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Anecdotario breve de un médico rural

“Le falló la memoria”

Por José E. Marianetti

El devenir diario, en cualquier ambiente asistencial, está siempre lleno de noticias horripilantes, sorpresas, dramas y también aspectos jocosos, risueños y ridículos. Es una síntesis vital de la cual pueden esperarse muchas enseñanzas y también experiencia.

Esa tarde habíamos trabajado bastante. Pasadas ya las diecisiete, ensordeciendo con su sirena, una ambulancia entró a la Clínica y detrás, un móvil policial.

“¡Es un accidente de tránsito, abran paso!”, gritaban los camilleros, mientras entraban con el accidentado al quirófano.

Ante la circunstancia, ya había aprendido que, una vez retirados los camilleros, la policía quiere saber y se mete nomás, atropellando, al sitio estéril.

¿Adónde van ustedes? Interrogo y digo: Primero voy a examinar al paciente. Luego les informaré. Esperen afuera. Retiré de entre la ropa sus documentos, alhajas, reloj, llaves, anteojos y billetera, que son las cosas que primero se “pierden” en la confusión del momento.

Había sido un choque de automóviles en la esquina de Sáenz Peña con San Martín y, por los comentarios escuchados se notaba que ambos conductores excedieron la velocidad normal de circulación. Los signos vitales del sujeto no presentaban riesgo mayor, pero aún así solicité de urgencia exámenes analíticos y radiológicos.

Su nombre, por favor. Me contestó bajo, pero claramente. ¿Algún teléfono para dar aviso? Me dio uno al que llamé de inmediato. Fractura de cuello de fémur y contusión torácica sin hematomas fueron los diagnósticos radiológicos y la analítica resultó normal.

Habían pasado unos 40 minutos y se hace presente una hermosa mujer que, al preguntar por el accidentado, dice ser su esposa, pasando de inmediato a la habitación. Pocos minutos más tarde, entra al establecimiento otra hermosa mujer que también, con elegancia, se identifica como la esposa del hombre internado.

“¿Qué hacemos, doc?”, me pregunta la avezada caba Mary y enseguida “¡Acá se va a armar un quilombo de esos para alquilar balcones!”

Y…que pase nomás , contesté resignado.

De inmediato, un griterío infernal. Las enfermeras, junto a los policías, trataban de separar a las mujeres en pugna y aún esperaban mi informe, sorprendidos por el escandalete.

El asunto no pasó de ser un revuelo pueblerino. Todo Luján conoció el episodio y, al rato nomás, volvió la calma.

“¡Que cagadón me hizo, doctor, cómo se le ocurre juntar a mi señora con la minita que tengo!?”

Yo no tengo la culpa de que el subconsciente lo haya traicionado. Eso pasa por andar dándoselas de galán por ahí, haciendo el ridículo. ¡Agradezca que no perdió la vida ni por el choque ni por las mujeres! Aclaro, por las dudas, que usted se equivocó al darme el número fatal.

“Es que justo venía de estar con ella ¿Vio?”

No, no vi. Sólo se que Dios castiga pero no se le ve la guasca, respondí agregando: espero que haya aprendido la lección.

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