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Anecdotario breve de un médico rural

Sainete médico-policial

Por José Enrique Marianetti

Corría 1973. Estaba atendiendo mi consultorio una tarde de primavera y sonó el teléfono.

¿Dr. Marianetti?  Si, con él habla… ¡Aquí el comisario de la once, Dr.!

¿Qué se le ofrece, comisario?…Hay un “loquito “que está provocando un desorden público en un local frente a la plaza y me han dicho que es paciente suyo, ¡hágase presente, por favor!

Ya atendido el último paciente, avisé en casa del llamado, tomé el auto, llegué a la plaza, tirando el coche hacia el cordón al mejor estilo Hollywoodense, dejando abierta la puerta del lado del conductor. Al pasar entre el nutrido grupo de personas, escucho:

¡Este sí que lo va a salvar!

Se trataba efectivamente de un paciente mío. Un joven que después de un accidente de tránsito que le había dejado como secuela una fractura de cráneo, había desarrollado con el tiempo, un cuadro de epilepsia jacksoniana. Estaba en tratamiento y se encontraba estable, a tal punto de haberse reincorporado a su  trabajo, en la sucursal local del Banco de Mendoza. Su padre, comerciante, tenía un negocio de zapatería pegadito a la tienda El Viajero y creo que al otro lado había un restaurante…

Al parecer, estando solo dentro del negocio, sufrió un ataque. Toda la mercadería estaba desparramada  por el  piso, los anaqueles vacíos y al medio del salón, el joven, con la mirada perdida y sentado, era ajeno al mundo circundante.

“Comisario, no usemos la fuerza para nada, puede ser peor”. Traté de despejar el lugar y que la gente se fuera… pero nadie se movía, no querían perderse el espectáculo, nada del insólito hecho.

“Voy a arrimarme a la puerta de vidrio, a ver si me reconoce y me abre”, dije y me dirigí al negocio. Al hacerle señas, parecía o se hacia el distraído. De repente, dio un salto, abrió la puerta y no sé cómo, me tomó por detrás, atravesando una barreta por debajo de mi cuello, mientras lanzaba improperios.

“Comisario, haga algo, ¿no ve que está acogotando al doctor?”, decía la gente…

¿Recuerdan ustedes a los Tres Chiflados, sus famosos y eternamente repetidos “gags”, que invariablemente hacían reír? En menos de dos minutos aquello se transformó en una carrera durante la cual entrábamos por una puerta y salíamos por otra, como tantas veces vimos en esas filmaciones. En la primera vuelta, el paciente iba primero, yo detrás, seguido por el policía; en la segunda iba yo primero seguido por el policía y el paciente nos seguía con la barreta. En la tercera yo último, el paciente al medio y el policía adelante ¡un jolgorio!

Al fin lo redujimos. “Buenas noches, Comisario, me retiro”.

-“¡¡NO! usted se queda conmigo sino, ¿qué hacemos con éste?

-No lo maltraten… ya le di la orden de internación, tienen que llevarlo al Sauce en ambulancia…

-¡Usted me hace el favor de acompañarlo!

-¿Tiene miedo que lo encierren a usted también?… “No se me haga el gracioso”…

Venga esposado y boca abajo en el vehiculo, con un milico apuntándole a la nuca, llegamos al nosocomio. El milico quedó en custodia y nosotros, el chofer y yo, regresamos, pero llegando a la calle Beltrán, la ambulancia se empacó.

Tuve que ayudar a empujarla.

-No se usted, pero yo me las tomo, ya bastante hice, dije, mientras detenía a un taxi.

-Yo también me voy con usted doctor…  -¿y la ambulancia?

-Voy a dejar dicho que la vengan a buscar mañana.

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