Ha muerto Lucio Nápoli

Ha muerto, sí, físicamente, más no desde el afecto, el recuerdo y las acciones.

Aún lo veo en su fábrica de blanca cerámica, acariciando la arcilla con sus delicadas manos, de las que obtenía preciosas obras. Cada vez que nos cruzábamos por la calle, alzando su brazo, exclamaba: “¡Giovanotto di belle speranze!” (Joven de bellas esperanzas).

Persona con empatía y simpatía singulares, que hicieron imposible, seguramente, que tuviera enemigos. Fuimos parientes indirectos, pero parientes al fin y emanaba de él hacia nuestra familia un respeto inocultable.

Su alma de italiano meridional tenía un particular gracejo evidenciado en su chiste oportuno, su comentario mordaz, su estentórea opinión, acompañada por gesticulaciones muy suyas.

Como todo inmigrante amó la tierra elegida y le rindió honores, siendo un hombre de palabra, rectitud y honradez, común a todos estos señores de ultramar, que contribuyeron con su tenaz esfuerzo y silencio, al engrandecimiento de la patria.

Es una verdadera pérdida que este particular tipo  de ser humano se esté extinguiendo entre nosotros, porque cada vez que uno de ellos parte, la historia se ve para siempre privada de riqueza, riqueza humana irrecuperable.

La última vez que le ví, cruzaba la plaza Espejo con una bolsita llena de víveres, caminando, como siempre, con la frente bien alta.

¡Arrivederci, querido amigo!

José Enrique Marianetti

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