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Efemérides: 20 de junio.

Manuel Belgrano, el que supo anteponer el bien público a los intereses coyunturales

A propósito de la celebración del Día de la Bandera, María Celina Fares, historiadora y profesora de la UNCuyo, nos habla sobre los recovecos de la personalidad de uno de nuestros máximos próceres revolucionarios, “el héroe civil y republicano”, a veces no tan reconocido por la conciencia colectiva argentina.

Existen diferentes versiones sobre el porqué del celeste y blanco de nuestra bandera ¿cuál es la verdadera historia?

Celebramos el día de la bandera el 20 de junio, porque fue el día de la muerte de Belgrano, en 1820, recién cumplidos sus 50 años.  En realidad, la había creado el 27 de febrero de 1812 a orillas del río Paraná, con motivo de la inauguración de las baterías Libertad e Independencia,  y había elegido los colores celestes y blancos, los de las escarapela, para identificar a los hombres que custodiaban la mesopotamia frente a una posible ofensiva de los realistas proveniente de la Banda Oriental, que seguía respondiendo al Consejo de Regencia español.  Su uso fue desautorizado por el gobierno central erigido en Buenos Aires, quien mandó a Belgrano a hacerse cargo y reorganizar el Ejército del Norte.  Una vez en Jujuy, Belgrano haría bendecir la bandera por el cura revolucionario Juan Ignacio Gorriti el 25 de mayo de 1812 y la utilizaría por primera vez en una batalla en Tucumán, en setiembre del mismo año, como un claro gesto de identificación nacional frente al enemigo español.

El tema de los colores siempre ha sido una preocupación, pues existe una paradoja en la elección del celeste y blanco, al ser los colores que representaban a la monarquía borbónica, -también se ha hecho siempre referencia a los colores del cielo y con menos frecuencia a los colores del manto de la Virgen de Luján de la cual Belgrano era devoto- y esto se ha prestado para que las corrientes más tradicionalistas afirmen que no hubo revolución contra España, sino contra los franceses, que habían ocupado la Península. Esto no es tan así. Hubo una revolución que se inició en medio de la crisis de la monarquía española y a partir de entonces nunca se pensó en restablecer los lazos coloniales, lo cual queda claro cuando, vencido Napoleón, se restauran las monarquías europeas y   se profundiza la guerra de emancipación, declarándose la Independencia en 1816. Belgrano, por entonces, propondría una monarquía inca de tipo parlamentario, a fin de lograr el reconocimiento de las monarquías europeas, sin perder la independencia.

En realidad, la  desaprobación por parte del gobierno central de la utilización de la bandera tenía que ver con una cuestión de oportunidad en una coyuntura internacional compleja. Se necesitaba  el apoyo al movimiento revolucionario de países con peso en el contexto internacional, como Inglaterra, que por otra parte siempre había estado interesada en romper con el monopolio comercial español; pero Inglaterra no podía apoyar explícitamente un movimiento independentista porque era aliada de las monarquías que se enfrentaban a Napoleón.

Se podría resaltar en Belgrano el uso que hace de algo que hoy llamaríamos autonomía ciudadana, pues aunque en ese momento estuviera actuando como militar, había amasado una interesante experiencia que le permitía generar hechos de gran significación política. Abogado formado en España, adhería a las ideas de la Ilustración y se destacaría como Secretario del Consulado por una serie de propuestas económicas y educativas innovadoras que expresaría en la prensa de la época. Había participado en la defensa de Buenos Aires contra las invasiones inglesas y formado parte de uno de los primeros grupos políticos que buscaba autonomía política, llegando a ser uno de los miembros más destacados de la Primera Junta. Todo esta experiencia le permitiría  hacer uso de los las posibilidades que se le presentaban para ejercer  actos de libertad  e instituir sentidos de identificación y pertenencia necesarios para afrontar los costos de la guerra.

Belgrano no llega a la desobediencia; él responde siempre, aunque disienta, al orden nuevo establecido. Sin embargo, no pierde su autonomía, toma decisiones que no siempre están avaladas por los gobiernos de turno, pero que responden fielmente al espíritu revolucionario y en este sentido se convierte en una especie de héroe civil, republicano, más que militar, que sabe anteponer el bien público por sobre los intereses coyunturales.

¿Radica su grandeza en ese renunciamiento a su vocación jurista para hacerse cargo del Ejército, a pesar de que no tenía formación militar, asumiendo la responsabilidad del momento histórico que le tocó vivir?

Esta es una de las imágenes que más circula de Belgrano: el compromiso político del intelectual que sacrifica su vocación en aras de la causa. Pero podría verse de otra manera. Belgrano en realidad nunca renuncia a su  vocación jurista, aunque su compromiso con la revolución sea tan grande que asuma poner el cuerpo para defenderla.  Esta vocación se expresa en la redacción del primer proyecto constitucional que escribe para los pueblos de las Misiones,  donde no sólo proclama sus derechos de libertad, igualdad, propiedad y seguridad, reconociendo los años de sometimiento,  sino que organiza una forma de gobierno de acuerdo a los principios revolucionarios, con un programa que reconoce  a los naturales la propiedad de la tierra en forma gratuita, la protección del trabajador y su integración en comunidades, así como el fomento de la agricultura, la educación e incluso la protección del medio ambiente. Esto revela hasta qué punto el intelectual pensaba en construir un orden social y político realmente revolucionario.

