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Esa víbora, el cuchillo

Desde los inicios del tango, el cuchillo y sus mundos han ocupado un lugar privilegiado en sus letras, en su literatura. En La Vitrola salimos en busca de esas obras que consagraron este símbolo mágico que tanto representa en nuestra idiosincrasia.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Academia Mendocina del Tango

“No veo los rasgos. Veo, bajo el farol amarillo, el choque de hombres o sombras y esa víbora, el cuchillo”. Jorge Luis Borges

El tango registra en sus letras una rojiza crónica de puñales. Para dirimir ofensas, saldar cuentas, resolver una traición, o simplemente para alardear coraje, lo cierto es que la presencia del arma blanca representa un vasto símbolo de nuestra cultura, y la historia del tango lo testimonia fielmente. Repasemos algunos textos.

El duelo como comprobación de la hombría

Mario López Osornio en su sesudo trabajo “Esgrima Criolla” señala que un cuchillo en mano de un hombre que lo sabe manejar le da valor aunque no lo tenga, o se lo hace surgir del fondo de sus entrañas aunque no lo quiera.

En la misma línea, Borges gustaba pensar en el duelo criollo no como incidente, sino como fatalidad, no como “contienda”, sino como mera intención de comprobar “quién es más hombre” y punto. Los poemas que integran su obra “Para las seis cuerdas” (1965) ilustran de sobra esta propuesta.

Se preguntaba Borges en su poema “El Tango” (en “El otro, el mismo”, 1964)

“…¿Dónde estarán aquellos que pasaron,

dejando a la epopeya un episodio,

una fábula al tiempo, y que sin odio,

lucro o pasión de amor se acuchillaron?…”

En este juego de comprobación de la hombría, el encuentro del acero con el cuerpo del otro lo era todo. “Entra hasta el puño; el índice y el pulgar tocan el cuerpo. Ese contacto que bastaría para perdonar, indica lo consumado sin remedio” dice Martínez Estrada en  “Radiografía de la pampa”(1933).

Sin embargo,  no ha sido este tipo de duelo el que puebla la crónica policial, especialmente la urbana. Por el contrario, el duelo a cuchillo “con causa”, ha sido el más frecuente y el que ha tenido un amplio desarrollo en la literatura nacional, y en la letra de tango más específicamente. Aún más, la pelea a cuchillo por causas de mujeres, inunda la poesía de tango, como se verá luego.

El cuchillo y la traición en el tango

Repasemos algunos títulos donde el duelo a cuchillo no ha sido, como a Borges le gustaba, “incausado”, y “porque sí nomás”, sino que la causa ha sido una de las más frecuentes: un asunto de polleras.

Julio Navarrine describe en “A la luz del candil”, un  desdichado escenario de una traición que desembocó en un doble crimen, y un hombre arrepentido que se entrega a la autoridad y suplica el perdón de Dios. El filo desempeña en esta obra un papel de singular importancia: mata y extrae “las pruebas de la infamia” con que el homicida se entrega.

“… Mi china fue malvada,

mi amigo era un sotreta;

cuando me fui a otro pago

me basureó la infiel.

Las pruebas de la infamia

las traigo en la maleta:

¡las trenzas de mi china

y el corazón de él!”

“Brindis de sangre”, con letra de José Suárez, es una muestra de cómo pelear, era, al decir borgeano, “una fiesta”.

“Soy el novio de María.

Sirva dos cañas pulpero”.

Alza su copa colmada

y dice al rival de un día:

“¡Brindo por la puñalada

que va a dejar estirada

o tu osamenta o la mía!”

Y sobre el pucho, bravía,

la topada.”

Luego el puñal hace lo suyo:

“Hay un revuelo de tira y ataja.

A poncho y cimbra, ninguno se toca.

El tallador del destino baraja:

da vuelta el mazo y la muerte está en boca.”

Más famoso, el tango “Duelo criollo” con letra de Lito Bayardo, podría ser perfectamente un argumento de Shakespeare o de una tragedia griega. Tres personas, una traición y tres muertes.

