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Accidentes viales….¿qué hacemos?

Nota de opinión


Educación Vial: “adquisición de hábitos que permitan al ciudadano acomodar sus comportamientos a las normas, reglas y principios de tránsito”

Hablar de accidentes de tránsito, con todo lo que ello involucra, es introducirse en el mundo de la cultura, de la educación, de la convivencia armónica en una sociedad madura, donde el bien común supera a las apetencias y necesidades personales.

Los datos estadísticos son incontrovertibles: en nuestro país mueren más de 7000 personas por año por accidentes viales, por lo que ocupa el cuarto lugar en el orden de causas de muerte. Si agregamos el factor de conversión que las Naciones Unidas aplican en sus cálculos de morbi-mortalidad, se suma un 30 % más que agrupa a los que mueren hasta 30 días después de ocurrido el siniestro.

Los números son llamativos, sobre todo si tenemos en cuenta que son muertes que se pueden prevenir, en la medida en que todos los actores involucrados participen de una estrategia global asumiendo cada uno la responsabilidad que les compete.

El mismo organismo internacional ha determinado un estándar de responsabilidades atribuyendo al ciudadano el 88 %, al vehículo el 6 % y al ambiente -estado de las rutas, señalización, clima- el 6 % restante.

Como se puede ver, el factor humano es el máximo responsable de esta tragedia, por lo que para poder modificarlo, es impostergable recurrir a la educación. La formación vial  debe ser parte obligatoria en el curriculum escolar como complemento indispensable de un objetivo superior, cual es la formación del ciudadano, con la clara concepción de que es necesario conocer nuestros derechos, pero también las obligaciones para contribuir de esa manera al logro de la paz y armonía social.

El respeto a las Normas y Leyes vigentes debe ser el objetivo primario. La discusión sobre sus características, sus objetivos y hasta sus debilidades debe ser realizada en el medio de una charla familiar, entre amigos, en la escuela, en diferentes ámbitos de la sociedad. Deben conocerse en todos sus detalles para poderlos llevar a la práctica rutinariamente hasta transformarlos  en un acto automático que no requiera esfuerzo intelectual alguno.

El Estado debe proveer rutas adecuadamente proyectadas y mantenidas de acuerdo a la circulación interna, además de una correcta señalización que no se preste a confusiones ni permita titubeos. Debe  sostener un sistema de control moderno, con tecnología adecuada y recurso humano debidamente capacitado y  tener la voluntad y energía suficientes para sancionar a los infractores con medidas ejemplificadoras propendiendo a la toma de conciencia para  no repetir errores.

Los ciudadanos se accidentan por negligencia, cansancio o  distracción. Nuestra propia cultura, que involucra un alto grado de suficiencia y desprecio por las normas, nos “autoriza” a  incumplimientos de principios básicos de convivencia social. El pasar un semáforo en rojo se toma como muestra de coraje y audacia incluyendo el exceso de velocidad que ello conlleva. El no respetar la senda peatonal implica un desprecio ostensible a la vida de los transeúntes. El disco “PARE” es en la mayoría de los casos un adorno a la vera de cruces peligrosos;  allí se impone la ley del más fuerte como en una contienda deportiva, estimulando una desafortunada competencia de ver quién gana como símbolo de poder y fuerza. La señalización en el pavimento mostrando los lugares donde está o no permitido el pase de un vehículo a otro, no es respetada aún en lugares de gran peligro, como son los caminos de montaña. Es tradicional leer en los periódicos accidentes de este tipo en las épocas de vacaciones, donde el ganar unos minutos al viaje, es objetivo fundamental para gozar del descanso veraniego, vacaciones que muchas veces se ven truncadas por esta falta grave. En fin, innumerables ejemplos de conducta incivilizada.

Alcohol y accidentes

Para los jóvenes es parte de los hábitos de fin de semana el consumo de alguna bebida alcohólica como “previa” a la salida formal a algún local de diversión. Aunque inicialmente el consumo moderado produce euforia y liberación de comportamientos, termina ocasionando depresión,  somnolencia  y disminución de las funciones cognitivas, perceptivas y motoras. Esto produce lentitud de respuestas rápidas ante situaciones de emergencia o peligro.

Cada año se producen en el país cuatro millones de accidentes viales vinculados al alcohol, con más de 300.000 hospitalizaciones y con no menos de 40.000 personas que quedan con algún grado de discapacidad. Este problema no es exclusivo de la República Argentina, observando similares resultados en casi todos los países del mundo. Mendoza no es la excepción en el tema y posee el raro privilegio de ser una de las provincias del país con una tasa de mortalidad de las más altas -19 muertos por 100.000 habitantes-. Pero lo notable, es que de ellos, el 33 % corresponde a personas entre 15 y 25 años.

¿Podemos prevenir?

No basta con tener claro el diagnóstico de situación. En mayor o menor grado la ciudadanía sabe que estas cosas ocurren pero lo más grave, también saben cómo  prevenirlas…. cumpliendo  las leyes. Sin embargo, es necesario elaborar estrategias claras y participativas, donde la educación ocupa el rol fundamental: desde la más tierna infancia, en las escuelas, en la familia, en las organizaciones civiles de todo tipo -barriales, gremiales-, estimulando sistemas de promoción de la salud y con la inestimable participación de los medios masivos de comunicación, quienes no solamente deben hacer el relato del siniestro, sino desarrollar una verdadera actividad docente.

Todos somos responsables, porque todos estamos conviviendo en sociedad. Cada cual,  desde su lugar debe ser ejemplo de orden y respeto, los padres para con sus hijos, los docentes para con sus alumnos, los jefes para sus subalternos, y así iniciar una cadena de comprensión y aprendizaje que nos ubique finalmente como sociedad, como país, en el lugar que todos  anhelamos, porque, “pertenecer al primer mundo”, no pasa solamente  por la fortaleza económica sino también  por construir una sociedad justa, ordenada  y respetuosa del bien común.

Dr. Francisco Femenía

Médico cardiólogo. Fue presidente de la Sociedad de Cardiología, Jefe de Servicio de Cardiología del Hospital Español, Director de Planificación del Ministerio de Salud en la gestión de Roberto Iglesias, profesor de la Facultad de Ciencias Médicas.

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