Por eso no sería apropiado decir que Belgrano abandona su rol. Tal vez esa imagen de sacrificio,  no responda necesariamente a la visión de un hombre que sabe integrar sus capacidades y asumir responsabilidades. Y no parece en este sentido haber fracasado.  El mismo San Martín le reconoce su actuación cuando se hace cargo temporariamente del Ejército del Norte. Es más,  esos triunfos se deben a una gesta  patria heroica,  organizada y dirigida por Belgrano,  que no ha sido suficientemente ponderada: el éxodo jujeño. La disposición de Belgrano que obliga a la población a abandonar sus tierras y deshacerse de sus bienes, nos habla de la adhesión y lealtad que supo despertar con la causa revolucionaria. Esa adhesión extrema sólo la tuvieron Artigas y él.

Hay quienes sostienen que Belgrano no es suficientemente reconocido como el gran prócer argentino.

Ciertamente no fue reconocido en vida. El día de su muerte fue el  famoso día de la anarquía, en que se suceden tres gobernadores en Buenos Aires, que evidencia la crisis por la que atravesaba la Revolución. Y ese mismo día  muere olvidado el hombre que para algunos es el prócer nacional por excelencia. Dicen que sólo un diario anarquista dio la noticia. Esto nos hace reflexionar no sólo sobre lo duro que son los procesos revolucionarios, los cuales suelen devorarse a sus propios hombres, sino el poco interés que tuvieron esos hombres en trabajar para su celebridad personal.

Por otro lado, hay que desmentir esto del olvido porque Belgrano fue unos de los primeros próceres rescatados por la historia,  incluso antes que San Martín. No hay que olvidarse que la obra inicial de la historiografía  argentina es La historia de Belgrano escrita por Bartolomé Mitre y publicada a mediados del siglo XIX,  donde  arranca la construcción de la conciencia nacional.

Se trata de un libro escrito para que circulara por las escuelas, y que por tanto  tenía una función ética y pedagógica: ensalzar a Belgrano como el representante de la conciencia pública, que conectaba las viejas tradiciones coloniales con los principios revolucionarios. Pero, además, la obra tuvo la virtud de convertirse en un modelo de la investigación histórica erudita, sostenido en una vasta documentación y que reflejaba las perspectivas políticas de su autor, por lo que suscitó polémicas y críticas.

Por ejemplo  Dalmacio Vélez Sarsfield o el mismo Juan Bautista Alberdi,  consideraban que estaba sobrevalorada la figura de Belgrano en desmedro de otras figuras del interior, como por ejemplo Martín de Güemes;  y que se le quitaba importancia a la participación de los pueblos en la gesta patria, atribuyéndole méritos sólo a los individuos. En realidad, se criticaba también la propia posición de Mitre, como representante de las minorías ilustradas porteñas, quienes se adjudicaban un exceso de protagonismo frente al interior y sus caudillos, en lo que había sido un movimiento revolucionario  que trascendía a un proyecto ilustrado y porteño.

Ciertamente el rescate que Mitre hace de las personalidades de Belgrano y  San Martín lo hace en un tono contrastante. Mientras en San Martín destaca su protagonismo americano, poniéndolo en el pedestal de los grandes hombres de la humanidad y resaltando la epopeya del héroe;  Belgrano aparece como un personaje secundario, que le había servido para dar cuenta de los avatares de la revolución en la construcción de la nación republicana. Descripto como  falto de carácter y capacidad de conducción;  manso, modesto y carente de ambiciones;  laborioso, dispuesto a ser héroe o mártir según lo dispusiera su sentido del deber, ha quedado una imagen debilitada frente a la posterior reconstrucción sanmartiniana.

Yo  sin embargo haría otra  lectura de Belgrano,  reforzando la idea de integridad. Belgrano fue transparente,   no “se inventó”, como suele decirse cuando se quieren justificar las imposturas que suelen caracterizar a muchos personajes célebres del presente. Fue un hombre valiente y vulnerable, sensible y decidido. Nunca dudó en hacerse cargo de las misiones más arduas aún sabiendo que el éxito no estaba esperándolo, sin embargo no dejó de lado  ni sus ideas, ni sus emociones, se enamoró, tuvo dos hijos extramatrimoniales, padeció varias enfermedades, pero ninguna de estas cosas  que seguramente atravesaban su cuerpo y su alma las usó para  excusarse, para  no jugársela por la causa revolucionaria. Un ejemplo de integridad, compromiso, valor y honestidad que no viene nada mal resaltar….

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