Categoría | Necrológicas

Para la Gola

6 de septiembre de 1915 – 7  agosto de 2011

Siempre la admiré con un poco de sana envidia. Tal vez porque en mi interior esperaba, algún día, parecerme a ella. Para poder llegar a los 95 años tal como ella. Presiento que no seré capaz.

Para mí la Gola fue sencillamente inigualable.

Porque siempre fue joven. Pero de una juventud no fingida sino vivida como tal. Porque de ella la vida fluía con naturalidad, así como su entusiasmo y su alegría.

Y esta vitalidad, para mí, era contagiosa. Estar con ella hacía bien. Descubría dicha en sus ojos y sabiduría en sus palabras. Nunca escuché estériles reproches de su boca, a pesar de que en su vida tuvo que afrontar pesares que sólo una madre puede llegar a comprender. Como la muerte de un hijo y continuar, a pesar de la profunda tristeza, apostando al optimismo.

Y, por sobre todas las cosas, a la Gola no costaba nada quererla. Se hacía querer sin que uno se diera cuenta. Porque tenía la sabia delicadeza del respeto, de la ecuanimidad, de la chispa oportuna que sólo brota de personas inteligentes…

Seguramente, también, porque fue maestra  (creo que este oficio lo ejerció hasta el último día).

En los típicos cumpleaños del Beto, cuando el asado ya estaba pronto, aparecía ella sonriente, entonces el Japonés pegaba un alarido, ronco y fuerte, como para que todos los presentes nos enteráramos: “Acá llega mi maestra de 5º grado” y luego se entrecruzaban en un abrazo largo y verdadero. Cuánta alegría para una maestra que un exalumno la recuerde con tanto cariño y cuánta dicha para el Japonés de poder compartir con ella momentos de alegría.

Uno de mis últimos recuerdos de ella es verla con la copa de vino alzada haciendo un brindis, sonriendo dichosa.

Yo siempre la recordaré como a la mujer que “honró a la vida”

Gabriel Gallar

Deje su comentario