Borges y el tango. Duelos, compadreadas, suburbios y guitarras, fascinaron a Borges desde siempre. En La Vitrola de junio, la visión de una conocida experta en literatura argentina.
Por Nicolás Sosa Baccarelli
Junio es un mes profundamente “literario”. Conmemorando el nacimiento de Leopoldo Lugones, los argentinos celebramos el Día del Escritor. Asimismo, en junio nació Ernesto Sábato. Muy cercano a esa fecha, también recordamos el aniversario de fallecimiento de Borges a quien le dedicamos este número.
Borges y su relación con el tango fue el tema que le propusimos a la doctora Marta Castellino para homenajear a este “imprescindible” de la literatura nacional.
Marta, ¿cómo valora la relación de Borges con el tango? ¿Qué lugar ocupa en su obra?
El tango ha estado presente en diversos momentos y de distintos modos en la obra de Borges. En su producción poética de la década del ’20, contribuye a esa “idealización nostálgica” de Buenos Aires que el joven Borges emprende a su regreso de Europa.
El mismo Borges dirá a propósito de este prolongado interregno europeo y su retorno a la ciudad natal: “los años que he vivido en Europa son ilusorios, / yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”.
Entonces, de regreso a Buenos Aires, se propuso difundir los principios de la nueva estética (predomino de la imagen, abolición de los “trebejos ornamentales” y del confesionalismo, etc.), a la vez que se reencontraba con su ciudad natal, en particular con el barrio, el suburbio, que constituirá el escenario predilecto de su producción poética de la década del ’20.
Sus libros: Fervor de Buenos Aires (1923); Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) representan dentro de su producción la etapa del “criollismo ultraísta”, (evocado irónicamente por Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres…); esa compenetración del joven Borges con este mundo (…) sobre todo, con su protagonista, el “malevo”, encarnación de esta “mitología” con sus elementos característicos: el cuchillo, el tango, el arrabal, el truco, con fondo de “almacenes rosados” que Borges inmortaliza, en función de esa “superstición del coraje” que exalta su poesía (y también algunos de sus cuentos). Este personaje, el compadrito, el taita, será el héroe de esas milongas “para las seis cuerdas” que publicarán años después.
El poema “El tango”, construido a modo de elegía funeral, resume admirablemente la relación de Borges con esta forma musical porteña, elevada a la altura de una “canción de gesta”, modesta sí, pero heroica.
El valor que le asigna Borges al tango, es el mismo que tienen para él juegos como el truco o el ajedrez que precisamente, en la repetición de sus alternativas, logran abolir la temporalidad. Así, concluye este poema: “Esa ráfaga, el tango, esa diablura, / los atareados años desafía”. Entonces, más allá de la vinculación pintoresca de sus primeros años “criollistas”, el tango toca el centro de las inquietudes metafísicas de Borges y se convierte en un símbolo, otro más, del intento de anulación de la temporalidad: “Hecho del polvo y tiempo, el hombre dura/ Menos que la liviana melodía”
En general, diríamos que la fascinación que el tango ejerce sobre Borges lo hace fundamentalmente a través de la música; las letras “de valor desigual, ya que notoriamente proceden de centenares y de miles de plumas heterogéneas, […] integran, al cabo de medio siglo, un casi inextricable corpus poeticum que los historiadores de la literatura argentina leerán o, en todo caso, vindicarán” escribió.
¿Qué opinión le merecen las composiciones que integran su obra “Para las seis cuerdas”?
Estas milongas son una admirable continuación de esa temática del suburbio que ocupó sus primeros libros, reflejo de esos años de vagabundeos por un Palermo recuperado luego del intervalo europeo, escuchando historias de coraje que seguramente aún persistían en la memoria de los vecinos.
Aparentemente sencillas, estas milongas revelan empero una compleja elaboración poética, un delicado ajuste fondo-forma, una selección de recursos que son los de Borges en toda su poesía (enumeraciones, paralelismos, antítesis, hipálages, interrogaciones retóricas…) pero que adquieren una tonalidad particular, al matizarse con expresiones populares, con una buscada (y elaborada) impresión de oralidad; así por ejemplo, en retrato de “Don Nicanor Paredes”: “El bigote un poco gris / pero en los ojos el brillo / y cerca del corazón / el bultito del cuchillo”
¿Detrás de las palabras… qué cree que representa la figura de Evaristo Carriego en Borges?
