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Frenar la propagación: Responsabilidad y solidaridad

Todas las personas tenemos instintos. Éstos los heredamos genéticamente y son necesarios para la vida. Uno de ellos es el de supervivencia. Instintivamente frente a un peligro de vida, reaccionamos para protegernos a nosotros y a nuestra familia. Frente a un inminente peligro no nos detenemos mucho a pensar, simplemente buscamos escapar de él.

Por Gabriel Gallar

Todos somos conscientes del peligro que representa para la sociedad esta pandemia que estamos padeciendo y nadie quiere ser presa de ella. Estamos bombardeados de información sobre cómo cuidarnos. No las vamos a reiterar aquí porque sería redundante. En cambio, queremos detenernos con un poco de calma, sobre lo que nos sucede cotidianamente. Leemos y vemos que cientos de personas se atiborran en los supermercados cargando los carros con cientos de productos. Bajo una especie de locura colectiva los súper vendieron en dos días, tanto como en Navidad. Mientras los empresarios dicen y repiten que el abastecimiento es y será normal. El que llega primero lleva todos los alcoholes en gel que encuentra. No piensa que el que viene detrás también lo necesitará. Y así en muchas situaciones. El miedo y también el egoísmo no da lugar a la solidaridad. Nos impide comprender que otra persona también necesitará lo que yo acaparo, en definitiva, se lo estoy privando al otro.

Desde el gobierno nos dan pautas claras de comportamiento para evitar contagiarnos o producir contagios. La básica es tratar de no deambular por la vía pública por que sí. Y los que están en riesgo cumplir con la cuarentena sin salir de casa. Es algo elemental para prevenir la enfermedad. Sin embargo, nos enteramos diariamente de personas que no respetan estas indicaciones. Es verdad que sentimos conculcada parte de nuestra libertad. No es fácil tolerar que desde el gobierno se nos imponga quedar encerrados en casa o restringir al mínimo posible salir de ella sin necesidad verdadera. Hay que tomar conciencia de la gravedad de la situación y actuar con responsabilidad y solidaridad por el bien de todos. No es fácil, pero estamos viviendo circunstancias excepcionales y debemos proceder en consecuencia.

Las redes sociales y los programas de televisión nos bombardean con datos, videos y hasta chismes sin importancia. En muchos programas de TV los panelistas son improvisados en el tema, son meros opinadores, han aparecido cientos de especialistas infectólogos. Confunden más de lo que aclaran. Nos angustian más que tranquilizarnos. Debemos mantener la sensatez y la cordura sin dejar de cuidarnos y cuidar a los demás. Para concluir, deseo compartir lo mejor que leí en estos días en un mensaje de un amigo. Un poco de esperanza y de utopía valen la pena. Sábado, 14 de marzo de 2020. Por: Edna Rueda Abrahams (fragmento) “Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía por igual para ricos y pobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, un abrazo.

Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió más importante que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de las películas, las misas y los encuentros masivos y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a fogatas, mesas, mecedoras, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados. Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos ha dicho que no solo los indigentes traen pestes, que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida fue primero y que las otras cosas eran accesorios. No hay lugar seguro, en la mente de todos nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se enferme, que viva mucho, que sea feliz y junto a una paranoia hervida en desinfectante nos damos cuenta que, si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo.}

Volvimos a la aldea, la solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en el aislamiento, solo existe una sola alternativa: ser mejores juntos… Puede ser, solo es una posibilidad, que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero”.

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