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La inmigración italiana y el tango

Una historia de tanos y organitos (Segunda parte)

En el número pasado de “La Vitrola”, emprendíamos un viaje en el tiempo y nos remontábamos más de cien años atrás, para revisar la suerte que corrió el “proyecto inmigratorio” impulsado por los gobiernos nacionales desde mediados de siglo XIX. Repasábamos  qué repercusiones tuvo el arribo multitudinario de italianos y españoles en las letras de esa vieja Buenos Aires, cómo lo interpretaron los sectores conservadores de la época y cómo influyó en la formación de un género nacional que surgía de esas mezclas de razas, sueños y fracasos: el tango. Aquí, la segunda parte.

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Academia Nacional del Tango sede Mendoza

Vez pasada reflexionábamos sobre el lugar que pudo haber ocupado la inmigración italiana en el origen de ese tango primigenio de fines de siglo XIX.

Fragmento del cuadro: “El último organito” de José Marchi. La figura del italiano “moliendo tangos” en este mágico elemento es ya una postal clásica de nuestra cultura urbana.

Partíamos de la observación de José Gobello que cita Ricardo Ostuni en su obra “Tango, voz cortada de organito”. Allí, se sorprendía el prestigioso investigador de que habiéndose hablado tanto acerca de la posible influencia de la milonga, del candombe y de la habanera en el tango criollo, y de  cuánto tiene de negroide y cuánto de andaluz el tango primerizo, nadie se había detenido a averiguar si acaso la canzonetta había dejado su impronta en la música de la cosmopolita Buenos Aires.

El poeta del chamuyo lunfa y la parla enrevesada, Julián Centeya, había nacido en Parma, Italia. En la foto abraza a Aníbal Troilo.

Por nada no habrá sido – señala Gobello- que los tangos primeros se ejecutaron en instrumentos de prosapia italiana: la flauta, el violín, y sobre todo el mandolín y el clarinete. “Sin tener en cuenta la sangre italiana que corre por las venas de Buenos Aires no se puede conocer la idiosincrasia del porteño. A lo mejor sin tener en cuenta a los italianos que interpretaron el tango y que compusieron tangos no se puede obtener esa abstracción esa suerte de idea platónica que algunos llaman tanguidad”

Habiendo enunciado ya, los apellidos italianos que protagonizaron la época de génesis y formación del tango, podemos recordar algunos otros nombres, ya posteriores, que honran el mismo origen.

Algunos nombres

Amleto Vergiatti, nació en Parma. Supo llamarse Enrique Alvarado, pero fue conocido con un nombre ya querido por todos: Julián Centeya, el hombre gris de Buenos Aires. Llegó con su familia desde Italia. Su padre, periodista anarquista, fue perseguido por sus ideas políticas y decidió viajar a América. Más tarde recordaría el poeta, en su poema “Mi viejo”:

“Vino en Conte Rosso
fue un espiro
tres hijos, la mujer, a más un perro
como un tungo tenaz cinchó de tiro
todo se lo aguantó: hasta el destierro”

Luis César Amadori, prolífico letrista y hombre cine (e incansablemente envidiado por haber llevado al altar  a la bella Zully Moreno) nació en  Pescara.

Mario Battistella, poeta, autor del célebre “Cuartito azul” entre otros cientos de tangos había nacido en Verona. De estos pagos era oriundo también uno de los mejores vocalistas de la historia del tango: Alberto Marino, cuyo nombre verdadero era Vicente Marinaro. No sólo trajo su sangre italiana, también venía con él la influencia de la escuela italiana de canto.

Sabemos que Ignacio Corsini se crió entre Almagro y la Provincia de Buenos Aires, pero lo cierto es que este cantor criollo había nacido en Sicilia, pese a que portaba un apellido oriundo de Italia del norte.

Para no agotar al lector apenas recordaremos que fueron hijos de italianos, los hermanos De Caro, Armando y Enrique Santos Discépolo, Vicente Greco, Ernesto Ponzio, Pascual Contursi, Roberto Firpo, Juan Maglio “Pacho”, Francisco Canaro, Francisco Lomuto, Carlos Di Sarli, Juan D´Arienzo, Astor Piazzolla, Pedro Maffia, sólo por nombrar caprichosamente algunos.

