Por Nicolás Sosa Baccarelli
La tarde decía mucho de lo que es enero. Un calor asfixiante. El encuentro estaba previsto a las diecinueve. Ha venido a Mendoza a compartir las fiestas de fin de año con su familia: hijos, nietos y bisnietos. Está, en teoría, descansando; y yo quiero interferir ese merecido reposo. Pero me atrevo, algo me alienta: vengo a conversar sobre su pasión; y la pasión… no descansa. Camina por un pasillo hacia afuera, festejada por un mundo de libros y de plantas. Antes de llegar pensaba tomar su mano y llamarla “doctora”; pero algo en su mirada me invitó a saludarla con un abrazo y a llamarla “Graciela”. Sonrió y me ofreció allí una amistad limpia y clara… una charla de viejos amigos – recién conocidos. Su humildad lo hace posible.
Le propongo algunos temas referidos a literatura y poder. Consulto su opinión sobre la literatura como instrumento de impacto político en los tiempos actuales. Me invierte, inmediatamente, la ecuación. “La literatura cambia el mundo más allá de su propósito, porque cambia al hombre”, dice con tranquilidad. Piensa en un creador libre, sin condicionamientos, convencida de que cuanto más libre es la creación, mayor es su capacidad de modificar a su artífice y por lo tanto, al mundo. Así ha invertido mi planteo.
Propugna un arte libre, sin ataduras ni rumbos predestinados. Una poesía franca y pura, respetuosa de sus compromisos libremente asumidos… o de ninguno más allá del propio – y enorme- desafío de la belleza. “El encuentro con la belleza del mundo y la búsqueda de producir belleza a través de la forma” para usar sus palabras. “El “arte al servicio de” siempre ha sido un arte menor”, explica. Critica la estética marxista de compromisos explícitos y verifica que efectivamente “no funcionó”. “No creo en ningún deber ser de la poesía”, remata con seriedad, Graciela.

El poeta Alfonso Solá González y Graciela Maturano en su casa del Cerro San Luis, de calle Benito San Martín. Hoy vive allí su hija Pepa.
“La poesía está ligada a un logos racional, pero el trabajo del poeta no es tan sólo racional”, aclara. Habla de la “razón poética” y de una prosa válida siempre y cuando tenga una raíz poética. La crítica misma no puede subsistir, sin poesía. Me animo a preguntarle qué sería del ser humano sin la ficción, adivinando su respuesta. Pero ella excede mis pronósticos. “Un insecto”, responde. Detrás de su sentencia ha florecido, creo, una verdad cautivante: la única diferencia fundamental entre los humanos y el resto de los animales es la metáfora.
Desde los años 60, Graciela ha formulado algunos cuestionamientos a ciertos cuerpos teóricos muy arraigados. La Lingüística de Saussure, su Teoría del Signo como base de los estudios literarios, y con esto, la semiología, el estructuralismo, y “todo ese paquete de orientaciones que han hecho de la literatura una cosa a ser disecada”, sin posibilidad de retomar su carácter propio de vida y expresión espiritual. Así, recuerda a Leopoldo Marechal al decir que “cuando la letra se separa del espíritu, la letra se suicida rigurosamente”.
Estudiosa de la literatura hispanoamericana, juzga a América en un laberinto entre una democracia de verdad, y otra ilusoria. Y ve en la cultura de su pueblo, una insoslayable guía.
La veo en una foto con Marechal. Luego, junto a su esposo Alfonso Sola González. Leo, en un apéndice de una obra suya, las profusas cartas que le escribía Julio Cortázar. Pasea de Lugones a Américo Calí, de las postrimerías de Sodoma, a la posmodernidad; me habla de Sartre y de Macedonio Fernández. Se le iluminan los ojos cuando nombra a Alejo Carpentier. Me dedica un libro de su autoría, miramos el reloj y nos marchamos. Iba por un ratito, pero me quedé dos días… dos tardes inolvidables.
Aproximación a Graciela Maturo
Nació en Santa Fé, pero parte de su vida transcurrió en Mendoza. Aquí se graduó en Letras en la Universidad Nacional de Cuyo, institución que recuerda con mucho cariño. Dice haber recibido de ella, tres cosas fundamentales: la formación clásica, el revisionismo histórico -en lo nacional- y el compromiso ético. Se doctoró en Letras, y enseñó en aulas universitarias en numerosas instituciones del país, ha sido Investigadora Principal del CONICET, directora de la Biblioteca de Maestros, fundadora de centros y grupos de investigación, asesora de editoriales, etc. Los primeros años de la década de los 60 la encontraron en Mendoza dirigiendo la revista de poesía Azor. También condujo la revista interdisciplinaria Megafón (1975-1989), órgano del Centro de Estudios Latinoamericanos que fundó en 1970. Integra el Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli” de la Academia Nacional de Ciencias y colabora en revistas especializadas de Argentina, Chile, Colombia, Venezuela y otros países. Su más reciente emprendimiento es la fundación del Centro de Estudios Poéticos Alétheia, que dirige juntamente con Alejandro Drewes. Ha cultivado una línea de pensamiento humanista, renovada por la Fenomenología y la Hermenéutica moderna, y defiende la legitimidad de un pensamiento americano. Su obra publicada, que se extiende a más de treinta libros, ha merecido varias distinciones. Abarca la poesía, el ensayo y la investigación literaria. Contrajo matrimonio con el poeta Alfonso Sola González con quien residió en Chacras de Coria, más precisamente en el Cerro San Luis, donde actualmente vive su hija Mercedes Sola – la “Pepa” para los vecinos y amigos- y su numerosa familia. Actualmente Graciela reside en Buenos Aires donde mantiene una agitada actividad académica.
agosto 22nd, 2012 at 7:36
¡Excelente nota! Un placer leer las reflexiones de la Dra. Maturo, que han sido guiadas por un hábil entrevistador.
agosto 27th, 2012 at 13:10
Lisa nos alegra que te guste! Te agradecemos el comentario.