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Paisajismo: Para los árboles

Sonia Fioretti y Eugenia Videla

“…y la arboleda,
susurra su canto desigual
…”

Luis Alberto Spinnetta, 2003

Desde la música, la poesía, los cuentos, la historia, la plástica, siempre el árbol ha acompañado a nuestra cultura… Hoy, parte de nuestra identidad… es una potente clave de la imagen y calidad ambiental de Mendoza. La primera especie  empleada, en el paisaje urbano y rural, fue el álamo. Introducido en 1806 por Juan Francisco Cobo y plantado en el paseo La Alameda, a lo largo de dos cuadras junto al canal Tajamar. Posteriormente, el arboricultor francés Miguel A. Pouget, en 1853, trajo cantidad de semillas y estacas que incrementaron la lista de árboles a utilizar.

Algunos de gran porte, otros más modestos, con follaje caduco o persistente, con flores destacadas o poco vistosas, lo vemos como elemento decorativo en parques, plazas y jardines. Cobijo bajo su sombra en el verano, frescura para el paseante… Muchos en invierno lucen su desnudez, pero antes, cuando llega el otoño, con sus rojos, amarillos y ocres, se convierten en protagonistas del jardín.

Plantados en abundancia y cercanos, remembranza del bosque, constituyen macizos de reparo, ocultamiento o fondo de la composición. En planos intermedios, en grupos de unos pocos ejemplares, distinguimos su silueta, nos permiten vestir el jardín. Solos, como elementos aislados, lucen todo su esplendor y se transforman en punto de atracción.

La elección correcta de la especie, según función, estética y requerimientos determinará el éxito del espacio verde y su permanencia en el tiempo. Árboles de gran tamaño, para  jardines instantáneos, que en poco tiempo manifiestan su esplendor; árboles modestos y equilibrados,

que expresan el paso del tiempo, brindan la estructura del jardín.

Como ya mencionamos en notas anteriores, el árbol es un elemento fundamental en el paisaje, ofrece diversos beneficios de orden ambiental, estético, paisajístico, recreativo, social y económico. En alineaciones, en calles y avenidas, construye una fachada verde que contrarresta el desorden de una estructura urbana débil y le confiere un valor adicional, se constituye en uno de los indicadores de una ciudad “vivible”.

Los pueblos primitivos, de las más diversas culturas y lugares, creían en los espíritus moradores de los árboles, eran vistos como deidades sagradas. Creencias, mitos y leyendas, simbolismos de su propia existencia, los árboles sagrados eran venerados y respetados, no podían ser destruidos ni mutilados.

Hoy pensamos en podas funcionales, de mínima intervención, para mantener la vitalidad del ejemplar. Sin embargo, los irreverentes mutiladores de árboles, con otras creencias e intereses, han olvidado  que los árboles no se podan. El porte original debe ser respetado, tanto en el jardín como en la vía pública, para que luzcan bellos y sanos.

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