Más allá de la cercanía con un nacimiento familiar en la península itálica, la sangre italiana inunda la historia del tango. La sola mención de los apellidos corrobora el jucio: Francini, Pugliese, Manzione Prestera (apellido de Homero Manzi), Biaggi, Ruggiero, De Ángelis, D´Arienzo, D´Agostino, y un largo etcétera.


Las letras

Numerosas son las letras de tango inspiradas en el inmigrante italiano y su mundo. Revisemos algunas:

“Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en el suelo,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.
Y en la sucia cantina que canta
la nostalgia del viejo paese
desafina su ronca garganta
ya curtida de vino carlón.”

Los versos son de Nicolás Olivari y pertenecen al tango “La violeta” escrito en 1930. En él, se  narra el drama que llegaba “encerrado en la panza de un buque”. Sigue cantando el poeta:

“Canzoneta de pago lejano
que idealiza la sucia taberna
y que brilla en los ojos del tano
con la perla de algún lagrimón…
La aprendió cuando vino con otros
encerrado en la panza de un buque,
y es con ella, metiendo batuque,
que consuela su desilusión.”

También se ocupó el tango del tema del ascenso social del inmigrante  y el sueño del hijo profesional. En 1930 se conoció esta obra, que luego grabó Gardel. La pieza, de Guillermo Del Ciancio, se llama “Giuseppe el zapatero” y describe el asunto, en versos que poco honran la letrística tanguera, pero significan un testimonio de la época:

“E tique, taque, tuque,
se pasa todo el día
Giuseppe el zapatero,
alegre remendón;
masticando el toscano
y haciendo economía,
pues quiere que su hijo
estudie de doctor.”

El lugar que encontró el “tano”  para meditar sobre su pena fue el “cafetín”, ese reducto sórdido y gris al que aluden numerosas obras.

Cátulo Castillo por ejemplo, en su tango “La Cantina”, puso de música una tarantela que alegró un barco pero hizo a su tango profundamente triste:
“Se ha dormido entre jarcias la luna,
llora un tango su verso tristón,
y entre un poco de viento y espuma
llega el eco fatal de tu voz.
Tarantela del barco italiano
la cantina se ha puesto feliz,
pero siento que llora lejano
tu recuerdo vestido de gris.”

Su papá, José González Castillo,  había recordado en “Aquella cantina de la ribera” en 1926, la desdicha del amor perdido detrás del océano:

“Pero hay en las noches de aquella cantina
como un pincelazo de azul en el gris,
la alegre figura de una ragazzina
más breve y ardiente que el ron y que el gin”.

En los versos del gran Homero Expósito retorna en 1947 la imagen poética del barco, el lirismo de la pena asfixiante del pasado y la distancia. Recuerdos del hombre que ahoga sus penas en el vaho del alcohol de un… “Cafetín” (1947)

Bajo el gris
de la luna madura
se pierde la oscura
figura de un barco.
Y al matiz
de un farol escarlata
las aguas del Plata
parecen un charco.

¡Qué amargura
la de estar de este lado
sabiendo que enfrente
nos llama el pasado!…
Cafetín,
en tu vaso de vino
disuelvo el destino
que olvido por ti…

En síntesis, los inmigrantes italianos y sus descendientes asumieron desde los inicios del tango una presencia notoria. Sus problemas, la exclusión de la que fueron víctimas, sus angustias, sus fracasos, decantaron en poesía y en música.

Discriminar hasta qué punto los criollos se italianizaron o los italianos se acriollaron, no es fácil,  y resulta una tarea bizantina.

Cantaron la angustia de la patria lejana, de la infancia perdida.  Cantaron el desgarramiento del amor distante, de eso que se fue para siempre.

El tango, como tantas otras manifestaciones culturales, sociales y políticas de nuestro país, le debe mucho a nuestros ancestros “tanos”.

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