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Horacio Salgán: El Tango en la gloria

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Una fusa larga y cadenciosa florece en sus dedos para morir en el aire, acariciada por otra. Una mano izquierda dictamina mientras su par fusila corazones, canyengue y elegante. A esta altura no sé si la ciudad le dio su música o fue su piano en realidad el que le puso música a Buenos Aires. ¡Horacio Salgán! ¡Cuántas cosas lindas vienen a mi mente al pronunciar su nombre! ¡Qué absurdo  sería pensar en el Tango sin su piano, sin su voz, sin su palabra! Lo veo en una calle gris, en las noches empachadas de lluvia y de asfalto. Lo veo de pronto en un callejón de barrio y en una noche de New York, en la trasnochada pasión de una trompeta mágica y morena. Lo presiento en Gershwin y en el paso de un candombe. En Ellington y en De Caro. En una historia de comparsas y de esclavos. En el elegante escenario del Colón y en una esquina rea. En  un silbido que intenta un tango sin saber de dónde viene, lo recuerdo.  En el contrapunto de tranvías y de bandoneones que susurran un recuerdo apócrifo, porque la verdad no estoy tan seguro de haber estado allí.

¡Horacio Salgán! Su nombre entre los nombres retumba con el sonido grave con que el  Tango llama a sus grandes. Y sin embargo nos resulta a todos tan íntimo, tan cercano.

“El Maestro” lo llaman sus pares. Con esa referencia basta.  Horacio Salgán constituye uno de los pocos hombres que alcanzaron en vida esa gloria casi mítica del género y de la cultura nacional.

Nació en las cercanías del Mercado de Abasto un quince de junio de 1916. Con seis años comenzó a estudiar piano en una academia de barrio y con tan sólo dieciséis años comenzó a tocar en un cine de Villa del Parque poniéndole música a películas mudas. Así empezó su carrera este joven músico que pronto se transformaría en uno de los pianistas más renombrados de América y en una leyenda del tango mundial. Todavía deambula por el café “El Gato Negro” un vívido recuerdo de aquel muchacho, en Corrientes y Leandro Alem. Tocó  con Elvino Vardaro y más tarde con Roberto Firpo. Desde entonces estaba a la vista su sólida formación musical. El jazz, los ritmos brasileros, la música de las provincias y las obras clásicas constituían un solo ámbito donde Salgán forjaba de a poco su estilo y se movía con soltura. Grandes músicos caminaban por entonces la noche de Buenos Aires. Ninguno de ellos detentaba una cultura musical tan vasta y una educación instrumental tan ilustrada. En 1944 formó su primera orquesta contando con la voz de Edmundo Rivero. Sus revolucionarias interpretaciones y la voz grave del cantor hicieron que el director artístico de Radio El Mundo, sentenciara que “la orquesta era rara y el cantor imposible”. Sin duda, ambos se habían adelantado a su tiempo. Formó su segunda orquesta en 1950 la cual duró sólo hasta 1957. Impulsó a un Roberto Goyeneche entonces joven. Más tarde formó con el guitarrista Ubaldo De Lío un dúo exquisito. En 1960 se formó el conocido Quinteto Real. Su integración era perfecta: Pedro Laurenz en el bandoneón, violín de Enrique Mario Francini, en el contrabajo Rafael Ferro luego reemplazado por Kicho Díaz, y  Salgán en el piano.

Entre sus composiciones más conocidas podemos citar A fuego lento, Grillito, La llamo silbando, Tango del eco y Don Agustín Bardi entre otros. En 1985 llevó al Teatro Colón el Oratorio Carlos Gardel. Un obra cumbre del tango  de 42 minutos con versos y recitados de Horacio Ferrer, coros y solistas.

Entregó sus años a la docencia y al estudio del instrumento. “Mi máxima ambición desde niño y hasta hoy, es aprender a tocar bien el Piano” dice con una humildad inquebrantable.  “Un concepto que mi padre siempre menciona es que él nunca quiso renovar el Tango, siempre le gustó el Tango como es, si en algo lo renovó, no fue como un objetivo o una meta…simplemente se dio” nos cuenta su hijo, César Salgán, quien  se sienta actualmente al piano del Quinteto Real y lo hace con maestría.

Sus arreglos y su digitación denotan toda una forma de entender el tango. Su estilo fue moderno en los cuarenta… y en nuestros días lo sigue siendo. Pianista contundente, sólido, acabado. De una mano derecha sorpresiva y liviana que señaló un rumbo en la historia del instrumento y de su papel en el tango.

Desde muy joven se ganó la admiración de todos sus pares. Los lugares donde tocaba eran concurridos masivamente por otros músicos que iban a escucharlo porque, como ha dicho Leopoldo Federico, “ese sonido nos hacía bien a todos”. Le dio al tango una dimensión nueva rompiendo con las estructuras rígidas y geométricas conocidas hasta entonces. Logró superar la cuadratura de compases y recursos predecibles. Reinventó el tango.

Vaya pues este humilde pero merecido homenaje al Maestro de Maestros.

Don Horacio: el tango y los argentinos lo recordaremos siempre.

Nota: Debemos un sincero agradecimiento al Maestro César Salgán por su generosidad de siempre.

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