“pero otro amor por aquella mujer,

nació en el corazón del taura más mentao

que un farol, en duelo criollo vio,

bajo su débil luz, morir los dos.”

“… De pena la linda piba

abrió bien anchas sus alas

y con su virtud y sus galas

hasta el cielo se voló.”

“El ciruja” cuya letra le pertenece a  Alfredo Marino,  dice en una feliz estrofa:

“Frente a frente, dando muestras de coraje,

los dos guapos se trenzaron en el bajo,

y el ciruja, que era listo para el tajo,

al cafiolo le cobró caro su amor.”

“Ladrillo” (escrito por Juan Andrés Caruso) se suma a la larga lista de apuñalamientos por amor:

“El día que con un baile

su compromiso sellaba

un compadrón molestaba

a la que era su amor.

Jugando entonces su vida,

en duelo criollo, Ladrillo,

le sepultó su cuchillo

partiéndole el corazón.”

En “Por una mala mujer”, Carlos Bahr, relega el brillo poético del duelo por una lección de civilidad poco común:

“Deje a un lado el cuchillo y conversemos,

que las cosas se aclaran con razones,

la violencia no arregla nunca pleitos

y el que sabe entender no es menos hombre.”

Es que más allá o más acá del honor, hay lugar para un cálculo más trivial, una especulación racional para nada despreciable:

“Pa´ que hacer tanto alarde de coraje

disputando un amor que es de cualquiera,

si el final es morir o ir a la cárcel

a llorar por olvido de mala hembra.”

El cuchillo contra la mujer

El tango no estuvo exento de este terrible desenlace. Ofrecemos algunos ejemplos.

Edmundo Rivero en la pieza de su autoría titulada “Amablemente” -que tan bien sonaba en esa voz tenebrosa y profunda- narra un escenario por demás avieso, con un final donde el ensañamiento y la premeditación ganan su lugar.  Ante la traición, Rivero plantea un esquema ético: el hombre “no es culpable en estos casos”, y la mujer merece la muerte. Luego de encontrar a su mujer en otros brazos, ordena al tercero que se marche, solicita a su mujer, con naturalidad, “unos mates”, cual si nada sucediera. “La chamuyó de pavadas…”, pitó un cigarro…

“Y luego, besuqueándole la frente,

con gran tranquilidad, amablemente,

le fajó treinta y cuatro puñaladas.”

“Contramarca” (1930), de Francisco Brancatti, insinúa una similar aberración:

“…y esa flor que mi cuchillo

te marcó bien merecida,

la yevarás, luciendo en el carriyo

pa’ que nunca en la vida

olvidés tu traición.”

El cuchillo y el suicidio

El cuchillo puesto al servicio del suicidio no ha sido muy frecuente en la poesía del tango pero no ha estado del todo ausente. Veamos por ejemplo el tango “Ofrenda maleva” de Jacinto Font:

“El sudario de la muerta

de blanco se ha hecho punzó,

por la sangre del malevo

que, en duelo de fiera,

se abrió el corazón.”

“Te llaman Malevo”, con letra de Homero Expósito, aloja el suicidio en una genial metáfora que nos presenta al cuchillo, omnipotente, enfrentando al tiempo, acortándolo… “deshojando la espera”.

“Dicen que dicen que una noche zurda

con el cuchillo deshojó la espera

y entonces solo, como flor de orilla,

largó el cansancio y se mató por ella.”

El cuchillo ha sido, en síntesis, un personaje mudo, un objeto mágico en la historia de nuestra cultura. Con una connotación fálica a la vista, el cuchillo explora la sangre y oculta el deseo. Ha sido defensa, venganza, orgullo, coraje, pero sobre todo ha representado, una llave y un improbable conjuro a ese misterio que se nombra en voz baja, por respeto: el cuchillo ha sido un anticipo, un relámpago, un rojizo relumbrón de la muerte, que más vale propiciar a tiempo que recibir por descuido.   Y el tango es, una vez más, un compendio de estas historias, un espejo de estos deseos, de estos miedos, tan criollos… y tan nuestros.

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