Quino
Por Nicolás Sosa Baccarelli
Subió al auto y cerró la puerta con suavidad. Atrás quedó un bochinche de burócratas y periodistas. Repuso en el acto su imperio de silencio, su mundo de pocas palabras, diáfanas como pétalos. Para qué más, si todo puede resumirse en un beso, en un grito o en una constelación, y todo eso cuadra en dos viñetas.
Quino anda y una bandada de niños lo persigue, porque es un rey mago que usa anteojos y alpargatas.
Quino anda y un séquito de hombres lo rodea, porque es un profeta de carne y despeinado.
Caminamos y con su bastón golpea el suelo, por si acaso. Como para despistarnos y hacernos creer que de verdad le preocupa.
- “Dónde estaba dios cuando te fuiste”, me desafía de repente.
- “Canción desesperada”, Discepolín – contesto-
Apenas sonríe y admira al poeta con un gesto. Con un solo gesto. Para qué más, si toda la emoción cabe en dos ojos, y esos ojos en la mano de este hombre,
como toda la poesía del mundo,
sobrando en un verso.