“Las mentiras tienen patas cortas”
En los setenta me mudé a vivir y tener el consultorio en la misma casa, sobre calle Norton. Nunca olvidé el número igual al del símbolo “pi”, (314). Allí atendía continuado, mañana, tarde y noche, como si fuera el viejo cine “La Bolsa”, sobre calle Necochea de Mendoza.
Llegan a verme, verano de tardecita, un par de muchachos jóvenes, contratistas de viña.
Me contaron haber encontrado a su padre, al que creían muerto, en su cama.
Me necesitaban para verificar su estado y, de ese modo, conseguir el certificado de defunción, que les permitiría realizar los trámites que pedía la funeraria para poder inhumarlo según la ley.
Tuve siempre fama de gaucho, pero nunca obtuve patente de estúpido.
Mientras era transportado a bordo de un viejo camioncito GMC, meditaba en silencio qué podría haber sucedido en realidad.
Llegamos al domicilio donde el hombre vivía solo, desde la muerte de su esposa, ocurrida años antes.
Según calculé por su temperatura corporal, ya sin “Rigor Mortis” –no estaba tieso-, la muerte había ocurrido unas horas atrás. Tenía un pañuelo al estilo cowboy cubriendo su cuello. Los hermanos, nerviosos, se miraban entre sí.
¿Y esto?, pensando ya con mayor seguridad que algo estaba ocultándoseme, pregunto: “¿Qué pasó acá, muchachos”, “Por favor, no mientan”… “¡No tengo idea!”, dijo uno y el otro…”¿Y yo qué sé?”, mientras yo, con el bajalenguas, trataba de examinar la garganta del muerto, dado que habían rastros evidentes de sangre en su boca y sobre el cuello, ahora sin el pañuelo que lo cubría, una línea roja rodeaba su base, rematando en un moretón detrás de la oreja izquierda, ambas lesiones pre-morten, según lo estudiado en Medicina Legal.
“Bueno, pibes, acá pasó algo raro y ustedes no largan prenda. Aténganse a las consecuencias. No puedo ni debo, por ningún motivo, ser su cómplice”.
Al llenarles el certificado, escribí en el rubro “Observaciones”: Averiguación de causa de muerte. Antiguamente se ponía Muerte dudosa, lo que para mí sonaba ridículo y era improcedente, ya que no había duda de que el sujeto estuviese muerto, pero debía averiguarse la causa y además agregué: Posible fractura del hueso hioides y del cartílago tiroides, con probable fractura de tráquea.
“Acá tiene. No se extrañen si mañana nos volvemos a ver en la Comisaría”, y nos despedimos.
A la tarde, el teléfono sonó. “Doctor Marianetti, le habla el comisario de la Seccional 11, va a tener que venir para acá lo antes posible”. Como ya lo había previsto, lo tomé con calma. Al llegar me encontré con los muchachos, asustados y rojos de vergüenza.
“Va a tener que quedarse conmigo, Doctor, hasta que me llamen de la morgue informándome el resultado de la necropsia”. Asentí. Tres horas después, el comisario entra a su despacho. “¡Qué ojo clínico, doctor, resultó lo que usted había escrito, pero sabe lo que pasó en realidad?” “No con absoluta certeza, pero sospecho que el viejo se quiso suicidar ahorcándose y fracasó en su intento”.
“¡Muy bien!” dijo el uniformado. “Quiso ahorcarse en un olivo. Alcanzó a ahorcarse y todo, pero el alambre se le cortó y cayó al suelo. Así lo encontraron los hijos, lleno de sangre, con la yugular rota”.
Había pasado así una experiencia enriquecedora y fortalecedora, al haber previsto el engaño.
Al salir, viendo a los pibes, les dije: “¿Vieron lo que pasa por mentir?”…”Las mentiras tienen patas cortas. No mientan nunca más”. José Enrique Marianetti