correveidile. Lo que si me pasó es que lo que para mí en un momento era un placer, terminó siendo un placer y un trabajo.
-¿Cómo surge este libro?
-Es un conjunto de versos callejeros y criollos que empezaron en Mendoza y terminaron en México. Es una recopilación de versos que hice allá porque me encontré con el tiempo necesario y un editor absolutamente irresponsable que se animó a hacerlo. El libro tiene algunos rasgos distintivos: lo publicó la editorial mexicana Nuestro Grito Cartonero a pesar de que la temática y la forma eran muy de acá. Eso hizo que tuviéramos que emprender la tarea de hacer notas al pie. La otra particularidad es que tiene ilustraciones de mis papás, los dos artistas plásticos, y que el dibujo de portada es de mi hermana. Tiene varias partes: trato el tema de mis antepasados, algunas cosas del lugar donde vivo, también sobre las mujeres y un apartado que se llama Con Música, donde he recopilado algunos temas de canciones. Este capítulo me trajo dos grandes satisfacciones: una de esas piezas, La viñatera, la musicalizó el Pocho Sosa y hoy es una cueca, y Me gusta verte, María terminó siendo una zamba musicalizada por Aníbal Cuadros.
-¿Cómo fue tu experiencia en México?
-Terminé mis estudios en diciembre y me quedé hasta mediados de este año. Había empezado a escribir en la revista de la Universidad y me propusieron quedarme, pero las cosas que más quiero están acá: mi familia, Chacras, las amistades, los amores; vivir eso afuera es muy distinto. He vivido casi un año una experiencia particular hospedado en un hotel. Cuando hablaba con mi papá le explicaba que me sentía entre una novela rusa y el gran hermano. México ha sido una experiencia intensa; es la historia sobre la historia; allí uno no pasea sino que peregrina. Lo bueno es que tenía todo el tiempo del mundo para leer y escribir. De alguna manera, todo lo que he escrito en mi vida está vinculado al tango.
-¿De dónde viene tu pasión por el tango?
-No sé, porque tampoco tengo recuerdos sin él. A los 4 o 5 años escuchaba los discos de Julio Sosa. Probablemente haya sido mi abuelo quien acercó esas grabaciones. El tango es un género gigante: es una enorme porción de nuestra literatura, de nuestra música, de nuestras artes plásticas, por eso hacer historia del tango es hacer una genealogía de nuestra identidad.
-¿Qué aspectos del tango forman parte de tu vida cotidiana, y qué significa Chacras de Coria para vos?
-El tango señala una forma de vivir, hábitos de la noche, la soledad, una visión de la mujer, de la madre, de la pasión, un culto por el barrio, el tango es un universo. En cuanto a Chacras, cuando yo digo “la tierra” es una metáfora de Chacras. Acá nací y llevo 26 años y aunque me voy, siento que siempre vuelvo y cuando vuelvo, siento un profundo alivio. Quizá lo primero que me ata a este lugar es que es el punto de encuentro de mis padres, donde decidieron formar su familia.
Como gato panza arriba y la crítica
Por Susana Tampieri
Hace tiempo que no leía poemas, sumergida en la combatividad cotidiana. El libro de Nicolás me ha permitido solazarme en lo esencial: la palabra como deleite. No la palabra como arma, ni como ariete, ni como testimonio… o todos los usos diversos, que le damos por “necesidad y urgencia”.
He descubierto, con cierto asombro que me recordó mi lectura del libro “Uno, nessuno e centomila”, de Luigi Pirandello, que en este libro de Poemas, hay varios Nicolás.
Hay un Nicolás anciano y profundo, con una sagacidad incompatible con su edad real, que logra retratar con talento, ciertos accidentes mentales que nos sobrevienen con los años: la nostalgia de lo que pudo ser y no fue; la melancolía del olvido; el miedo o fatiga del final, siempre inconcluso, de la muerte; el impulso aprisionado por el razonamiento; el temor de que la experiencia nos vulnere el compromiso: “Haré un pozo en esta tierra para enterrarme las alas”, dice.
Hay un Nicolás a campo abierto y otro urbano. Hay un Nicolás que recuerda lo que no puede haber visto jamás: el “conventillo” y el “cuchillero” (sólo por el pentagrama de los tangos que ama). Hoy, con la hipocresía de lo “políticamente correcto”, los llaman “hoteles” y “villas”. No tienen nada de las dos cosas y son más crueles que los del siglo pasado.
Nicolás no se limita al autoexamen de la condición humana. Observa a su alrededor, se duele de la pobreza y la muerte solitaria: azote de este continente, con riqueza como para alimentar al mundo. “Harto de asfalto y sobras -dice del mendigo muerto- ni siquiera aquellos que hicieron que nacieras. Nunca. Nadie”. Requiem o Canto al mendigo. Y uno entiende que “aquéllos que hicieron que nacieras”, tal vez, no fueron los padres.
