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En el Bicentenario, el detalle cotidiano evidencia la incultura

En estos momentos insólitos de apuro inútil, de inseguridad, de inetabilidad económica y desequilibrio de todo orden, me pareció oportuno molestarlos escribiendo lo que sigue:

Entro a la playa de estacionamiento del supermercado. Veo a una señora empujando lentamente su carrito con mercaderías, dirigiéndose hacia su automóvil. Detengo el mío y pongo la señal de espera para advertencia del que pudiera venir detrás. Con parsimonia la anciana va colocando, una por una las bolsas, una vez abierto el baúl. Termina por fín y está maniobrando para retroceder e irse del lugar. Enfilo las ruedas hacia el hueco que quedó, cuando, de pronto, una potente 4×4, me pone su naríz a centímetros. Hago señales por si el conductor del otro vehículo no hubiese visto mis intenciones de ocupar el lugar, que había esperado varios minutos. No se movía. Dejé el coche. Una fñemina joven, desgreñada, con apariencia de poca pulcritud, vocifera, me insulta (Pobre, mi madre querida) y se retira en un arranque que pareció largada de Gran Premio.

Otro día, como todos los meses, voy a cobrar mi jubilación (que no incluye aún el 82% móvil).tranquilo y contento porque precedían sólo tres personas, comienza la espera. No me había percatado que el hombre que estaba ya en la ventanilla, llevaba no menos de medio block de boletas d ediversos impuestos. El trámite terminó a los quince minutos. Llegué a la ventanilla y en ese mismo instante se aparece por mi izquierda un caradura de esos que no faltan y me pide permiso “para hacer una preguntita”. Comenzó su charla y no sólo yo, sino toda la fila comenzó a impacientarse, con un atisbo d eclima violento. El cajero cayó en la cuenta y finalmente mandó el tipo a la cola.

Mi esposa y yo participábamos de un evento, organizado por una prestigiosa y antigua familia chacrense, con la presencia del Cónsul de Chile en Mendoza y sus Sra., en beneficio de los sufridos hermanos chilenos. Comenzó a llegar gente. Algunos, sin vergüenza, traían un donativo de dos botellitas de agua. La familia había preparado una “picadita” muy abundante, con riego incluído. No alcanzamos a darnos cuenta, cuando como bisontes en estampida, los invitados “mostraron la hilacha”. Se abalanzaron sobre la comida como buitres sobre la carroña. En poco tiempo, nada quedó. Mi esposa, el Cónsul y yo, tuvimos la suerte, por gentileza de la esposa del Cónsul que nos trajo unas empanaditas, de probar algo.pareciera que los aistentes estuvieron allí con el único propósito de comer, pues fueron tan guarangos que se retiraron sin siquiera tener la delicadeza de despedirse de los anfitriones, aunque más no fuera para aparentar.

Me tocó asistir, al fin del año escolar pasado, a la fiestita de fin de curso de una de mis nietas. Durante todo el acto, un niño de cinco o seis años iba y venía, pasando insistentemente de aquí para allá y viceversa, molestándome cada vez que lo hacía. Primero me pisó y siguió lo más campante. Luego, enganchándome, arrastró mi saco y casi me desviste. Por último me atropelló viniéndoseme encima. No aguanté más. Con elegancia, tomé al niño por el cuello y le dije ¿tus viejos no te enseñaron a pedir permiso ni perdón?. Su papito, de pie detrás de mí, no dijo ni mú por lo sucedido.

Había dejado el auto en el service y tuve que usar el micro. La parada se fue llenando de gente, especialmente mujeres de trabajo. Cuando llegó el bus, por gentileza, dejé pasar a las dos que me seguían en la cola, pero resulta que fueron subiendo empujándose y empujándome hasta dejarme fuera y abajo. El chofer dijo: “perdóneme señor, pero no va más, no hay más lugar. Espere al otro que viene atrás”. Ese mismo día, de regreso, pude observar cómo jóvenes s ehacían los dormidos o miraban al exterior para no ceder sus asientos a gente mayor.

Fui a renovar mi carnet de conductor. Llegó mi turno, una desgreñada sargentona me dice: “No puede hacer el trámite” ¿Ah sí? dije, está equivocada. Tome, acá tiene la fotocopia de la boleta que dice PAGADO. Quedó ahí, helada y tiesa.  Sucede que al burócrata, cuando le cambian el esquema, se vuelve loco. Entonces, inventó:  “”Tráigame otra fotocopia porque ésta queda acá”.  Disculpe, dije, mi copia no se la voy a dar, ni tampoco voy a sacar otra. Son ustedes los que tienen la obligación de actualizar los datos computacionales, mientras pensaba que la tecnología, en los países subdesarrollados es un estorbo, no una ventaja. Nadie pidió disculpas, ni quedó cabizbajo porque no actualizan los datos. Nadie respetó la razón, ni mi edad, ni mi tiempo.

Voy por calle Lavalle a las 8 de la mañana. Atascamiento del tránsito debido a la doble y triple fila de autos que van a dejar los nenes al cole. No vaya a ser que se los coma el cuco. El policía, indolente, fumándose un pucho, ni se inmutó. ¿Porqué, digo yo, no estacionan a cinco cuadras y acompañan a sus hijos caminado? Se evitarían muchos infartos y se aliviaría el horripilante espectáculo.

Pero no. Acá cada uno actúa como si estuviera solo. Somos como autistas, cada vez más metidos para dentro, sin ver ni tener en cuenta al otro, sin percibir que hay muchos otros. Egocentrismo, Egoísmo y Hedonismo nos han llevado a un sálvese quien pueda en una especie de Apocalipsis.

Podría seguir, pero no va a leer más mis artículos si lo aburro con perogrulladas. Por hoy, basta.

Perdóneme don Domingo Faustino Sarmiento, pero…¿Civilización o Barbarie?

José Enrique Marianetti

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