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Cuentos y contracuentos

Nicolás Sosa  Bacarelli era el único que conocía  el secreto sobre el verdadero Segundo Barros. Pero los jueces también desconfiaban de él. Estudiante avanzado de Derecho tenía un gran defecto. Escribía poemas. Pero eso no sería lo peor …(ya de por sí preocupante), sino que escribía letras de tango…

-O sea que estamos frente a un milonguero encubierto -  comentó por lo bajo uno de los jueces-

-…Y trae el cuchillo, vaya uno a saber si en el saco o el pantalón- dijo otro.

El Dr. Enrique Marianetti buscaba entre  sus papeles alguna referencia sobre Segundo Barros. Cuando niño, jugaba en el pueblo, en un campito de Maipú. Pero eso no era seguro. Y se acordó de su niñez y que nunca había jugado a la pelota. De puro intelectual. Eso le pasó por andar inmiscuyéndose en hallar la diferencia entre una palabra grave y una esdrújula. Después de andar un tiempo a contratiempo con un verbo, cambió, dedicándose por cinco años a cantar arias de ópera.  Luego se fue a estudiar Medicina a Buenos Aires.

-Pero volviendo al tema- dijo el tercer juez. Me llegó el rumor que García De Luca guarda un secreto tremendo. Habrá que convocarlo de nuevo para interrogarlo. Y por qué no también a Sosa Bacarelli. Uno escribe versitos y el otro tanguitos. A lo mejor armamos una milonga…-

-Me parece bien- asintió el juez de su derecha. –Pero ¿con quién vamos a bailar? Mire la pinta de las secretarias…-

- ¡Traigamos unas chicas de la Cuarta!- opinó el primero.

García De Luca  se desparramó en la silla y encendió su pipa.

-Aquí no se fuma- vociferó el juez de la izquierda-

-Ya empezamos mal, manga de represores, cornudos  y coimeros hijos de p….-

-Cállese la boca o lo hago sacar por la fuerza pública- gritó un juez fuera de sí.

- Sería lo mejor. ¿O creen que vengo a ver esta mierda por placer?  gritó el poeta largando una gruesa bocanada de humo al rostro de un juez.

-Con Sosa Bacarelli nos hubiera ido mejor. Además ninguno de estos dos puede brindar una versión sustentable. Están completamente chiflados. Uno, poeta. El otro poeta y encima milonguero. ¡¿Dónde va parar el país con esta  gente?!- gruñó el tercer juez.

-Y nuestras tradiciones con malambo incluído- agregó otro por lo bajo.

-Y eso ¿qué tiene que ver con Segundo Barros? preguntó el más acalorado.

Sus colegas menearon la cabeza negativamente y prefirieron callar para que García De Luca dijera lo que sabía.

-Bueno…yo…soy  Segundo Barros- dijo el poeta sonriendo irónico y lanzando una larga bocanada de humo hacia el estrado.

Silencio mortal.

Fue trasladado al Hospital Psiquiátrico y encerrado en una celda de máxima peligrosidad…

-¿Quieren que les cante algo? preguntó Nicolás Sosa Bacarelli, ocupando días después  el asiento que  dejara el otro testigo-

-Aquí tengo una letra de una nueva milonga. Y traje un CD con  la música para acompañarme.-

Una hora de reloj tardaron los jueces para hacerle entender que aquello era un interrogatorio y no un bailongo.

Convocaron al Dr Marianetti para que determinara el grado de cordura del testigo.

-Está estable- diagnosticó el psiquiatra.

-Y eso ¿qué significa?- preguntó uno de los jueces con tono áspero.

-Nada- replicó el  Dr. Marianetti, y se fue a un costado a corregir un relato que debía enviar al periódico Correveidile. Pero de pronto, volviéndose a los jueces, exclamó:

-Lo único que puedo decirles es que si el primer testigo dice ser Segundo Barros, deben hacerle una prueba de identidad. Tomarle las huellas digitales.

Y se fue a la Facultad a seguir bochando alumnos.

Mientras tanto, Nicolás Sosa Bacarelli tarareaba “La Cumparsita”.

Jorge Garcia De Luca

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