Por Onelia Cobos
Todas las mañanas, Chacras sigue acumulando historias de vecinos, como tesoros para guardar en la caja del Tiempo.
El kiosco de revistas y periódicos Correveidile amanece como un puesto de flores, exhibiendo un abanico cromático de tapas multicolores. Las negras letras de los diarios enlutados con nefastas noticias de atropello y crimen, no logran opacar el estallido brillante de los juguetones colores de las tintas de imprenta en revistas para niños y adultos.
Gloria levanta la persiana del kiosco y enanitos verdes parecen jugar a las escondidas, acompañados por la algarabía infantil de fondo de la Escuela Teresa O’Connor.
Hay en Gloria una identificación con su trabajo, sutil y mansa, que hace un placer detenerse en el lugar, disfrutar de su sonrisa y, tal vez ella no lo sepa, de su voz aterciopelada, cálida, envolvente.
El trajín del lugar va creciendo con el paso de las horas hasta llegar a un “recreo de café,” muy esperado, que Perla, la cafetera del pueblo, proporciona con regularidad sistemática.
Es entonces la hora exacta en que la charla de las dos amigas se instala en el kiosco.
Detienen el trajín por un rato, en tiernas confidencias, compartiendo planes y proyectos, revisando y comentando los vaivenes del lugar.
Al recobrar fuerzas Perla sigue su “tour laboral”, tan esperado por los distintos negocios que ya la identifican con la hora exacta de la mañana, sin necesidad de relojes mecánicos que marquen el tiempo.
Han pasado ya doce años desde que Gloria encontró en el Kiosco el trabajo del sustento.
Poco a poco, su perfil de persona sencilla, hija de Tupungato y de familia numerosa se fue identificando con la tarea del negocio de diarios y revistas y con el entorno del lugar.
Sacude, ordena, clasifica, exhibe, contesta el teléfono, controla facturas, encuentra vueltos increíbles cuando escasea el cambio.
Pero por sobre todas las cosas está siempre ocupada y se mueve tan diligentemente que es difícil imaginar el lugar sin su sonrisa o sin su saludo al pasar.
Definitivamente ya es una figura y una hija de este pueblo que mágicamente crea sus personajes.
Sin saberlo, el café de Perla a media mañana les rebela un secreto. Desconocían estar en una misma red de servicio familiar. Descubren que Perla ha podido dedicarse a cuidar y educar sobrinos que tienen en común, y que al perder a su mamá, necesitaron la protección de la familia. Es tan numerosa la familia de origen, que por mucho tiempo han ignorado este vínculo.
Ocho años han pasado desde que Perla empezó a vender su reconfortante café en nuestro Chacras.
Una mañana decidió intentar la autogestión laboral y disfrutar de la total libertad que ésta conlleva.
La recordamos aplicada alumna de una lejana Escuela Güemes. La sabemos viviendo en Chacras desde los 18 años y empleada administrativa municipal en el pasado. Pero es este rol de “cafetera del pueblo” el que le crea una amplia y satisfecha sonrisa.
Recuerda que Gloria fue su tercer clienta cuando empezó esta tarea independiente.
Recuerda también que todo empezó caminando con un bolso y dos o tres termos, para incorporar luego la moto con un carrito, que muchas veces fue chocado, porque algunos decían no verlo cuando lo estacionaba al borde de alguna vereda. Así llegó al auto, que le permitió multiplicar el número de termos, ampliar la clientela e incorporar por pedido, pastelitos, alfajores y pastafrola.
En el recuerdo aparece Adriana Sayavedra, al difundir, incentivar y hacer notas sobre su proyecto.
Desde un lejano cursado de alumna en Sociología, que pronto abandonó para poder seguir trabajando, se desliza hasta el encuentro con Gloria a quien siente como “hermana”, con quien ha podido y puede llorar y reír juntas.
Nadie dude ya, que se han convertido en dos espontáneas comunicadoras sociales en relaciones públicas y en “banco de datos” para la integración de clientes y vecinos.