Archivo | septiembre 9th, 2013

Fútbol amateur: Barrilete Cósmico, otra vez Campeón -->

Fútbol amateur: Barrilete Cósmico, otra vez Campeón

El equipo de fútbol amateur Barrilete Cósmico se consagró campeón invicto del Apertura 2013 del Torneo Profesionales Mendoza categoría Intermedia, al vencer en la final al conjunto de Los Cuervos por 4 goles a 1.

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PechaKucha Night Vol. 9 abre su convocatoria a creativos -->

PechaKucha Night Vol. 9 abre su convocatoria a creativos

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El horno de barro, por Salvador Moncada -->

El horno de barro, por Salvador Moncada

Este hombre, residente en España y comunicador social, volverá en los próximos días a radicarse en Luján. Mientras tanto nos queda este dulce recuerdo y esperamos sus propias vivencias con el horno de barro.

Una buena parte de mi infancia y mi adolescencia jugueteó alrededor del horno de barro. Para nosotros el horno es un elemento cultural y social como lo son el mate, el asado y el dulce de leche.

Fueron nuestros gauchos los que ya lo construían en una plataforma de aproximadamente medio metro de altura. Cercano al rancho y la enramada, generalmente tiene forma de cúpula y es uno de los utensilios característicos del campo argentino.

Desde sus entrañas han salido y salen los mejores manjares. En principio sirvió para cocinar el rico pan casero. En la actualidad sigue siendo inimitable el sabor y la consistencia que le da al pan por más microondas, hornos eléctricos, industriales y especiales para panadería que nos haya traído la tecnología moderna.

Pero del que yo quiero hablar es el vanguardista de los hornos de barro. En uno de los extremos de la cúpula tenía un pequeño agujero que servía de chimenea mientras se caldeaba y luego ese agujero había que taparlo, habitualmente con una bolsa de arpillera mojada, para que conservara el calor. Está en el fondo del patio, detrás del galpón, en nuestra casa de la calle Roque Sáenz Peña.

A mí me gustaba encender el fuego con leña que provenía mayoritariamente de sarmientos o restos de ramas de frutales que mi padre traía de la finca cada vez que hacía la poda.

Quienes realizaban las tareas en el horno con minuciosa destreza eran la abuela María, mi madre, La Paca -como siempre la han llamado sus hermanas, sus cuñadas y  mi tío Negro- y Roberto, mi padre.

Los olores y sabores que habitaron aquel horno de barro son una señal en mi vida que no habrá tiempo ni contratiempo que se atreva y pueda dañarla.

Las vainillas, las tortas de chicharrones. La abuela María con su pañuelo en la cabeza.

El puñado de harina que se echaba como un ritual para, según la rapidez con que se quemara, saber si había calor suficiente para sacrificar a esas delicias que luego irían a parar a mi estómago.

Los panes dulces y el pan normal en las bandejas de lata. La pala larga para no quemarse y poder colocar cada cosa en su espacio antes de cerrar la puerta para dejar que ese pequeño infierno se encargara de una eficaz cocción.

A esas citas en los aledaños del horno éramos muchos más los que mirábamos y esperábamos como si fuera a aparecer un cometa, el resultado final de lo que se estaba horneando.

No faltaba La Domi -Dominga- con sus sabrosos mates y su inconmensurable solidaridad.

Los lechones y chivos que hacía mi padre tomaron fama regional y le permitían sentirse orgulloso por su buena mano en esos menesteres. Era un especialista para asar y hornear todo tipo de carnes.

A mí me gustaba comerme siempre el riñón mientras él troceaba con mucho arte al animalito en cuestión para servirlo luego en la mesa.

Los carneos, los cumpleaños, la infancia, la adolescencia, la juventud, mis amigos, mis primos, mis tíos, mis cuñados. Gran parte de la historia de lo que soy se escribió en ese patio y al lado del horno de barro.

Tal vez este pequeño homenaje no sea suficiente pero deseo que se convierta en un intento por recuperar la frescura y la felicidad de aquellos días en la casa de la calle Roque Sáenz Peña.

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