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Anecdotario breve de un médico rural

“El espinazo”

Por José Enrique Marianetti

Mientras atendía una mañana, una pareja de bolivianos entró al consultorio, provenientes de Ugarteche. Siempre tuve especial simpatía por ese grupo racial afincado entre nosotros, por su modestia, educación, don de gentes, sufridos, silenciosos, con excepción de su carnaval, con ansias de progreso y proverbial honestidad.

La esposa toma asiento y el hombre permanece de pie.

“¿Qué los trae por acá?”, pregunto, después de estrechar sus manos.

“A ella le duele el espinazo”, contesta de inmediato el cónyuge.

Bue…¡revisemos!…digo, después de pedirle que se sentara en la camilla, con las piernas colgando. Comienzo una prolija y detallada revisión de la columna vertebral, recordando las palabras del hombre al entrar. Teniendo en cuenta su duro trabajo inclinados sobre la tierra, era lógico pensar en un padecimiento localizado en su columna.

Poco comunicativos y expectantes, ambos seguían mis movimientos sin inmutarse.

Efectuándole la palpación vértebra por vértebra, no encontraba nada, por lo menos sospechoso. Mujer joven, bien constituida y conservada  a pesar de su duro trabajo, continué con el examen. La hice poner de pie, flexionando su cintura e inclinarse hacia delante y …nada. Acostada ahora, flexioné y estiré sus piernas (maniobra de Lasegue) y no constaté ningún síntoma. Agrego a mi examen otras maniobras destinadas a detectar patología ósea de la región y…tampoco habían síntomas a la vista. Comencé a preocuparme. La pareja traía consigo varias radiografías y exámenes analíticos, que no mostraban nada anormal. Resultaba evidente que los colegas que la habían visto antes que yo, también se orientaron hacia el examen de columna, atendiendo a los dichos de la paciente.

Terminado ya el examen exhaustivo, comencé a interrogar, buscando orientarme: “¿su dolor es permanente o aparece de vez en cuando?”. No, es permanente, doctor.

“¿Cuánto tiempo dura?”. Y…un poco nomás, cuando los chicos no están, aprovechamos para estar juntos. “Juntos con quién”, pregunto intrigado.

Entre nosotros nomás doctorcito, usted sabe…

“¿En un horario especial?”. Y si, de noche, nomás, cuando no hay nadie o todos duermen…

“¡Ah, dije, respirando aliviado!, voy entendiendo. ¿Usted se está refiriendo a la unión carnal, al coito, a la unión sexual, señora?”

¿Y a qué otra cosa iba a ser, pues, doctorcito?

Sin quererlo, iba a repetir el mismo error que los anteriores colegas, que no supieron preguntar, no se detuvieron a pensar y estaba por recetarle analgésicos a la ligera, sin diagnóstico, cuando caí en la cuenta de que se trataba de un cuadro de dispareunia (dolor durante el coito). Había llegado así a la verdad gracias al interés puesto en el caso, mi tesón y paciencia habían dado frutos, más que por sapiencia.

Desde ese lejano día que no olvidaré jamás, me convencí de la enorme importancia de un interrogatorio bien hecho, y al aprender y escuchar los modismos y el lenguaje que trae consigo el paciente extranjero, junto a sus costumbres y culturas, que dan una mayor posibilidad de conocer al otro acertadamente.

¿Con razón la pobre mujer había peregrinado tanto y nadie había dado en la tecla!

Gran ejemplo para los médicos jóvenes, tecnófilos, siempre apurados, sin cultivo espiritual o muy poco, que olvidan a la Clínica como soberana, y que requerirán tiempo para resolver los problemas como el que yo tuve, sin postura soberbia del supuesto saber médico, y que cuando no saben algo, rápidamente “derivan”.

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