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Editorial: Modelo chileno

Desde hace semanas recibimos noticias de un Chile convulsionado. Multitudinarias marchas espontáneas recorren las calles de Santiago y otras ciudades. Marchas que son reprimidas por un gobierno que no atina con una solución de fondo. La gota que rebalsó la copa de la paciencia fue el aumento del precio del pasaje en metro. Pero en verdad, subyacen razones mucho más profundas para el descontento. Uno de los manifestantes llevaba un pequeño cartel que resume la situación: “No son treinta pesos, son treinta años”.

Chile debe ser uno de los países más liberales del mundo. Es el país donde está privatizada la mayor proporción de la vida pública, desde las jubilaciones hasta la educación y la salud: hay 2,5 millones de personas en espera para una consulta médica gratuita. El 90% de los chilenos cobra una jubilación menor de 144 mil pesos, 64% del salario mínimo.

“La mayoría de los jóvenes que salen en las pantallas de la televisión chilena, como malhechores cubiertos de trapos y pañuelos, se están cubriendo de los gases lacrimógenos. Pero pese a su nombre, es principal efecto de esta sustancia, que el Estado chileno nunca dejó de usar desde la dictadura de Pinochet, no es provocar lágrimas. Provoca rabia, indignación, ganas de volver a salir a la calle”, dice el periodista Roberto Herrscher en una nota titulada: “Chile lacrimógeno”: una historia que se repite. Poco más adelante continúa: “Lo que estos días hace llorar a Chile, que salió en masa a protestar desde el viernes en cada ciudad y pueblo, no es el gas lacrimógeno. Es no poder llegar a fin de mes en un país donde el PIB per cápita subió, pero su beneficio quedó concentrado en las mismas manos de siempre. El 1% de arriba se reparte en gerencias, casos de corrupción y ministerios, mientras el 30% de ajo se endeuda hasta la desesperación. La mayoría de quienes salen a la calle no están fuera del sistema: están dentro, trabajan y estudian, pero lo que ganan es una afrenta y lo que gastan, un escupitajo”.

El ministro de Economía Juan Andrés Fontaine, ante las primeras protestas por el alza del transporte público, que lo hace más caro que en muchos países de Europa, llamó a que los chilenos y chilenas se levantaran más temprano para tomar el metro antes de las 7. Las lágrimas no son por el gas, son por el abuso y la ofensa de décadas, por la promesa incumplida de la democracia recobrada en 1990.

Aunque el presidente Piñera ya tomó algunas decisiones, entre marchas y contra marchas, la gente sigue descontenta. Ya no hay toque de queda, sacaron a los militares de las calles, suspendieron el aumento del precio del boleto, renunciaron los ministros… La cuestión de fondo a resolver sigue sin respuestas. Hay que distribuir la riqueza de otra manera. Pero la minúscula parte de chilenos que acumula prácticamente toda la riqueza del país, no quiere perder los privilegios que supo acumular desde la dictadura del General Pinochet.

Mientras la gente parece haber perdido la paciencia. Veremos qué acontece durante los próximos días.

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