El trapo negroEra un verano inhumano, aire caliente, temperatura de infierno.María cuidaba sus tomates que relucían entre las hojitas verdes y trepaban por las cañas cruzadas anudadas con totora. Todas las mañanas María volvía a mirarlos una y otra vez, los acariciaba, los mimaba, les hablaba, eran su fortuna de meses de cuidados, riego y oraciones. Colgaba a su alrededor trozos de telas deshilachadas que flotaban con la brisa para que las dañinas palomas no se acercaran al sembrado. Los tomatitos eran los hijos de su soltería. Una siesta, el cielo ennegreció de pronto, sonaron los truenos y cruzaron el horizonte los brillantes relámpagos. La tormenta pronto se desencadenaría con furia, pero no sólo con agua, la temperatura presagiaba el granizo.¿Qué sería de los tomates de María? ¿Reventarían con la pedrada y saltarían sus semillas tiernas por el aire y los meses de trabajo y amor morirían en segundos?María salió corriendo de su casa sin saber qué hacer para protegerlos. El campamento de gitanos estaba a pocas cuadras de allí, casi en el pedemonte.Faustina venía caminando lentamente por la calle de tierra con su larga y colorida falda revuelta por el viento y recibiendo en el rojo pañuelo que cubría sus despeinadas trenzas, los primeros goterones.María, María, gritó la gitana, tira un trapo negro entre los surcos de tus tomates o se los llevará el granizo.María tomó una delantal suyo, que era lo único negro que poseía, y la lanzó con fuerza hacia la chacrita. Parada entre sus queridos tomates, y con sus manos levantadas hacia el cielo, vio con sorpresa que las heladas piedras blancas caían en los alrededores y sus tomates apenas se mojaban, parecían reír de felicidad.Inmensas lágrimas corrieron por las mejillas de María.
Silvia Garguir