En el Nicolás mendocino está el bello poema al Zonda. “¡Pulpo negro con caparazón de aire!”
La guitarra se luce como protagonista de sus poemas camperos. Lo que preanucia las letras de canciones, que vendrán después. Hay nombres conocidos del terruño: Pocho Sosa y Tito Francia. Queda la ansiedad porque el oído intervenga en esta aventura. ¿Acaso no hay libros con CD adjunto? Será el próximo.
Y nos da como Yapa dos breves textos en prosa poética: “La Ciudad Simultánea” y “La alineación de los planetas”. En ambos, se advierte un humor algo ácido… ése que suelen llamar “voltaireano”. La indiferencia, la vanidad, el juego inútil en que se enfrascan ciertas personas y la masa que se pierde en la nada de un tiempo sin sentido.
Libro sin prólogo, por ser “disculpa anticipada e inaceptable”. Desearía haber logrado ser un epílogo responsable y meditado.
No hay que olvidar, la dedicatoria a una familia, muy fuera de lo común. Padre y madre, artistas plásticos, que colaboran, con encanto, al ilustrar el texto. Hermana, que nos brinda un gato en la portada, que nos mira, muy atento, con fijeza felina. Además de otros dibujos a tinta, que se relacionan con el libro, bien leído, como el gallinero con un solo gallo: “Pluma de coral, pluma de espejo/ El pollo envidia el canto del gallo viejo”.
Nada que envidiar aquí. Gracias a los varios Nicolás que encontré en estas páginas.
Por Raquel Aznar
El título sugestivo encierra un itinerario temático amplio capaz de crear una atmósfera de hallazgo en el lector. En esta oportunidad de un enigma que se reviste de circunstancias cotidianas y sentires que pulsan el matiz de una nostalgia que se detiene en imágenes de secuencias y momentos.
Al pasar sus páginas se evidencia una poesía ocasional, tan sensitiva que se apropia del paisaje mendocino: su paisaje, sus olores, su folklore.
Siempre el escritor es protagonista, posicionado ante el asombro y la pulsación de sus convicciones. Desliza lo habitual, liberando el hallazgo de las cosas, de los momentos, del silencio, de la tarde.
Tarde profunda. / Dominio del silencio. He salido a buscarte pero no te encuentro/
Tarde que estira una rama sobre el patio/ que hoy sólo existe en infantiles recuerdos.
En sus versos todo aparece dicho con cierta firmeza, diría con sencilla vehemencia. Lo
Autobiográfico queda insinuado detrás de su sensibilidad, en la evocación del tiempo, del lugar como el espacio o escenario donde suceden sus encuentros y desencuentros. También refiere su mirada retrospectiva a sus ancestros, sosteniendo una especie de vigencia generacional: a mis abuelos, a sus padres, a sus abuelos.
A sabiendas de su calada inquietud por la música ciudadana, su avidez por el estudio y la investigación del tango y su anclaje socio-cultural, transfiere en sus escritos una atmósfera con un registro que solfea voces y sonidos en arrabales y milongas:
Desde el fondo último del barrio/tu paso de candombe y primavera/Murguista de los sueños truncos/Tu cuerpo es ese junco/Que se dobla hasta mi alma y tiembla.
Desentraña el escenario porteño con soltura y una agudeza perceptiva capaz de calcar en imágenes un pasado que no tiene olvidos. En algunas circunstancias los versos se hacen música, en otros la piel se moldea haciéndose guitarra, cuando
Silba el cántico del viento.
El caudal expresivo de este joven escritor es tan amplio, que lo legendario, histórico, lo existencial, pujan por salir en su impronta literaria.
Dejar este manifiesto de interpretaciones sobre Como Gato Panzarriba resulta gratificante en demasía, por lo que sólo pretendo en este boceto dejar ciertas estelas de cercanía al yo poético de este impulsivo escritor.
Entre tantas conjeturas aventuro en su rasgo artístico una presunción que enjuicia ciertas circunstancias proponiéndonos un desafío con la historia personal, la que nos sostiene y la que nos contextualiza en el tiempo.
En el suceder de las páginas, las imágenes gráficas que las acompañan, amarran una intensa clarividencia de su vínculo familiar. Las imágenes son expresiones artísticas de su familia, esta integración a su obra pinta aún más el mundo afectivo que envuelve su sensibilidad creativa y que con tanta evidencia queda expuesta.
Como gato panzarriba, predispone al lector a maullar, maullar como expresión de hacerse sentir desde la posibilidad expresiva, que hace sintonía con la capacidad de asombro ante el pulso de las situaciones, de las impresiones que advertimos haciendo ruptura a la prisa y brevedad que acota al pensamiento y la imaginación.
Una vez más la literatura se aferra en su obstinada costumbre de nombrar, aún en brevedades, lo esencial, lo aprehendido, lo que cosquillea la conciencia, lo que hace que la piel en su porosidad pueda remitirnos a saber del amor, de las historias, de la trama que nos hurga y del devenir que nos interroga.