Podríamos pensar la figura de Carriego como la de un mentor, suerte de Virgilio que introduce al poeta en el universo del barrio y le evoca todo un conglomerado de sensaciones y emociones. Creo que eso es lo que quiere decir Borges cuando justifica su ensayo biográfico de la década del ’30: “Poseo recuerdos de Carriego: recuerdos de recuerdos de otros recuerdos […]”
Recuerdos de un Palermo “del cuchillo y de la guitarra” que discurría fuera de esa “verja con lanzas” y esa “biblioteca de ilimitados libros ingleses” en que el niño Borges soñaba con personajes totalmente alejados de su realidad cotidiana, tal como declara en “Prólogo” a Evaristo Carriego (1930). Y cuando, ya imbuido de su destino de poeta quiere recobrar la esencia de su entorno de infancia, recurre a Carriego, a su persona y a su obra.
Muchas de las composiciones de Carriego son verdaderos “clásicos” de la poesía argentina y resultan dignos exponentes de la poesía posmodernista argentina en su acercamiento a la realidad cotidiana. En tal sentido, Carriego representa para Borges (y no sólo para él), el verdadero creador el suburbio porteño, en el mismo sentido que Borges funda mitológicamente Buenos Aires, es decir, por obra y gracia de la palabra, del verbo poético. En otras palabras, el ensayo biográfico sobre el poeta muerto prematuramente le sirve para dibujar con precisión y detalle el cuadro esbozado en sus propios poemarios de la década del ’20.
¿Cree que un escritor proveniente de lo dudosamente llamado la “literatura culta” (por oposición a la cultura popular) puede incursionar con éxito en géneros populares o el uso consciente de la simbología propia de esos géneros, ya echa a perder el intento?
No creo necesariamente en la división entre un poeta “culto” y un poeta “popular”; en algunos se dan ambas facetas. En el caso de Borges, habría que estudiar si podemos considerar sus milongas como expresión popular. Pero quizás el mejor ejemplo sea el de Draghi Lucero, quien en sus Mil y una noches argentinas realiza una admirable estilización del caudal popular absorbido en la infancia y lo convierte en auténtica literatura “culta”, sin dejar de ser genuinamente popular en su esencia.
Tengo curiosidad por saber si a usted le gusta el tango, y, en tal caso, cuáles son los poetas del tango que prefiere y porqué.
Sí, me gusta mucho el tango, o por lo menos me gustó mucho en una época. Recuerdo los viejos discos de pasta y de 78 revoluciones que había en mi casa y escuchaba hasta aprenderlos de memoria y luego los viejos “long plays” y hasta las ya perimidas casettes. Luego, dejé de consumir música de tango “envasada”, pero sí me gusta ocasionalmente asistir a algún recital en vivo. Me gusta el tango porque expresa para mí, quizás como para Borges, el alma de Buenos Aires en un momento determinado de su historia, coagulado en una imagen ya intemporal y significativa. También me sedujo el tango por sus términos lunfardos, por ese sabor particular de rebeldía que implicó en un tiempo esa lengua…
También me agradan las historias que cuentan algunos tangos (sensibleras seguramente para Borges) como la del italiano que evoca su Nápoles natal o la de tantas “francesitas” que trajeron a Buenos Aires un sprit particular.
Y si tuviera que elegir un poeta del tango, mi preferencia indudablemente estaría sin duda con Discépolo, un auténtico poeta y un filósofo (sin desconocer tampoco a Cadícamo, Manzi, etc…). Lo que valoro en sus letras y también en las de otros, por cierto, son hallazgos expresivos como el de “¡Soy una canción desesperada! / ¡Hoja enloquecida en el turbión!”. O la fuerza impactante de una confesión como la siguiente: Quiero morir contigo/sin confesión y sin dios/Crucificado en mi pena/ Como abrazao a un rencor.”
Marta Elena Castellino
Profesora y Licenciada en Letras (UNCuyo) y Doctora en Letras con una tesis sobre Realidad, folklore y mito en la narrativa breve de Juan Draghi Lucero. Profesora Titular de Literatura Argentina Siglo XX (FFyL, UNCuyo). Entre sus publicaciones se cuentan Fausto Burgos; su narrativa mendocina (1990); Una poética de solera y sol; Los romances de Alfredo Bufano (1995); Mito y cuento folklórico (2000); De magia y otras historias; La narrativa breve de Juan Draghi Lucero (2002) y Juan Draghi Lucero; Vida y obra, entre otras. Fue Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras y Directora Académica de la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo. Actualmente dirige la colección Panorama de las letras y la cultura en Mendoza, de la que se han publicado dos tomos y se encuentra en preparación el tercero.